Tiempos Oscuros - Capítulo II: Final
CAPÍTULO SEGUNDO
(Kapitel Zwei)
"Atención" - (Achtung)
En el siguiente relato, el autor se adentra en la tarea de concebir la carta que un padre escribe a su hijo un año después de perderlo en Verdún. Esta encomienda lo sumerge en una atmósfera saturada de un profundo sentimiento de tristeza, pesar y desdicha. En este contexto, se hace manifiesto con claridad que aquel que no ha experimentado el sufrimiento en su propia piel, carece de la capacidad para comprender plenamente ni empatizar con el dolor ajeno. Se asemeja, en efecto, a un conocimiento que reside detrás de una puerta secreta, una llave que solo aquellos que han atravesado el umbral del dolor pueden verdaderamente poseer.
En última instancia, este relato nos evoca el antiguo aforismo: "El alma solo alcanza una comprensión profunda cuando el corazón ha experimentado con intensidad". En otras palabras, para comprender plenamente el sufrimiento de otra persona, se requiere haber experimentado una dosis de dolor en nuestras propias vidas. El sufrimiento, de alguna manera, nos conecta a un nivel más profundo y humano, desvelando la verdadera fragilidad y la belleza inherente a la condición humana.
"Recuerdos que perduran más allá de la vida"
Relato: “El Dolor en un sobre Blanco”
Rothenburg
ob der Tauber[1]: Retorno a la Región
de Franconia[2],
Baviera, Alemania, once Meses y tres días Después del Fallecimiento del Cabo
(Unteroffizier) Friedrich Wilhelm Müller en el Frente de Verdún.
Mi nombre es Hans Schneider, y hoy es mi primer día de trabajo como cartero en la Oficina de Correos de la República de Weimar[3]. El reloj en la torre principal de la ciudad, conocida como "Röderturm"[4], indica que son las 8 menos 10 de la mañana en este día de otoño. En este preciso momento, las expectativas y emociones fluyen como hojas secas que se deslizan por las calles adoquinadas del corazón de este pintoresco pueblo. En el centro de esta encantadora localidad, se alza este majestuoso reloj que es una auténtica obra maestra de la ingeniería mecánica, reconocida tanto por su impecable precisión como por su deslumbrante belleza.
Cada día, cuando el reloj marca las 12 en punto, se desencadena un espectáculo magnífico que transporta a los espectadores a través de las páginas de la historia de esta ciudad y sus carismáticos personajes históricos. El mecanismo interno del reloj cobra vida con asombrosas figuras mecánicas que animan esta narrativa en movimiento. Los visitantes de la ciudad se quedan maravillados y fascinados por este espectáculo impresionante que se despliega ante sus ojos.
El sonido rítmico del reloj y la coreografía de las figuras mecánicas crean una atmósfera mágica que transporta a los espectadores a un viaje en el tiempo. En este momento, el reloj se convierte en el guardián de la historia y la tradición de la ciudad, un recordatorio constante de su rica herencia y una fuente de orgullo para sus habitantes.
El
aire otoñal es gélido y estresante para las hojas de los árboles en este año de
1918. Mi camino hacia la oficina de correos me lleva por las encantadoras
calles de este pueblo. Rothenburg o.d.T parece sacado de un cuento de hadas,
con sus casas de entramado de madera, tejados a dos aguas y calles empedradas. Las
antiguas murallas medievales que rodean la ciudad, incluyendo la majestuosa
torre del "Reloj", son testigos agrietados de siglos de historia.
A
medida que me acerco al galpón del correo, el corazón me late con fuerza.
Pienso en todas las historias que se ocultan dentro de los paquetes y cartas
que pronto llevaré a sus destinos. ¿Quiénes serán los destinatarios? ¿Qué
noticias importantes contendrán esos sobres sellados con cuidado? La emoción me
embarga mientras me acerco a la puerta del galpón del correo, listo para
recibir mis órdenes del día y comenzar mi viaje como cartero en esta
encantadora ciudad.
Al llegar a este lugar, me encuentro frente a una fachada de un edificio antiquísimo que data del siglo pasado, hábilmente adaptado para cumplir su función actual. Este edificio de ladrillo, con sus dos pisos de altura, irradia la solidez y el encanto de una época pasada. Sus amplias ventanas de vidrio, que se extienden a lo largo de las paredes, permiten que la cálida luz matutina del sol inunde el interior con un resplandor dorado.
