Tiempos Oscuros - Capítulo I
Palabras del Autor sobre el Teatro de la Guerra:
En el abismo de la guerra,
los pueblos se consumen como brasas ardientes, mientras los desalmados se
relamen con el sabor del sufrimiento ajeno. La maquinaria de la violencia muele
los sueños y devora las esperanzas, dejando a su paso el hedor acre de la
destrucción.
Los
verdaderos protagonistas de esta siniestra tragedia son aquellos que se
alimentan de las lágrimas de los caídos. No son los valientes soldados ni los
pueblos inocentes que pagaron el precio más alto, sino los buitres carroñeros
que acechan en los márgenes de la muerte.
La
guerra, esa entidad sin escrúpulos, se convierte en un negocio lucrativo para
los sinvergüenzas y los corruptos. Mientras los cuerpos se apilan con un olor
nauseabundo y los corazones se desgarran con heridas que nunca sanan, ellos, en
realidad, están lejos de encontrar la cura; solo cuentan sus ganancias, envueltos
en sus trajes de hipocresía y avaricia.
Pero,
¿dónde queda la voz del pueblo, el clamor de aquellos que padecen las heridas
de la brutalidad? Son ellos quienes lloran en silencio, quienes sufren en los
callejones olvidados, quienes, en una sociedad menos humanizada y más
militarista, soportan el peso de la guerra en sus espaldas maltrechas.
La
verdad es cruda y despiadada, como el golpe de un puño en la mandíbula. En este
juego perverso, solo los pueblos son arrastrados por corrientes ciegas y tumultuosas
de extremismo, mientras los depredadores se enriquecen a expensas de sus
desgracias.
"Un
solo disparo, una bala mortal, un dolor agudo e inmediato; ese dolor se
convierte en una herida profunda, y de esa herida brota una lágrima. En cada lágrima
derramada, se revela un rincón oscuro, sombrío y húmedo, donde la guerra ejerce
su implacable y despiadada crueldad, sin mostrar compasión ni tener
corazón."
Así que levántate, alza tu
voz en un grito rebelde. No permitas que los bastardos se adueñen de tu
destino. Rompe las cadenas que te atan a su agenda siniestra y reclama tu
libertad.
Porque en medio del caos y
la desesperanza, persiste una chispa de resistencia. Es el fuego que arde en
los corazones de los desposeídos, la llama de la rebeldía que se niega a ser
sofocada.
La guerra es una maldición
que solo el pueblo puede conjurar. Empuña tus palabras como armas, lanza tus
versos como balas de conciencia. Desafía el statu quo y desenmascara a los
verdaderos enemigos de la humanidad.
En los márgenes de la
guerra, donde el asfalto se tiñe de sangre, el pueblo se levanta como un
gigante herido. Y en su lucha, tal vez, encuentre la redención y la esperanza
de un mundo sin cicatrices bélicas.
Porque en cada rincón
oscuro, incluso en medio del caos, florece la semilla de la resistencia. Y es
ahí, en la lucha contra la injusticia, donde los destinos se entrelazan y la
humanidad se eleva por encima de su propia oscuridad.
<El Festín de la Guerra>
"En el crisol de la guerra, los pueblos arden mientras los
carroñeros se banquetean."
Thomas A. Riani
Dictado desde lo más
profundo de mi conciencia
Mar del Plata, el 25 de septiembre
de 2023
CAPÍTULO PRIMERO
"El vuelo del águila solitaria”
Erkennungsmarke
Name: Friedrich Wilhelm Müller
Geburtsdatum: 24.08.1896
ERS. BATL. Verdún.. Höhe 304
Dienstgrad: Unteroffizier (Cabo)
Einheit/Regiment Nummer: 33. Infanterieregiment
Querido padre,
Comienzo esta carta compartiéndote la noticia de que hace dos días ascendí de soldado raso a cabo, o como decimos nosotros, "Gefreiter" o "Schütze"[20], a "Unteroffizier"[21]. Sin embargo, la verdad es que este ascenso apenas tiene importancia en medio de las circunstancias actuales. Desde que ascendí, siento que juego con la muerte y, sinceramente, la suerte no parece estar de mi lado en esta situación. El relevo hacia las patrullas de reconocimiento es extremadamente duro, y lamentablemente, hemos sufrido muchas bajas en los últimos días. La colina donde se encuentra mi regimiento, el número 33, la cual los franceses llaman en su idioma "Cota 304", pero nosotros le decimos "Höhe 304"[24], es un lugar que te voy a describir mejor para que te hagas una idea. La trinchera que está en la colina es un pozo roñoso de tierra acurrucada con ramas horizontales sostenida por columnas de madera cada 1 metro y arriba de ella unas bolsas de arena. Te juro que ni el castor nos tendría envidia, construye mejor que nosotros. Todo esto se ha convertido en un auténtico infierno, y parece que los franceses e ingleses están a punto de tomarla. Sé que mi coronel no estaría contento si escuchara estas palabras, pero es la cruda realidad que vivimos en este infernal campo de batalla. A veces me pregunto si nuestro coronel no está canalizando a Napoleón o simplemente está embriagado la mayor parte del tiempo con ese Schnaps[25]. Para que te hagas una idea, es un tipo de licor fuerte que a veces nos proporcionan como ración o para mantenernos calientes en los climas fríos, pero la verdad es que ya pienso que vive teniendo frío todo el tiempo que hace teclear las botellas el maldito canalla y tiene doble ropa, mientras que nosotros tenemos estos tragos sucios como el lodo que me rodea. "Pero, dejando de lado este maravilloso panorama, la estética, no te voy a mentir, me vendría de maravilla un trago en este momento. Mi sed es tan intensa que podría considerar cargar mi cantimplora con este exquisito charquito de lodo purificado que la lluvia nos ha regalado. ¿Qué más puedo decir?"
No te diré que disfruté ese trago, pero al menos sació mi sed. Ahora, Padre, permíteme describirte nuestra situación actual para que puedas comprenderla mejor. Actualmente, somos un pequeño grupo de cinco o seis hombres que llevamos a cabo patrullas de reconocimiento en el frente de batalla de la Primera Guerra Mundial, sirviendo al lado alemán. "Padre, te diré las palabras exactas que nos dice el coronel. 'Nuestra misión, soldados, es impedir a toda costa que los franceses e ingleses avancen un solo paso más en nuestro territorio. Mantendremos con firmeza nuestra posición en el frente. Vorwärts, meine tapferen Soldaten! Wir werden sie aufhalten, ganz gleich wie viele von ihnen kommen!' (¡Adelante, mis valientes soldados! Los detendremos, no importa cuántos vengan!)", exclama el coronel con fervor patriótico en uno de sus momentos de lucidez y determinación, mostrando su verdadero compromiso con la causa."
Para cumplir con esta ardua tarea, contamos con la valiosa asistencia de nuestros centinelas, soldados equipados con las Pistolas Very[26], que son conocidas por los estadounidenses con ese nombre. Estas pistolas Very tienen un calibre de 26,5 mm, equivalente a aproximadamente una pulgada, y disparan cartuchos especialmente diseñados para iluminar el campo de batalla con una intensa luz roja durante la noche. Esta luz nos brinda la capacidad de ver con claridad, a pesar de la oscuridad reinante, permitiéndonos vigilar la colina y la trinchera con precisión y eficacia mientras mantenemos nuestra posición en el frente de batalla.
Para complicar aún más las cosas, ahora me han asignado la responsabilidad de liderar pequeños grupos de soldados, pero desde que asumí esta posición, solo tengo un soldado bajo mi mando, y ni siquiera sé dónde se encuentra en estos momentos. Prometió regresar con ayuda, pero dejemos ese asunto de lado y continuemos con mi relato final.
Con ironía y cierta amargura, te cuento que esta es la vida que llevamos ahora, lidiando con Schnaps y lodo, liderando grupos dispersos en una colina que parece estar en constante conflicto.
Desde las trincheras de Verdún[1], un lugar montañoso que se extiende con terreno ondulado, padre, vuelvo a repetirte que me encuentro en la colina "Höhe 304". En esta gélida y sombría madrugada, el reloj de bolsillo que apenas tuve hace no más de 20 minutos marcaba las 4 menos diez. Imagino que deben haber pasado ya las 4 y cuarto de la madrugada de este fatídico 8 de enero de 1918. La oscuridad se abate sobre mí de manera implacable, y el frío, como un cuchillo Feldspaten[27], de hielo, penetra hasta los huesos, oscilando mucho más allá de los cero grados. Me viene a la mente nuestro cuchillo del regimiento, el cual lleva grabado con orgullo "Gott mit uns" (Dios con nosotros) en su hoja.
Aquí, en medio del fango y la muerte, el mundo
se reduce a un angosto pasadizo de lodo y alambre de púas. En este rincón del
infierno, la vida y la muerte entonan una melodía macabra que retumba en
nuestros oídos. Los miedos de los soldados abatidos a mi lado y las sombras
fantasmales que se deslizan entre las trincheras son la única compañía en esta
noche eterna. La tierra, empapada en sangre y dolor, exhala un aroma agridulce
de desesperación que se mezcla con la fatigada humedad que nos envuelve.
Los destellos esporádicos de las explosiones enemigas iluminan
fugazmente este infierno terrenal, revelando rostros tensos y ojos cansados que
miran con determinación hacia el frente, listos para enfrentar la próxima
embestida. Las armas y el equipo están cubiertos de barro y suciedad, testigos piadosos
de la cruenta batalla que se libra aquí día tras día.
Es en este rincón del mundo donde la humanidad se enfrenta a su propia
crueldad y fragilidad, donde el valor y la desolación coexisten en un rito
macabro. El silencio, roto solo por el aullido del bosque y el estruendo de la
guerra, se ha convertido en el presagio silente de la tragedia que se despliega
en las trincheras de Verdún en esta noche inhumana.
Con una pluma estremecida en la mano, siento
cómo mi pulso se desvanece, como si estuviera cruzando un umbral, trascendiendo
los límites de las experiencias vividas para dejar una huella de mi existencia,
querido padre. No deseo que te embargue la angustia al leer estas palabras,
pues, a pesar de la oscuridad que rodea este panorama, mi objetivo es
comunicarte algo más que la cruda realidad de la guerra.
Hoy me encuentro escribiéndote estas palabras
en lugar de registrarlas en una bitácora de viaje, como la que mamá me entregó
antes de embarcarme en mi propia y desafiante travesía hacia Verdún. Padre, estas palabras pueden parecerse más a las líneas de una carta de
despedida, quizás un poco manchadas por el fango que me rodea y con algunos rastros
de sangre de la herida que acabo de recibir. Permíteme confesarte que estas
palabras están entrelazadas como las raíces de los abedules que me rodean, pero
también representan un adiós, la despedida de un joven aventurero que se
adentra valientemente en el misterioso umbral que yace más allá de la vida.
He leído en algún momento en uno de esos
antiguos libros de ciencias que solo las moléculas se disuelven, y aquí me
encuentro, padre, experimentando una disolución que, aunque metafórica, está
impulsada por el temor y el acelerado latir de una herida que me recuerda que
mi hora ha llegado.
En estos momentos de reflexión, siento que la
tristeza y la esperanza se entrelazan en un abrazo silencioso. El camino que se
abre ante mí es incierto y aterrador, pero también lleva la promesa de una
nueva aventura, un viaje hacia lo desconocido. La tristeza me envuelve como un
telón oscuro, pero la luz de la esperanza brilla en el horizonte, recordándome
que, incluso en medio de la disolución teatral, hay belleza en la
transformación de un nuevo comienzo.
A pesar de que estas palabras puedan parecer un adiós, quiero que las
leas como un punto de partida. Mi existencia se desvanece en el tiempo y el
espacio, pero mi espíritu persiste en la memoria de aquellos que me aman (por
supuesto, tú y mamá. ¿O creíste que me olvidaría de ustedes?
"En este 1918, en plenos cambios y desafíos de nuestra
sociedad, se suele decir que un perro flaco nunca olvida el apoyo que le
brindaron, pero un joven bien educado podría, con el tiempo, llegar a
olvidarlo. Por eso, queridos padres, nunca podré olvidar la valiosa guía y
apoyo que me han brindado en estos tiempos inciertos."
Mi partida puede ser un adiós a la vida tal como la conocemos, pero
también es el inicio de una nueva travesía en la que mi esencia se fundirá con
el universo, convirtiéndome en parte de la eternidad.
Así que, padre, mientras estas líneas de despedida se desvanecen en el tiempo, lleva contigo la certeza de que mi viaje no ha terminado, sino que ha
comenzado una nueva fase.
En medio de los estruendos lejanos de los
cañones y el constante eco de las explosiones, el tiempo se distorsiona, y la
realidad se funde con la pesadilla. Es por eso que siento la urgencia de
escribirte, de compartir este momento con el único ser que siempre ha estado a
mi lado. Quiero que sepas que siempre deseo ocupar un lugar en los recuerdos
que guardas en tu corazón.
Papá, ya ha pasado una semana desde nuestra última celebración en Verdún. Me parece increíble pensar en cómo, en medio de ese conflicto devastador, algunos años atrás, los soldados de ambos lados compartieron un breve momento de paz durante la Navidad en las trincheras. Pero lamentablemente, no ha habido un alto el fuego generalizado ni un armisticio oficial durante esta última Navidad o Año Nuevo en 1917.
Recuerdo esas historias que nos contaron sobre las treguas navideñas en años anteriores, como en 1914. Soldados enemigos que dejaron de luchar por un breve instante, intercambiaron regalos improvisados, cantaron canciones y hasta jugaron al fútbol en lo que se conoció como la "Nochebuena de las trincheras". Fueron momentos de humanidad en medio de la brutalidad de la guerra.
Sin embargo, es crucial recordar que estas treguas eran, en su mayoría, no oficiales y, lamentablemente, no lograron poner fin a la devastadora guerra que asola múltiples frentes de la Primera Guerra Mundial. A medida que persiste el conflicto, nos encontramos en un estado de incertidumbre, sin saber cuándo finalmente podremos cerrar este capítulo sangriento de nuestra historia.
Nuestra resiliencia es fundamental en estos momentos difíciles. Mantengámonos fuertes y unidos, manteniendo la esperanza de que un día, como se rumorea, se firmará el tan esperado Armisticio de Compiègne[17]. En estos tiempos inciertos, estas palabras no deben caer en oídos sordos, sino inspirarnos a todos a continuar trabajando por un futuro más pacífico.
Espero sinceramente que estas líneas no sean en vano y que, quizás en enero de este mismo año o en los meses venideros, finalmente podamos alcanzar la ansiada paz, dejando atrás este oscuro capítulo de la historia y abriendo paso a una nueva era de cooperación y reconciliación.
"Me encuentro aquí, un soldado atrapado
en los yermos del caos, luchando en un conflicto que parece interminable. Las
balas, agudas como los lamentos de la muerte, silban a mi alrededor mientras el
humo y el miedo se entrelazan en el aire cargado de pólvora. La vida en la
guerra es un abismo oscuro y siniestro, donde los sueños agonizan y la
esperanza se convierte en un recuerdo distante. Me siento lejos de la gracia
divina, o mejor dicho, me adentro en los oscuros recovecos de la mente que da
forma a las pesadillas. Esta, padre, es una verdad que mi conciencia comprende
plenamente. No puedo olvidar tus hermosas palabras: 'Se permite caer, pero no
quedarse en el suelo'."
Mis manos, una vez hábiles para acariciar las
palabras y dar vida a los versos, ahora están agrietadas y ensangrentadas,
convertidas en garras que solo saben empuñar el arma de la supervivencia.
Perdóname si ves manchas de sangre y barro en estas líneas, como te mencioné
antes; las heridas son aún frescas y mi cuerpo sigue entumecido por el dolor.
Ahora veo sangre negra, y no sé exactamente lo que significa, quizás una señal
de que la pesadilla ha pasado, aunque algo dentro de mí permanece frío y
helado. Sin embargo, prefiero enfrentarlo para poder concluir esta carta. Han
transcurrido más de veinte minutos desde el incidente, y si me vieras, padre,
estaría vestido con el uniforme del ejército, tendido sobre el barro mientras
escribo estas palabras.
Lo más extraño de todo es que llevo un casco
inglés. Te preguntarás por qué en medio de un enfrentamiento acabé con un casco
inglés en mi cabeza. Pero eso, te lo contaré más adelante. El casco fue un
hallazgo fortuito en medio del tumulto de la trinchera, una de las muchas
rarezas de esta guerra.
Mi corazón, que antaño latía con una pasión ardiente y anhelante, se ha convertido en un órgano marchito, víctima de la desilusión y la brutalidad que envuelven este interminable conflicto. El calor y la vitalidad de mi juventud se han desvanecido en las sombras de esta contienda sin fin. Anhelo poder transmitirte la profunda añoranza que siento por nuestro querido y encantador pueblo medieval, que yace en el estado de Baviera[18], al sur de nuestra amada patria.