Dentro del galpón, se abre ante mí un espacio amplio y diáfano, abarrotado de mesas que sostienen montones de cartas, paquetes y encomiendas cuidadosamente dispuestos para su próxima entrega. El bullicio de los empleados, todos vestidos con uniformes oscuros, llena el aire a medida que se entregan con empeño a la tarea de clasificar y organizar el correo. El constante flujo de conversaciones y el suave murmullo de voces se entremezclan con el sonido ocasional de papeles arrastrados y sellos que se estampan, creando una sinfonía de actividad postal en pleno apogeo.
Cuando me presento en la oficina de entrada, un guardia me indica amablemente que me dirija hacia otra oficina que se encuentra en la dirección opuesta. Mientras avanzaba unos pasos, me crucé con un hombre de alrededor de cincuenta años, a quien intuí como mi nuevo jefe. Este caballero había ocupado previamente el cargo de Director de la Oficina de Correos, o "ex" director, aunque quizás el término "ex" se debiera a un rumor que había circulado entre sus colegas. Según lo que escuché de dos secretarias durante mi entrevista de trabajo hace algunas semanas, se rumoreaba que la pérdida de su posición podría haber estado vinculada a un asunto relacionado con una mujer. Los detalles precisos sobre esta situación aún no están claros, pero se mencionó que podría haber habido alguna controversia o conflicto que involucraba a una mujer, lo que podría haber contribuido a su pérdida de empleo. No obstante, no deseaba inmiscuirme en chismes, pues entendía que tales conjeturas no debían influir en su capacidad profesional. Ahora, este distinguido individuo se había convertido en mi Jefe de Estación, asumiendo la responsabilidad de supervisar la gestión y operación cotidiana de la estación de correos específica dentro de la oficina principal.
El caballero se presentó ante mí como Otto Krause II, y ante tan imponente nombre, me pregunté si tenía algún parentesco con el destituido emperador Guillermo. Con su aire serio y su imponente bigote, se adelantó y dijo: "Me imagino que usted es Schneider". Antes de que tuviera la oportunidad de responder, me estrechó la mano y, en el siguiente instante, me entregó un remito impreso en papel rugoso, engalanado con el sello oficial de la República de Weimar en la parte superior.
Su mirada parecía comunicar algo profundo: "Schneider, hoy confiamos en ti una responsabilidad de gran envergadura. Asegúrate de que cada una de estas cartas llegue a su destinatario antes de que caiga la noche".
La ironía de la situación no puede pasarme desapercibida. Aquí estoy, confiando en un hombre que, según los rumores, perdió su puesto ante la amenaza de una mujer, para cumplir una tarea que bien podría haber sido encomendada a cualquiera, independientemente del género. Pero, como siempre, el deber llama y yo, Hans, asumo con determinación la misión de hacer que el correo fluya sin importar las intrigas de la oficina de correos.
Me siento con determinación y tomo el remito. Sin embargo, lo que más llama mi atención es una carta blanca que mi jefe me entrega personalmente. En la esquina superior derecha de la carta, encuentro una estampilla rectangular de tamaño estándar con un diseño elegante pero sencillo. En el centro de la estampilla, se destaca la figura de "Germania"[36], la personificación alegórica de Alemania. Esta representación la muestra como una joven con una corona de laurel en la cabeza y un casco alado, simbolizando la gloria y la nación en sí misma. Además, Germania sostiene una espada y una bandera alemana en sus manos.
El fondo de la estampilla presenta un color sólido, con un elegante marco alrededor de la imagen central. El valor nominal de la estampilla, en este caso, parece ser de menor importancia, ya que las denominaciones de las estampillas pueden haber perdido su significado debido a la inflación que nos rodea.
Esta carta es diferente; lleva el sello del "Ejército de la República de Weimar"[5]. Mi jefe me mira con seriedad y me dice: "Esta carta debe ser entregada en mano al señor Heinrich Müller, pues estamos atrasados con las cartas provenientes de la guerra es casi 6 meses y medio que andamos atrasados y sus familiares necesitan saber noticias del frente lo antes posible y súmale que hace tres días atrás el nuevo gobierno gracias a la abdicación del Emperador Guillermo II[6] y se estableció un gobierno provisional en esta nación, que ahora se conoce como la República de Weimar. Mi mente parece traicionarme al seguir llamándola Alemania."