A menudo, paso horas perdido en el recuerdo de
aquel pueblo que antes consideraba aburrido. Ahora, gracias a la sabiduría
adquirida al beber de la fuente de lo esencial, comprendo los errores del
pasado y los transformo en lecciones y aciertos. Ya no me abruman las
tribulaciones, padre, pues he aprendido a abrazar la esencia de la vida y a
encontrar la belleza en cada detalle que antes pasaba desapercibido.
Por eso permíteme compartirte las maravillas
de la vida en Verdún con un toque de ironía y gracia, porque, créeme, esto es
un auténtico paraíso. En cuanto a los baños, bueno, podríamos considerarnos
afortunados si encontramos una tina de campaña para lavarnos una vez a la
semana. Y cuando decimos "lavarnos", nos referimos a tirarnos un poco
de agua caliente si es que conseguimos alguna. Es todo un lujo, te lo aseguro.
La higiene aquí es como un spa de cinco
estrellas o, como le decimos nosotros en alemán, una "Thermen" o
una "Wellness-Oasen"[2].
Las trincheras están repletas de lodo y suciedad, por lo que mantenernos
limpios es todo un desafío. Pero, ¿quién necesita ducharse regularmente de
todos modos? La mugre se ha convertido en nuestro nuevo accesorio de moda.
Y ahora hablemos de comida, ¡qué festín!
Nuestras raciones son tan variadas que podríamos escribir un libro de cocina de
guerra. ¿Te gustaría probar carne enlatada por enésima vez? O tal vez te
apetece un poco de pan duro con un toque de sopa enlatada para el almuerzo. Y
por supuesto, nuestras galletas, esas deliciosas rocas que desafían la dentadura.
Pero no te preocupes, de vez en cuando
organizan un banquete en forma de cocina de campo. Sin embargo, ten en cuenta
que estas extravagantes ocasiones son tan raras como una victoria en Verdún. Quizás,
papá, después de reflexionar, podríamos considerar que la guerra no es tan
mala. ¿Qué necesidad hay de una comida caliente cuando podemos disfrutar de un
lujoso y frío festín enlatado a orillas del río Mosa[3]?
En resumen, padre, Verdún es como un spa de
barro, un buffet gourmet de enlatados y una experiencia de vida sin igual. ¡La
próxima vez que escuches hablar de las comodidades modernas, piensa en nosotros
aquí en el frente, disfrutando de lo básico con una sonrisa en el rostro!
Mientras te escribo esta carta, quiero que
cierres los ojos por un momento y te sumerjas en la belleza y grandeza de esta
amada Francia. A pesar de las sombras que nos rodean en este lugar desolado,
esta nación sigue siendo un faro de cultura, historia y resiliencia que ilumina
el mundo.
Imagina los majestuosos campos de lavanda
en Provenza[4],
donde las fragantes olas de púrpura se extienden hasta donde alcanza la vista,
creando un paisaje que parece sacado de un sueño. Los colores y aromas de este
lugar son como un bálsamo para el alma, recordándonos la belleza de la vida.
Piensa en las grandiosas catedrales góticas de
París, como la majestuosa Notre-Dame[5],
cuyas torres se alzan hacia el cielo como testimonio de la habilidad
arquitectónica y espiritualidad humana. Estas estructuras ancestrales son luces
de fe y cultura que han resistido la prueba del tiempo.
Y no puedo dejar de mencionar los bosques de
la región de Lorena, en el noreste de Francia. A pesar de los estragos causados
por la guerra, la naturaleza persiste en su labor de sanar y renovar. Los
bosques están repletos de robles, abetos, pinos, hayas y abedules de hojas
caducas que se enervan al ritmo de las estaciones. Es un lugar que mi madre,
con su amor por la naturaleza, habría encontrado irresistible.
A pesar de las dificultades que enfrenta esta
tierra, continúa siendo un testimonio de la grandeza humana y del espíritu
indomable que define a Francia como nación. La belleza natural y cultural de
este país perdura, y con el tiempo, confío en que se recuperará y florecerá una
vez más.
Francia, cuna de una rica herencia cultural,
ha sido el hogar de numerosas figuras históricas que han dejado un impacto
perdurable en la historia. Desde Carlos Magno[6],
el ilustre emperador cuyo imperio se extendía por vastas tierras y cuyas
políticas dejaron una profunda huella en el tejido de Europa, hasta Juana de
Arco[7],
la valiente doncella que desafió las adversidades para luchar con pasión por su
país.
Carlos Magno, también conocido como
Carlomagno, fue un líder influyente durante la Edad Media. Su imperio abarcaba
gran parte de Europa, incluyendo extensas regiones que comprenden lo que hoy
conocemos como Francia y Alemania. Su legado se extiende más allá de las
fronteras de su tiempo, marcando un capítulo significativo en la historia
europea. Desempeñó un papel fundamental en la conformación de la identidad y el
destino de ambas naciones. A través de sus conquistas y políticas, unificó gran
parte de Europa Occidental bajo su dominio, sentando las bases para el
surgimiento de los futuros estados y reinos. Es considerado un padre fundador
tanto de la Francia moderna como de la Alemania moderna.
La influencia de Carlos Magno, padre, fue de
suma importancia en el desarrollo de la cultura, la administración y la
educación en Europa. No deseo parecer un catedrático aburrido, pero disfruto
profundamente de compartir conocimiento, especialmente cuando se trata de la
historia de nuestra nación. Volviendo a la clase de historia, Carlos Magno
también desempeñó un papel clave en el renacimiento cultural y el renacimiento
carolingio, sentando así las bases para el florecimiento de las artes, la
literatura y la arquitectura en aquella época. Además, su compromiso con la
educación llevó a la creación de escuelas y a la promoción del aprendizaje, lo
que contribuyó a la difusión del conocimiento y al desarrollo de una identidad
cultural compartida en las regiones bajo su influencia.
Así, podemos afirmar que Francia y Alemania
comparten una historia rica y entrelazada, gracias a las contribuciones y
legado de figuras históricas como Carlos Magno. A través de su liderazgo y
visión, este influyente monarca sentó las bases para el desarrollo de ambas
naciones y dejó una huella imborrable en la historia europea.
Perdona, padre, si esta inmersión en la
historia parece excesiva. La realidad es que me encuentro lleno de miedo y
nerviosismo, atribuibles al posrasgo de adrenalina que siento.
A pesar de los desafíos que enfrentamos, no
podemos olvidar la grandeza que emana de esta tierra. A través de la tormenta
de la guerra, Francia se mantiene como un lienzo de esperanza, recordándonos
que incluso en los momentos más oscuros, la humanidad puede encontrar la fuerza
para resistir y trascender. Querido padre, en mi conciencia, debo confesar que
esta estúpida guerra ha sembrado confusión en mi interior y a veces siento una
inquietud que me lleva a cuestionar y a sentir aversión hacia nuestros hermanos
franceses. Sin embargo, tú sabes que no tengo nada personal en mi corazón
contra estas tierras. De hecho, en mi cuarto, guardo una vasta colección de
obras literarias de Víctor Hugo[8]
y pensamientos del gran estratega Napoleón[9].
Es por ello que llevo en mi corazón el amor por esta tierra y la esperanza de
un futuro en el que la paz y la prosperidad reinen una vez más.
Entiendo que, en este sombrío parque de
diversiones mortales llamado Verdún, si mi confesión cayera en oídos de algún
general, podrían entusiasmarse con la idea de adornar su colección de
ejecuciones, tal vez con una horca o un espectáculo de fusilamiento. Perdona si
mi tono suena un tanto sarcástico, pero en estos tiempos, tales medidas
extremas parecen haber caído en desuso. Solo el caprichoso destino decidirá si
mi joven compañero decide aparecer antes de lo previsto. No te preocupes,
querido padre, continúo con esta carta.
Es realmente curioso cómo las mismas personas que en otro momento podrían haberme condenado por traición son ahora responsables de haber tomado de mis pertenencias el libro biográfico de Napoleón. Recuerdo que cuando el perspicaz General Mayor (Generalmajor)[19], un tal Markus Schmitt, un hombre de unos 45 años, un individuo valiente pero quizás no tan agudo, de alguna manera se dio cuenta de ello. Preguntó con cierta curiosidad quién era el dueño de tan preciado tesoro, pero gracias a un ataque enemigo, el problema quedó en el olvido.