"Por favor, toma en cuenta que si no logras encontrar a alguien en la dirección indicada, te sugiero que regreses mañana para intentar nuevamente. El lugar al que te diriges se encuentra en las afueras del pueblo, hacia el norte, en dirección al río Tauber[30]. Supongo que estás familiarizado con el río de la región, Hans. En dirección al norte, puedes calcularlo a aproximadamente una milla de distancia siguiendo la antigua carretera.
"Por cierto, ¿ese es tu vehículo que está justo debajo del dintel? Quiero abordar este tema directamente, ya que parece que el vehículo que estás utilizando es de origen inglés. No estoy seguro si es una Raleigh[35] u otra marca, aunque preferiría no profundizar en detalles específicos sobre él, ya que no soy un experto en el tema, especialmente cuando se trata de bicicletas fabricadas en esas islas. Espero que comprendas mi inquietud, ya que la idea de montar una máquina forjada en la tierra de los 'piratas de la Entente'[31]no encaja exactamente con lo que podría considerarse una elección ideal."
Inmediatamente después, mi jefe se expresó de manera contundente, compartiendo sus inquietudes acerca de mi elección de un vehículo de origen inglés. Habló con rapidez y un tono elevado, sin darme la oportunidad de responder. Luego, expresó su desconcierto al colocar sus manos sobre su cabeza, como si estuviera tratando de comprender mi decisión. Finalmente, concluyó la conversación con un simple "Si no estuviéramos tan presurosos, quizás podría sugerirte la opción de caminar en lugar de dar rienda suelta a tu bicicleta forastera, pero esta guerra ha demorado cada misiva y, para colmo, el lema de nuestro correo es "Verbindungen, die Entfernungen überwinden, Hoffnung und Nachrichten in jeden Winkel tragen", que se traduce algo así como "Conexiones que superan las distancias, llevando esperanza y noticias a cada rincón". Pero en realidad, las conexiones no están superando mucho en estos tiempos. Entiende la ironía, señor Hans Schneider."
Antes de llegar a tu destino, te recomendaría encarecidamente que hagas todo lo posible para evitar que alguien llamado Müller vea tu bicicleta. Es importante mantenerla fuera de su vista. Esperemos que él no tenga conocimientos sobre bicicletas y, ojalá, no sepa quién es John Boyd Dunlop[7], el inventor de los neumáticos de caucho inflables. ¡Espero que todo salga bien!"
Salgo
del galpón del correo con el paquete de cartas cuidadosamente resguardado en
una bolsa de cuero colgada en mi hombro. Monto en mi confiable bicicleta Humber[8],
una verdadera maravilla de hierro y caucho.
Dejando atrás las tensiones geopolíticas que envuelven la época, mi atención se centra en los pedales de la bicicleta británica bajo mí. Sigo las primeras direcciones anotadas en el remito de entrega que se encuentra con cuidado en mi posesión. En el bolsillo interior de mi abrigo, protejo con especial cautela la carta blanca del Ejército de la República de Weimar. El sol de la tarde arroja su cálido resplandor sobre las calles de la ciudad.
Mi mente se llena de preguntas sobre el contenido de esa carta y por qué es tan crucial en este momento tumultuoso. ¿Qué secretos o decisiones puede ocultar? La enigmática carta del ejército se convierte en una pesada carga en mi mente, pero mi determinación de cumplir con mi deber y entregarla en su destino no flaquea. La trascendencia de esta tarea me impulsa a seguir adelante, incluso cuando los tiempos se tornan difíciles.
Pedaleo con firmeza a través de las estrechas calles adoquinadas del pintoresco pueblo, inmerso en un ambiente que parece haber sido sacado de otro tiempo. Los niños ríen y juegan en las aceras, mientras los vecinos se saludan con una cordialidad que destila un espíritu de comunidad. En este lugar, siento que soy parte de algo más grande, una pieza clave en el rompecabezas de la República de Weimar en plena transformación.