En aquel momento, todos nosotros nos
enfrentábamos a un temor profundo ante la posibilidad de un castigo severo, y
nuestra respuesta fue asombrosa, ya que actuamos con una maestría admirable,
aparentando total ignorancia. Sin embargo, lo que realmente resulta fascinante
en esta situación es la transformación que ha experimentado el Mayor Schmitt.
Ahora pasa largas horas en su refugio en la trinchera, absorto en la lectura de
la historia de Napoleón. Aunque es posible que no sea competente en francés,
seguramente cuenta con la ayuda de uno de sus asistentes para leer el libro.
Cabe destacar que domina el francés a la perfección, lo que nos recuerda las
noches en las que se sumerge en ese antiguo libro en versión europea de las mil
y una noches de Verdún.
Sin duda, la transformación del Mayor Schmitt es tan asombrosa como un genio que sale de una lámpara mágica de Las Mil y Una Noches[19]. Ahora, en lugar de pedir tres deseos, pasa sus horas en la trinchera, con una mano oculta bajo su chaqueta y la otra detrás de la espalda, imitando los gestos del antiguo emperador Napoleón. Parece que en su mente, ha pasado de ser un oficial militar a un autoproclamado soberano de su propio reino, lo cual nos lleva a pensar si quizás haya encontrado su propia lámpara mágica en algún lugar de Verdún. Su metamorfosis es tan sorprendente como una historia de la mítica Princesa Scheherazade[10], pero en este caso, no sabemos si será capaz de narrar su camino de regreso a la realidad en tan solo mil y una noches.
Tal como diría Napoleón, "La mejor manera
de cumplir una promesa es nunca hacerla." O, para expresarlo en mi modesto
francés, "La meilleure façon d'honorer une promesse est de ne jamais la
faire."
Pero ahora, estimado padre, quiero que
comprendas que mi lealtad no está en disputa. Mi deseo de entender y apreciar a
nuestros vecinos franceses trasciende las barreras de las trincheras y las
circunstancias de esta guerra. En medio de este conflicto, albergo la esperanza
de que algún día la paz prevalezca, y podamos dejar atrás la violencia y la
destrucción que nos rodea.
Sin embargo, Verdún, en estos días de invierno,
es una triste realidad que se despliega ante mis ojos. Las palabras apenas
pueden capturar la desolación que nos rodea. Las batallas han dejado una estela
de destrucción y sufrimiento inimaginable. El aire está lleno del estruendo de las
artillerías y el lamento de los caídos. Las almas se estremecen ante los
incesantes Proyectores de búsqueda, flujos de heridas y muertes.
"Verdun ist ein trauriger Ort"
("Verdún es un lugar triste"), estas son las palabras que surgen en mi
mente mientras contemplo este paisaje desolador. Pero, mi querido padre,
debemos aferrarnos a la esperanza y a la promesa de un futuro mejor. A pesar de
la oscuridad que nos rodea, recordemos que la humanidad tiene la capacidad de
superar cualquier adversidad y renacer con fuerza. Espero con ansias el día en
que podamos reunirnos nuevamente en un cielo en paz, donde Verdún sea solo un
recuerdo doloroso pero lejano.
Lamento decirte, padre, que Verdún en este
momento es un lugar sombrío y desolado. El clima aquí es frío y húmedo, con
lluvias constantes que convierten las trincheras en un lodazal lleno de barro y
agua. Los campos de batalla están devastados, cubiertos de cráteres y
escombros, así como los desgarradores restos de aquellos que perdieron la vida
en este terrible conflicto.
Las cicatrices de la guerra son profundas y
visibles en cada rincón de este lugar. Las trincheras que antes eran el refugio
de los soldados están ahora llenas de desesperación y desolación. La humanidad
parece haberse desvanecido en medio de la violencia y el sufrimiento.
Las ratas se han convertido en una presencia
constante, acechando las trincheras en busca de cualquier rastro de comida o
carroña. Estos roedores voraces son un recordatorio constante de la miseria que
hemos enfrentado aquí. La lucha por la supervivencia se ha vuelto tan
implacable como la guerra misma.
Padre, no puedo evitar pensar en los horrores
que hemos presenciado y sufrido en este lugar. Cada día es una lucha no solo
contra el enemigo, sino también contra las condiciones adversas y la
desesperación que amenazan con consumirnos. Rezo por que un día en que esta
pesadilla termine y puedan volver a casa, lejos de este sombrío y desolado
campo de batalla.
Es sumamente complicado hallar palabras o
adjetivos calificativos que puedan capturar de manera precisa la desolación que
impera en este sitio. La desesperación y el sufrimiento son compañeros
inquebrantables de quienes nos hallamos en las trincheras, donde la sombra de
la muerte parece acecharnos incesantemente.
El alma de Verdún se ha sumido en una
oscuridad insondable, y en medio de esta realidad abrumadora, es difícil
concebir la posibilidad de un futuro lleno de esperanza y paz. Desde esta
trinchera, padre, te lo afirmo con pesar en mi corazón. Los horrores de la
guerra se manifiestan en cada rincón de este lugar desolado. El dolor y la
angustia se entrelazan con cada aliento que tomamos, y la incertidumbre nos
consume día tras día. Aquí, a mi lado, yacen los cuerpos de más de tres
soldados de diferentes nacionalidades: ingleses, alemanes, franceses... Quién
sabe. Si pudiera, les pediría que te confirmaran estas palabras.
Pero, a pesar de todo, aún mantengo la
determinación de perseverar y de no perder la fe en la humanidad. A través de
la adversidad, surge la valentía y la fortaleza de aquellos que luchan en estas
trincheras. Mi deseo más profundo es que, algún día, la paz regrese a esta
tierra marcada por la guerra, y que Verdún pueda encontrar la serenidad y la
belleza que alguna vez tuvo.
Hablando de trincheras, permíteme
describírtelas al estilo de Allan Poe[11].
Sé que no te agrada mucho este poeta, crítico y periodista del siglo pasado,
pero sabes que es mi debilidad y seguramente conservas mi más preciada obra,
"El cuervo", que te pedí que cuidaras en mi ausencia. Indudablemente
debes recordar cuando me lo regalaste, aunque al principio te negaste porque
argumentabas débilmente que la oscuridad de ese estadounidense no era nada
buena para mi educación. Pero padre, hoy puedo decirte que hay más vida en
cualquier texto, poema o cuento de Allan Poe que en la siniestralidad de la
guerra. Pero volviendo al relato impactante y terrorífico al estilo de mi
escritor favorito, sería así, padre: "Las trincheras son como tumbas
abiertas, excavadas en la tierra y sostenidas por paredes de madera y arena. El
aire dentro de las trincheras es espeso y asfixiante, con un olor nauseabundo
que proviene de la falta de higiene y la muerte. Los sonidos de la guerra, los
bombardeos y los disparos, se escuchan en todas partes, como si fueran el
latido del corazón de un monstruo que acecha en la oscuridad".
Pero lo peor de todo, papá, son los horrores
que presencio día a día. La muerte está presente en cada rincón, en cada
mirada, en cada respiración. Es difícil conciliar el sueño, incluso cuando los
bombardeos cesan, ya que las pesadillas siempre están presentes. Me duele
decirte esto, pero también he perdido algo muy valioso en medio de toda esta
guerra infernal. Creo que te diste cuenta al comienzo de la carta del tono
oscuro de lo que estoy viviendo.
Sí, padre, hablo del testigo pendular, ese
hermoso reloj de bolsillo Patek Philippe[12]
que me obsequiaste, al igual que el abuelo lo hizo contigo. Es un tesoro que
lleva consigo la historia de nuestra familia y que ha sido testigo de momentos
significativos en nuestras vidas
Recuerdo aquel día en la estación cuando me
diste el antiguo reloj de bolsillo de la familia. Era el reloj suizo Patek
Philippe que tu abuelo compró en Austria en el siglo pasado, un tesoro que
simbolizaba nuestra historia y el amor que nos une. Me lo diste con tanto
cariño antes de despedirme de ti, sin saber que ese reloj algún día
desempeñaría un papel crucial en mi supervivencia.
La noche en la trinchera de Verdún era un
abrazo lúgubre que aprisionaba nuestros sentidos. La oscuridad era tan densa
que parecía tener una vida propia, un ente malevolente que se aferraba a
nosotros con garras invisibles. Los murmullos de los compañeros se
entremezclaban con el olor a humedad y miedo que flotaba en el aire, una
combinación nauseabunda que se filtraba en cada poro de nuestra piel.
El mando nos ordenó patrullar en la penumbra,
como guardianes en la antesala del infierno, con la misión de mantener a raya
al enemigo que avanzaba sigilosamente hacia nuestra trinchera. El silencio era
tan profundo que podías oír el latido acelerado de tu propio corazón, un eco
sordo en medio de la negrura.
Nuestro comandante, quien minutos atrás sostuvo una tensa discusión con un general y un mayor, aparentaba haber venido de una reunión crucial, algo inusual para un alemán curtido por años de guerra. Apenas tengo un vago recuerdo de él, y temo que esta será la última vez que lo vea. Sin embargo, nos encomendó una tarea que, en apariencia, parecía simple: una patrulla de rastreo. Pero permíteme aclararte, padre, que el típico patrullaje de rastreo en estas circunstancias se asemeja a ponerse una guillotina en la cabeza.
Antes de emprender la tarea, bebimos algo para reunir el último coraje. El comandante, al ver nuestros rostros jóvenes y hambrientos, pareció compadecerse y mostrar un destello de humanidad en su gélido corazón alemán. Luego, nos pintamos la cara a para camuflarnos en la oscuridad, esperando pasar desapercibidos ante el enemigo.
Sin embargo, en medio de esa noche hambrienta y agotadora, nada parecía sencillo. Apenas podíamos ver más allá de nuestras narices, y el cansancio se hacía sentir en cada paso, como si el suelo mismo quisiera devorarnos.
De repente, cuando avanzamos aproximadamente 1000 metros, un tumulto de voces inglesas, acompañado por el destello de una bengala lanzada por uno de nuestros centinelas, desató el caos. La batalla estalló como un trueno en el corazón de la oscuridad, dejándonos aturdidos y desorientados. Nos encontrábamos atrincherados, luchando en una lluvia mortal contra el alambre de púas, el barro y un enemigo cuya identidad se perdía en el negro manto de la noche, como sombras emergiendo desde las profundidades del averno. Era un infierno hecho realidad, padre, y la bronca ardía en cada uno de nosotros mientras luchábamos por nuestra supervivencia en ese pandemonio sin fin.
Mis compañeros yacían inertes a mi alrededor, víctimas de una emboscada sorpresa que nos había golpeado por la retaguardia. Las bajas habían sido devastadoras; casi todos habían caído. Solo Lukas Richter, un joven de 18 años con los ojos llenos de inocencia y miedo, y yo habíamos logrado escapar de esa pesadilla. Lukas me recordaba a mí mismo cuando llegué a esta división en Verdún hace dos años, lleno de juventud y esperanza, antes de que la guerra nos consumiera y nos arrojara al abismo de la desesperación.
La munición escaseaba en mi fusil Mauser 98[28], y dentro de tanto caos, no sabía dónde se había caído mi Parabellum[29]. La tensión se apoderaba del aire mientras luchábamos por mantener a raya al enemigo. Abatí a dos de ellos en la oscuridad, sus cuerpos cayendo como títeres rotos en medio del caos, y sobre Lukas no sabía nada. Solo traté de gritar su nombre en un susurro, pero el estruendo de la batalla ahogaba mi voz. La verdad es que no sabía dónde estaba, pero sin darme cuenta y al perder el tiempo esperando a que se iluminara el campo de batalla con la última bengala disparada por nuestro centinela, apareció el tercero, una figura siniestra que emergió de las sombras, sosteniendo el afilado Cuchillo de Combate Pattern 1907[30] británico, ahora brillando con malévola intención.
Su hoja se clavó en mi bolsillo del uniforme, rasgando mi piel y desgarrando la tela. En el proceso, mi reloj de bolsillo, el amuleto de la suerte que me diste, padre, se perdió en un instante, sepultado en el lodo de la batalla. Forcejeamos en la oscuridad, mi vida pendiendo de un hilo, pero finalmente logré rechazar al soldado y tomar su cuchillo. Fue un acto de supervivencia, padre, un instante de vida o muerte en el que no había margen para la reflexión. Puse fin a su vida, no con alegría, sino con la certeza de que era él o yo.
Solo pude ver en el cuello de su camisa el número 715, probablemente el número de su compañía Britanica. Aunque mi corazón se llenó de tristeza al hacerlo, como tú decías, padre, es desgarrador quitarle la vida a otro ser humano, y en ese momento comprendí el peso de tus palabras. La guerra nos había arrebatado la inocencia y nos había convertido en máquinas de supervivencia, obligándonos a tomar decisiones difíciles que jamás habríamos imaginado en tiempos de paz.
Herido y con la munición agotándose, tomé el único casco de un soldado inglés caído para ocultar mi identidad y me hice el muerto junto a aquellos tres soldados de diferentes nacionalidades de los que te hablé anteriormente. Me camuflé en la oscuridad, embadurnándome con el lodo que cubría el suelo, mimetizándome con la penumbra. La tensión alcanzó su punto máximo cuando tres soldados enemigos pasaron cerca, hablando nuevamente en inglés. Me hice el muerto, incluso cuando uno de ellos me pisó la mano y me tocó con lo que parecía ser un Lee-Enfield Mark III[13], el rifle que utilizaban los soldados británicos. La noche era tan oscura que no llegué a verlo claramente; mejor dicho, permanecí inmóvil, como si estuviera sin vida, mientras el enemigo intentaba verificar si aún estaba vivo.
Minutos después de que el escuadrón inglés se retirara, me puse de pie con sumo cuidado. En ese preciso momento, una bengala volvió a iluminar el cielo, atrayendo hacia mí una bala enemiga que cortó la oscuridad y se incrustó en mi cuerpo. La herida fue infligida por Lukas, quien no pudo reconocerme en medio de la penumbra. Al ver la iluminación que proporcionó la bengala y al darse cuenta de que su disparo había alcanzado a su propio cabo, quien llevaba un casco británico, su rostro reflejó angustia.
A pesar de la agonía que me envolvía como un manto oscuro, mantuve un silencio inmutable, sin mover ni un músculo. El soldado que había disparado, al darse cuenta de su terrible error, se disculpó con pesar en su voz. Aunque el dolor era insoportable, le mentí, asegurándole que estaba bien. No quería que el peso de su equivocación lo atormentara en medio de la cruenta batalla.
La bengala en el cielo parecía haber traído consigo una pausa en el combate, como si el tiempo mismo se hubiera detenido en aquel instante, iluminando el campo de batalla y revelando los rostros cansados y asustados de los soldados que luchaban en la penumbra. Mi uniforme empapado en sangre y el dolor punzante que sentía eran un recordatorio constante de la fragilidad de la vida en medio de la guerra.
A medida que la bengala se apagaba, el sonido de los disparos y los gritos de los hombres volvían a llenar el aire, y supe que debía encontrar refugio antes de que la oscuridad se apoderara nuevamente del campo de batalla. Con un último vistazo a Lukas, quien seguía visiblemente afectado por su error, me arrastré hacia la seguridad de la trinchera más cercana, preguntándome si sobreviviría para ver otro amanecer en aquel infernal infierno de la Primera Guerra Mundial.
Finalmente, Lukas se alejó en busca de ayuda, aunque las dudas sobre sus posibilidades de sobrevivir en ese oscuro y peligroso campo de batalla se arremolinaban en mi mente. Mientras esperaba en la oscuridad, la noche se cerraba sobre mí, envuelta en el lamento de la guerra y en la incertidumbre de lo que el futuro me deparaba en esa trinchera maldita. Padre, no te preocupes, ya tengo el sobre con esta carta y, cuando termine de escribir estas palabras, lo dejaré sobre mis manos, como un último acto de fe. Si Lukas regresa o la madrugada me acecha ya sin vida, espero que esta carta llegue a tus brazos, como una plegaria en medio del caos y la oscuridad de Verdún.
Padre, me encuentro desprovisto de los
vocablos idóneos para exteriorizar la tristeza que embarga mi ser ante la
pérdida del reloj. Conozco su valor sentimental inconmensurable para ti y para
nuestra estirpe. Mi pesar es hondo y anhelo ardientemente que puedas concederme
tu perdón. En medio de esta contienda despiadada, donde la propia existencia se
suspende en un delicado hilo, resulta arduo preservar intactos todos los
tesoros que poseemos.
Aunque el reloj se haya perdido físicamente,
su significado y el amor que representa siguen vivos en mi corazón. Espero que
algún día, cuando la paz vuelva a nuestro país y podamos reconstruir nuestras
vidas, podamos encontrar consuelo y recuerdos en las historias que nos unen
como familia.
Hasta entonces, papá, seguiré luchando y
sobreviviendo lo poco que me queda en este infierno, recordando siempre la
importancia del reloj Patek Philippe que ahora descansa en las profundidades de
la trinchera de Verdún, como testigo mudo de los sacrificios y las pérdidas que
enfrentamos en esta guerra sin sentido.