El sol tiñe los edificios con un matiz dorado y las sombras se alargan, creando un escenario encantador que hace que cada rincón del pueblo parezca una obra de arte en sí mismo. Cada entrega de misivas, en apariencia simples, oculta un misterio que agrega un nivel adicional de tensión a esta misión clandestina. ¿Quiénes son los destinatarios de estas cartas? ¿Qué papel juegan en este intrincado entramado de secretos y conspiraciones? Mi mente divaga entre el presente, mientras avanzo en mi bicicleta, y el contenido de la carta que llevo conmigo.
En cada esquina que doblo, y en cada mirada furtiva de los transeúntes, me asalta la inquietante pregunta de si alguien más conoce la existencia de esta carta y de mi arriesgado cometido. La incertidumbre se cierne sobre mí mientras avanzo por las calles adoquinadas, decidido a cumplir con mi enigmática misión en medio de la República de Weimar en plena transformación.
Al recorrer la luz de la tarde, la carta blanca destaca en mi bolsillo, simbolizando un enigma que podría cambiar el curso de los acontecimientos. Mi corazón late con ansiedad a medida que avanzo, comprometido con mi deber y decidido a desvelar el misterio detrás de esta carta en blanco del Ejército de la República de Weimar.
Cada pedalada
hacía que la cesta, repleta de cartas, se balanceara con gracia, mientras una
brisa suave intentaba arrebatarme las cartas. Sin embargo, mi determinación era
inquebrantable; estaba decidido a entregarlas, sin importar los obstáculos que
pudieran surgir en mi camino. El aire, ya no tan tibio como el último verano,
estaba lleno de los sonidos característicos de una apacible tarde en el pueblo.
El zumbido de los insectos invernales, el melodioso canto de los pájaros y el
mugido del ganado en la distancia del campo se entremezclaban en una sinfonía
rural que llenaba mis sentidos. Me sentía como si estuviera inmerso en un
remanso de paz, donde la naturaleza, el crudo abrazo del otoño y la vida en el
pueblo se entrelazaban en una armonía perfecta.
Llegué a las afueras del encantador pueblo de Rothenburg, siguiendo un estrecho camino de tierra hacia el norte, tal como me había indicado mi jefe. Este desvío me condujo a casi una milla de distancia de la ruta principal, a lo largo de la antigua carretera. Después de recorrer aproximadamente una milla más, mi bicicleta se detuvo de manera abrupta con un chirriante frenazo justo frente a una modesta casa de tejado a dos aguas.
Lo que más captó mi atención fue la sorprendente extensión de un inmenso parque que se extendía alrededor de la casa y el jardín meticulosamente cuidado que lo rodeaba. Esta imagen ofrecía un contraste impresionante con el paisaje circundante y transmitía una sensación de serenidad y belleza natural.
Estaba claro que había llegado a un lugar especial en las afueras de Rothenburg. La casa y su entorno pintoresco prometían una experiencia única que estaba ansioso por explorar.
La
casa parecía estar en perfecta sintonía con la naturaleza que la rodeaba. No
obstante, la tranquera de abeto que marcaba la entrada a la propiedad se
encontraba en un estado lamentable, exudando un aire de desolación que parecía
reflejar la ausencia de actividad que, apenas ayer, solía vibrar en sus alrededores.
Era como si esa tranquera estuviera de luto en homenaje a la crianza que, en
tiempos pasados, solía posarse sobre ella para observar el paso de las carretas
o, con algo de suerte, algún automóvil de la época, como el icónico
"Mercedes 35 HP", también conocido como el "Mercedes
Simplex"[9].
Este
automóvil era famoso por su diseño vanguardista y su motor de 6 cilindros en
línea, que ofrecía una potencia significativa para su época. Su chasis alargado
y su elegante carrocería lo hacían especialmente popular entre la élite
adinerada de la era. Aunque esta impresión era simplemente una reflexión
personal mientras observaba la tranquera de abeto vencida y deteriorada, el
contraste entre la majestuosidad del pasado y la decadencia del presente
resultaba palpable.
Antes
de tocar el timbre o el llamador de fundición (La campana), respiré
profundamente, llenándome de la atmósfera tranquila y nostálgica que rodeaba la
casa. En ese momento, una modesta vaca lechera se acercó, pareciendo un tanto
confundida por mi presencia. Extendió sus brazos cual persona se pone contento
al recibir a un ser querido y encaro con su cabeza hacia mí como si esperara
algo, pero al darse cuenta de su error, retrocedió con calma y se alejó con una
rumiante frustración.