Como ya te he mencionado previamente, estimado
padre, creo que han transcurrido las horas pasadas del alba, con una
aproximación cercana a las 5 menos veinte, aunque ya no tengo a mi alcance tu
estimado reloj familiar que me proveía de esta información precisa. En esta
realidad desprovista de un indicador temporal tangible, la percepción del
tiempo se desvanece ante la persistencia del estruendo de los bombardeos, los
cuales irrumpen en mis sentidos con una cadencia marcada, aproximadamente cada
veinte minutos. Este constante asalto acústico impide que mis párpados se
fusionen en un reposo sereno y vivido.
Los veteranos en este conflicto aseguran que
tal fenómeno es consecuencia de un instinto primordial de supervivencia. Sin
embargo, confieso, querido padre, que para mi discernimiento juvenil, esta
situación engendra una amalgama de emociones: locura, estrés, miedo y una eufórica
adrenalina que galopa sin freno alguno. Sea cual fuere el motivo subyacente,
solo he logrado encontrar una suerte de lógica en un pensamiento o máxima que
emergió en mi mente en noches recientes: "La guerra anida en mis
pensamientos, y aunque mi ser anhela la dulce oscuridad del descanso, la
impaciencia por la anhelada paz se yergue como vigilia que me despierta del
sueño".
Por ende, padre amado, te ruego comprensión
ante esta realidad tan precaria de tiempo y sueño en la que me encuentro
inmerso. El reloj de la familia, cuya posesión me ha sido arrebatada, ya no
puede conferirme el conocimiento horario que tanto ansío. No obstante,
perseveraré en este teatro de horrores, consciente de que el fragor de los
bombardeos, con su cadencia constante, es la única sinfonía temporal a la que
puedo aferrarme en medio de esta cruel contienda.
Por eso, padre, te darás cuenta tan solo por
esta carta de que Verdún es el corazón mismo de la Primera Guerra, o como ya se
le llama en las trincheras, la gran guerra. Pero mejor quedaría, como decimos
en la tropa, llamarla la gran mentira.
Antes de proseguir, también deseo disculparme
por el desacuerdo que tuvimos en nuestra última conversación. Ahora me doy
cuenta de que debería haber escuchado tus sabias palabras: "La guerra es
una mierda que solo los pobres tienen que soportar, mientras que los ricos
cuentan su dinero detrás de un mostrador de mármol. Si realmente quieres saber
quién está ganando la guerra, sigue el rastro del dinero y verás que no está en
las trincheras, sino en los bancos". Pero mi orgullo y mi juventud
nacionalista no me permitieron hacerlo. Te ruego que saludes a mamá y le digas
que la extraño mucho. Trata de no ser tan cruel con ella, sé que nunca lo
fuiste y no lo eres, pero trata de comprenderla y acompañarla porque a partir
de hoy no estaré más sobre su regazo.
Sé que ha pasado mucho tiempo desde que nos
vimos por última vez, desde que me despediste con lágrimas en los ojos y un
abrazo fuerte. Aún puedo sentir el calor de tus brazos y el sonido de tu voz
diciéndome lo mucho que me querías y lo orgulloso que estabas de mí.
Quiero contarte que aquí, en la guerra, todo
es distinto a como lo imaginé. No hay heroísmo ni gloria, solo dolor, miedo y
muerte. Me acuerdo de cuando era niño y me llevabas a pescar al río, cómo me
enseñabas a lanzar la caña y a esperar pacientemente a que el pez picara el
anzuelo. Para mí, eras un héroe, el más fuerte y valiente de todos. Quería ser como
tú cuando fuera grande, un hombre sencillo, honesto y trabajador.
Recuerdo también la historia del lobo que
atacaba el ganado, cómo te enfrentaste a él con una simple escopeta y tu
astucia. Para mí, eras un guerrero, un defensor de la vida y de lo que amabas.
Pero la guerra es diferente, padre. Aquí no hay astucia ni justicia, solo
crueldad y estupidez. Si hubiera escuchado tus palabras, si hubiera entendido
la importancia de la vida y de la paz, quizás no estaría aquí, en un lugar
donde la muerte es la única certeza.
Pero ahora, padre, tengo que confesarte algo que me consume el alma. El General, aquel que se cree Napoleón, nos ha encomendado una misión que se asemeja a una sentencia de muerte. Lo sé, suena exagerado, pero en estos días, en este lugar, todo parece conducir al suicidio. Nos han destinado a una posición sin ninguna posibilidad de victoria, solo para desgastar al enemigo. Perdona, padre, por repetirte esto; ya te lo mencioné al principio de esta carta y el responsable no fue el Mayor, sino un Comandante Supremo (Generalfeldmarschall)[23] cuyo nombre ni siquiera recuerdo. La causa de la herida que me aqueja en el costado, como mencioné antes, probablemente me está afectando la fiebre, papá, y me hace repetir las mismas cosas sin retener lo anterior. Sin embargo, continúo.
La locura ha tomado el control de los hombres
en estas trincheras, donde el miedo y la desesperación son compañeros
constantes. Sus rostros están marcados por la fatiga y la desesperanza, y solo
algunas pocas sonrisas ocultan un profundo conocimiento en el Síndrome de
Estrés Postraumático. Es como si la guerra hubiera despojado a los hombres de
su humanidad.
Con el fin de que alcances una comprensión más
íntegra del ámbito en el cual me hallo inmerso, permíteme relatar la siguiente
tesitura: El mariscal Von Paul Müller, quien, en medio del combate, perdió
irremediablemente uno de sus brazos, se enorgullece en afirmar que, en aras de
la camaradería, lo ha prestado al teniente Hans Bauer. Sin embargo, el
teniente, con una insistencia férrea, jura y perjura haberlo restituido. Se
asemeja, a primera instancia, a una sátira jocunda sobre los estragos bélicos;
empero, en su seno yace una melancolía de tal hondura que mengua toda
propensión al regocijo. ¿Hacia qué paradero se han encaminado los juicios de
estos infortunados varones? ¿Cómo es posible que la demencia inherente a la
guerra permita la abstracción burlesca en torno a la amputación de un miembro
corpóreo? Tal es un ejemplo palmario de cómo el conflicto bélico nos instila
una perspectiva distorsionada, en la que todo se antoja acorde a la normalidad
y la muerte campea siempre presente. En ocasiones, me planteo con afán
introspectivo: ¿Cuántos brazos, piernas o vidas más habrán de perecer antes de
que alguien, en un acto de lucidez, adquiera conciencia de que esta guerra es
una insensatez desprovista de sentido alguno?
Hace unos días vimos algo que nos dejó
atónitos. Era un tanque de guerra, algo que nunca antes había visto. En las
trincheras no se habla más que de ese monstruo de hierro, padre. Era como una
bestia de metal, imponente y amenazante. Los muchachos de la tropa decían que
era la nueva arma del enemigo, algo muy impactante en aquellos hombres
famélicos y desnutridos que padecían a mansalva esta estúpida guerra. Aunque yo
solo veía una máquina fría y cruel, incapaz de sentir el dolor de los hombres
que destruía.
La tropa se encontró con una bestia de hierro
en el campo de batalla, algo que nunca habíamos visto antes. Era una máquina de
guerra de dos metros de altura, con placas de acero gruesas como murallas y
cañones de gran calibre montados en su torreta. Era un monstruo de aspecto
intimidante, rugiendo como un demonio mecánico mientras avanzaba lentamente
sobre la tierra arrasada.
Se trata de uno de los primeros prodigios
bélicos, un avance de la ciencia marcial contemporánea, un hito tecnológico
según aseveran los eruditos. A fin de que comprendas, padre mío, la palabra en
cuestión no resuena en mis oídos con familiaridad alguna, a pesar de mi afán
lector insaciable. "Tuve la fortuna de contar entre mis compañeros de
armas con un tal Klaus, apodado como 'Der Kleine' ('El Pequeño'), a pesar de
que su estatura alcanza los dos metros diez centímetros. Resulta que este
individuo es lo que se conoce como lexicógrafo o lexicólogo." Cabe mencionar que, hasta cierto punto, atisbo su significado: se
trata de aquellos sabios en las artes del lenguaje y su significación, quienes
se dedican al estudio y análisis de los compendios léxicos. Fue este individuo
quien me ilustró acerca del origen de la voz "tecnología", que
proviene del griego τέχνη (téchnē), que denota arte, oficio o destreza. Por
ende, la tecnología no es mera cosa, sino un proceso, una facultad para
transformar o combinar elementos preexistentes y forjar algo nuevo o brindarle
un propósito alterno. Presiento que esta palabra cambiará el curso de la
humanidad. No obstante, recalco, no soy dado al pesimismo, padre mío, pero las
bajas son descomunales y nuestros únicos aliados son el Mariscal Neurosis de
Guerra, el Teniente Fatiga de Combate, el Mayor General Trastorno de Ajuste, el
Brigadier General Trastorno de Estrés Agudo y el Coronel Trauma de Guerra.
Ahora comprenderás la magnitud de nuestra precaria situación.
El tanque británico, según escuché de un
soldado británico herido, con orgullo en su voz, exclamó: "The British
tank is a marvel of engineering!" Lo que significa: "¡El tanque
británico es una maravilla de la ingeniería!" Su orgullo por el invento de
su país era algo asombroso, pero para mí, era simplemente una máquina fría y
cruel, incapaz de sentir el dolor de los hombres a quienes destruía.
Lamentablemente, ese soldado británico, ahora convertido en prisionero, había
sido testigo de cómo esa formidable creación británica se convirtió en la
desgracia de nuestros compañeros. Ellos se encontraron atrapados en un callejón
sin salida, con el coloso de acero bloqueando su única vía de escape. Hans, Fritz, Wolfgang y "el
pequeño", lucharon valientemente, pero sus esfuerzos resultaron en
vano ante la imponente potencia del tanque. Gerhard, el más valiente de todos,
lideró la lucha con determinación.
Gerhard, el joven rubio de ojos como la mar,
tenía una habilidad especial para contar historias. Siempre pensé que su
destino no estaba en el frente de batalla, sino cerca de una chimenea,
escribiendo historias que inspirarían a generaciones futuras. Pero la crueldad
de la vida nos arrebató su futuro y su talento.
La escena fue más bien tragicómica que
heroica. Yo estaba empapado hasta los huesos, y no de la lluvia, sino del barro
pegajoso de la trinchera. Cargando una granada en mi mano, corrí hacia el
tanque, tropezando y resbalando en el camino. Parecía más un payaso que un
soldado, pero tenía que hacer lo que debía hacer. Cuando llegué lo
suficientemente cerca, lancé la granada hacia la bestia de acero, y corrí de
vuelta hacia mi refugio. Una explosión ensordecedora me obligó a cubrirme los
oídos, y cuando la humareda se disipó, vi al tanque destrozado, como un gigante
caído en el barro.
Y así fue como la tecnología más avanzada de
guerra fue derrotada por el barro, uno de los enemigos más antiguos del hombre.
A veces, las cosas más simples son las más efectivas. Pero, ¿qué significa todo
esto en el gran esquema de las cosas? ¿Cuántos hombres y tanques se necesitan
para cambiar el curso de la historia? Tal vez nunca lo sabremos, pero una cosa
es cierta: la guerra es un juego cruel y absurdo, y nadie sale ganando en él.
Pero, al adentrarnos en una reflexión más
profunda, ¿quién realmente es el culpable en una guerra por el uso de
determinadas armas militares? En el bando inglés se encuentran los tanques,
mientras que en nuestro bando se emplean algunos de los gases más infames
utilizados en el conflicto. Puedo identificarlos con precisión, siendo un
bioquímico con un máster en agentes mortales.
Aquella noche, en medio de la oscuridad que
envolvía el campo de batalla, el penetrante olor del gas cloro se cernía en el
aire como una maldición verdosa. Los cilindros metálicos abiertos por el
enemigo liberaban esta sustancia mortal que, al entrar en contacto con el aire,
se transformaba en un veneno amarillo-verdoso. Era como el mismísimo infierno
en la tierra, y las trincheras de Verdún se llenaban de una niebla densa y
tóxica. Los soldados aliados, con sus rudimentarias máscaras de gas, luchaban
por mantener la calma mientras sus ojos, narices y gargantas ardían con cada
inhalación. Algunos, desprotegidos, caían al suelo tosiendo y gimiendo en
agonía, incapaces de resistir el asalto del gas cloro.
Sin embargo, el enemigo, como nos denominan
ellos, parecía ganar terreno y dictar el curso de la historia, como si fuera
una verdad inmutable. Pero nosotros no nos deteníamos ahí. Siguiendo una
macabra sinfonía de destrucción, el gas mostaza, conocido como "yperita"[14],
se unía al horror. Ya fueras un soldado en las trincheras o un civil en una
ciudad bajo asedio, el gas mostaza no discriminaba. Como un demonio invisible,
este agente vesicante arrojaba un manto de terror sobre el campo de batalla. El
simple contacto con la piel generaba ampollas llenas de un líquido doloroso que
parecía arrancar la carne viva de sus víctimas. Mientras tanto, aquellos que
inhalaban la yperita luchaban por respirar, sus pulmones se llenaban de un
veneno que los atormentaría hasta su último aliento.
El fosgeno, el tercer protagonista aterrador
en esta guerra química, era igualmente implacable. Invisible e incoloro, este
asesino silencioso se infiltraba en los pulmones sin previo aviso. Los soldados
apenas notaban su llegada, y sus efectos letales se manifestaban lentamente. La
angustia de la exposición al fosgeno no tenía límites, ya que sus víctimas sufrían
una tortura interna, con sus pulmones llenándose de líquido mientras sus vidas
se extinguían en agonía.
Así, en medio de la carnicería de la guerra,
los tanques ingleses avanzaban por el campo de batalla como monstruos de acero,
mientras que los gases mortales se cernían como sombras letales sobre aquellos
que tenían la desgracia de enfrentarlos. En esta absurda lucha, como me dijiste
hace dos años atrás, son los pueblos quienes pagan el precio con sus vidas. Y
estas palabras, querido padre, resonaban con una amarga verdad mientras el
horror se desplegaba en toda su crudeza en las trincheras y los campos de
batalla de la Gran Guerra o, como bien te he dicho, la gran mentira.
Siento la carga de la sangre derramada en mis
manos, el peso abrumador de vidas que he arrebatado. Dudo si podré soportar
esta carga durante el resto de mi existencia. Pero lo que más me aflige,
querido padre, es comprender que nada cambiará, que la guerra proseguirá
implacable, y nuevos jóvenes ocuparán mi puesto, condenados a ver sus vidas
segadas sin piedad.
Padre mío, te remito esta LOA[15]
que en la segunda noche desde mi llegada a la trinchera, brotó de mi insomnio
febril. Atribuyo a la vigilia perpetua la fuente de esta inspiración, aunque
tú, en tu sabiduría, seguro ya lo sabes, pues en alguna ocasión te lo habré
referido. El poema, un título digno de mención, responde al nombre de "El
Eco Silencioso de Verdún". Mientras lo compuse, mi mente se desvanecía en
la figura de ustedes, mis progenitores. Ruego, de todo corazón, que mamá lo
lea, procurando así acortar la distancia que nos separa, aun cuando en estos
días la complejidad de mi partida lo dificulta.
"El Eco Silencioso de
Verdún"
¿Es esto acaso la heroica epopeya, entregar
la vida en tan funesta danza? Padre mío, en mi alma, en esta pelea,
remordimiento y dolor se entrelazan.
Verdún, donde el campo se tiñe de rojo,
almas desgarradas, sueños desvanecidos. Las trincheras, moradas de dolor y
enojo, donde la muerte aguarda, implacable, escondida.
Franceses, con miradas retadoras y
valientes, custodian tierra anhelada en ardiente clamor. Sus balas, suspiros
envenenados, imprudentes, uniformes azules, estandartes de temor.
En cada embate, danza macabra se desata,
cuerpos caen, hojas marchitas al viento. Artillería estruendosa, sinfonía
infernal, ingrata, agonía susurra en cada balazo cruento.
En Verdún, la belleza se desvanece en el
aire, esperanza desangrada en trincheras de fango. Locura y valentía en un
baile singular y siniestro, vida y muerte, abrazo eterno, eterno rango.
Gloria y grandilocuencia no tienen cabida,
solo brutalidad, guerra desgarrando almas. En este panorama, mi espíritu se aniquila,
voz perdida en el eco silencioso, calmas.
Padre, perdona mi flaqueza y vacilación,
pues en esta carnicería, mi ser se quiebra. Juventud, fulgor, desvanecidos en
la oscuridad, peso del arrepentimiento, dolor, asedia.
En tierra manchada, sangre y lágrimas,
dolor, versos se desvanecen, suspiros en el viento. La guerra clama héroes,
mártires, clamor, mas en mi corazón, no hallaré aliento.
Perdóname, padre, por no ser el hijo audaz,
en esta guerra infernal, desolación me envuelve. Mi voz se pierde en el clamor
de la tempestad, espíritu que se desvanece, Verdún resuelve.
Desde las profundidades más insondables de mi
ser, plasmo estas palabras con el afán de hallar una razón o, quizás más bien,
un manto de tranquilidad en este tormentoso infierno que me consume. Consciente
de que mi tiempo se agota, que la bala final podría atravesar mi ser sin previo
aviso, antes de que tal desenlace acontezca, necesito que sepas que te amo con
una intensidad abrumadora y que tus enseñanzas, tu amor, siempre serán parte
esencial de mi existencia.
Mi corazón palpita con vehemencia mientras te
confieso este sentimiento, un amor que se desborda como un torrente indomable.
En este laberinto de caos y desolación, tus palabras y gestos han sido el faro
que ilumina mi oscuridad, la brújula que guía mis pasos errantes. A través de
tus enseñanzas, he aprendido el valor de la resiliencia y la determinación, la
importancia de abrazar las cicatrices y aprender de ellas.
Que el latido de mi corazón y las fuerzas de
tus palabras reverberen, formando una sinfonía de amor y sabiduría en mi
interior. A pesar de los horrores que nos rodean, mi ser se aferra a la
esperanza y al recuerdo de tus afectuosos abrazos. Eres mi refugio en medio de
la tempestad, el ancla que me impide naufragar en un mar de desesperanza.
Así que, con afecto y nostalgia, te escribo
desde las trincheras de mi alma en guerra. Mi pluma, oxidada por el dolor,
intenta dar voz a los silenciados, a aquellos que se ven atrapados en las
garras del conflicto.
Intentó padre que mis palabras sean la rabia de
los que no pueden gritar, el lamento de los corazones rotos y la resistencia de
los que se niegan a rendirse. Porque incluso en medio del caos, en medio de la
violencia y la destrucción, hay una pequeña llama de esperanza que se niega a
apagarse.
Perdona mi debilidad, padre, y si estas
palabras no son del todo legibles. Siento que mis fuerzas se desvanecen, y
quizás este sea el destino que me aguarda. Sin embargo, quiero que sepas lo
siguiente con toda la profundidad de mi ser y en cada fibra de mi espíritu
agotado:
En este instante, en medio de la penumbra y la
incertidumbre, quiero que sientas con toda la intensidad posible el amor que
albergo por ti, mi amado progenitor. Este amor será eterno, un legado que
perdurará en mí, en cada uno de mis actos y en cada suspiro que escape de mis
labios. Que esta carta, en la que mis últimas palabras se plasman, se convierta
en un testimonio imperecedero de mi devoción hacia ti. Que sea un lazo
irrompible que una nuestras almas, a pesar de la distancia y la adversidad.
La melancolía me envuelve en este preciso instante, pero también me impulsa a encontrar una última ráfaga de fuerza para plasmar estas palabras. Mi corazón late con intensidad, consciente de que estas líneas podrían ser mi adiós en el fango implacable de Verdún. Aun así, deseo que albergues en tu corazón la certeza de que, aunque mi cuerpo flaquea, mi amor por ti perdurará como una llama inextinguible en lo más profundo de mi ser. Antes de mi inminente despedida, padre, no te preocupes; llevo conmigo mi 'Erkennungsmarke'[16], que se traduce como 'placa de identificación'. Si en un instante cruel me encuentra la muerte en esta situación crítica, la cual, quizás, no te haya mencionado aún, o tal vez ni recuerdo lo que dijo. Perdona, pero esta herida vuelve a abrirse, sacándome las últimas fuerzas. La pérdida de sangre es mortal en estos casos, pero, padre, como te mencionaba, un compañero prometió regresar con ayuda y no ha vuelto. Han pasado más de 40 minutos, según mis cálculos. Viendo esta situación, me aseguraré de quitarme el casco inglés y dejaré la maldita placa en mi cuello para que puedan identificarme y enviarte una carta burocrática. Puedo ver en mi mente tu figura, querido padre, mientras lees estas líneas. Aunque me encuentre en la oscuridad de este momento, no puedo evitar que una sonrisa asome en mi rostro al imaginar que abres la carta con el remitente 'Estimado señor Heinrich Müller'. Permíteme reír, padre, incluso si es la última risa que brota de mí. En cada risa mía, se deslizan mis pensamientos hacia ti.
"Papá, no quiero olvidarme de decirte que
en la vida, no todo es tristeza. La vida triunfa sobre la muerte, y si te
preguntas por qué, la respuesta es simple: siempre nace más gente de la que nos
deja, y en esa continua renovación encontramos la esperanza."
"Con todo mi amor y mi último aliento, Tu muchacho: Friedrich"
(Mit all meiner Liebe und meinem letzten Atemzug, Dein Junge: Friedrich)
Fin.
"El próximo jueves, 5 de octubre de 2023, yo, Thomas
A. Riani, me comprometo a compartir la segunda parte de este emocionante cuento
en la que el padre responde a la carta de su hijo en sus pensamientos. Estoy
ansioso por compartir esta continuación contigo, querido lector, y te invito a
visitar este hermoso blog en el siguiente enlace: https://artesyletrasdevalencia.blogspot.com. Hasta entonces, ¡mantente al tanto!"
[1] Verdún es una ciudad
histórica ubicada en el noreste de Francia, en la región de Gran Este (Grand
Est), cerca de la frontera con Bélgica y Luxemburgo. La ciudad es conocida por
varios eventos y lugares de gran importancia histórica.
[2] "Thermen" y "Wellness-Oasen" son términos en
alemán que se utilizan para describir lugares de relajación y bienestar.
[3] El río Mosa, conocido
como Maas en neerlandés y como Meuse en francés, es uno de los ríos más
importantes de Europa Occidental. Fluye a través de varios países, desempeñando
un papel crucial en la geografía y la historia de la región.
[4] La lavanda en Provenza
es una imagen icónica y un atractivo turístico de la región de
Provenza-Alpes-Costa Azul en el sureste de Francia.
[5] ("Notre-Dame" es una
expresión francesa que significa "Nuestra Señora" en español.)
Catedral de Notre-Dame de París es uno de los monumentos más emblemáticos de
París y de toda Francia.
[6] Carlos Magno, también
conocido como Carlomagno o Carolus Magnus, fue un destacado líder y monarca de
la Europa occidental durante la Edad Media.
[7] Juana de Arco, también
conocida como Jeanne d'Arc en francés, fue una figura histórica destacada de la
Guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra en el siglo XV.
[8] Víctor Hugo fue un
influyente escritor, poeta y dramaturgo francés del siglo XIX, conocido por su
prolífica producción literaria y su participación activa en la política de su
época.
[9] Napoleón Bonaparte,
conocido comúnmente como Napoleón, fue un líder militar y político francés que
desempeñó un papel central en la historia de Francia y de Europa durante la
Revolución Francesa y el período posterior.
[10] "Scheherazade"
es una referencia a una figura literaria y un cuento que aparece en "Las
mil y una noches" (también conocido como "Los cuentos de las mil y
una noches" o "Las noches árabes").
[11] Edgar Allan Poe fue un
escritor y poeta estadounidense, reconocido por sus obras en el género de la
literatura gótica y el relato de terror.
[12] Patek Philippe es una prestigiosa marca suiza de relojes de
lujo, ampliamente reconocida por la calidad, precisión y elegancia de sus
relojes.
[13] El Lee-Enfield Mark
III, a menudo abreviado como SMLE Mk III, fue un fusil de cerrojo empleado por
el Ejército Británico y otras naciones durante la Primera Guerra Mundial y la
Segunda Guerra Mundial, así como en conflictos posteriores.
[14] La yperita, o gas
mostaza, es un agente químico de guerra que se utilizó ampliamente durante la
Primera Guerra Mundial y en otros conflictos posteriores.
[15] En el ámbito militar y
de seguridad, "LOA" puede significar "Línea de Observación y
Advertencia" Se utiliza para designar una línea en un mapa o en el
terreno que marca el límite más cercano desde el cual se pueden realizar
observaciones y advertencias antes de cruzar una frontera o entrar en una zona
de alto riesgo.
[16] En el ámbito militar, una "Erkennungsmarke" es una chapa de identificación que lleva información personal, como el nombre, número de identificación y unidad, y que a menudo se usa para identificar a los soldados en caso de lesiones o fallecimiento en combate.
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