Con
la imagen de la casa, el parque, la tranquera y la tranquila vaca grabada en mi
mente, prosiguió mi exploración de este rincón atrapado en el tiempo, situado
en las afueras de este querido pueblo medieval.
La
puerta se abrió lentamente a lo lejos, y ante mis ojos se reveló la figura de
un hombre de complexión sólida, aunque un tanto esbelto, con aproximadamente
unos 65 años de edad. Mi intuición me susurraba que debía de tratarse del
padre; un hombre de avanzada edad, cuyo rostro exhibía profundas arrugas y una
barba blanca como la nieve, que parecía haber envejecido prematuramente debido
a la ausencia de alguien querido o, quizás, a las huellas del tiempo y el peso
del remordimiento. Además, divisé a una mujer en la distancia, posiblemente su
esposa, aunque el poco reflejo del sol jugaba trucos en mi vista, raro para
esta época del año.
Cuando
el hombre, de aspecto rústico y robusto, se acercó, sus ojos reflejaban la
sabiduría acumulada a lo largo de los años y una preocupación que se hacía
palpable en su mirada. No puedo evitar mencionar que posó su vista en mi
bicicleta como si las palabras de mi jefe hubieran sido un presagio. Aunque
traté de ocultar la marca de la bicicleta, fue en vano; ya había identificado
la marca británica con solo una mirada prolongada. Sin embargo, en lugar de
comentar sobre la bicicleta, exclamó una antigua frase alemana: "Das
geht mir auf die Nerven!" (¡Esto me pone nervioso/molesto!). Le dediqué
una pequeña sonrisa, tratando de ocultar la noticia que llevaba en mi corazón,
sabiendo que lo que tenía que decirle podría añadir más peso a sus hombros ya
cargados por el tiempo y las incertidumbres de la vida.
"¿Sí?"
preguntó con voz ronca.
"Señor
Müller, señor Heinrich Müller", respondí con un gesto que denotaba mi
identidad como cartero. "Tengo una carta importante para usted", dije
con cuidado mientras sacaba el sobre blanco de mi cesta y se lo entregaba.
El
hombre tomó el sobre con sus manos agrietadas por el trabajo en el ambiente
rural, sus dedos temblorosos denotaban su nerviosismo y ansiedad por la
ausencia de su hijo. Sus ojos se posaron en el remitente, y su rostro palideció
al ver el nombre "Ejército de la República de Weimar" y un sello
militar impreso en la parte superior del sobre.
Dentro
de la carta, un majestuoso escudo de la República de Weimar se imponía con
firmeza. En el centro, un águila negra se alzaba con orgullo, sus penetrantes
ojos miraban hacia la izquierda, como si estuviera explorando un horizonte
lleno de promesas y desafíos. Líneas blancas precisas delineaban sus contornos,
como destellos de luz en la oscuridad.
El
águila, símbolo supremo de la nación, se desplegaba con majestuosidad. Sus alas
poderosas parecían a punto de abrazar los cielos, su cola, su pecho y su
espíritu llevaban el sello de la libertad y la determinación. No volaba solo,
sino resguardado por un fondo amarillo que irradiaba la calidez del sol y la esperanza
de un futuro mejor, simbolizando la luz que guía a la nación incluso en sus
momentos más oscuros.
Las
garras del águila estaban abiertas, como si estuvieran a punto de aferrar una
presa valiosa, representando la fuerza y determinación del pueblo de Weimar
para proteger su libertad y sus ideales. Su pico, del mismo color que sus
patas, era la herramienta para luchar por la justicia y la igualdad, rompiendo
las cadenas de la opresión y la tiranía.
En
sus ojos blancos como la pureza misma, se reflejaba el lema de la nación: "Einigkeit
und Recht und Freiheit," que significa "Unidad, Justicia y
Libertad". Era un llamado a la unión de todos los ciudadanos, a la
búsqueda constante de la justicia y a la defensa inflexible de la libertad.
Con
manos temblorosas, abrió el sobre y comenzó a leer la carta. Los minutos
parecieron eternos mientras el viento mecía suavemente las hojas del jardín. La
tensión en el aire y el peso de la noticia se hicieron palpables.
Finalmente,
el padre cerró los ojos y dejó caer la carta al suelo con manos temblorosas. Un
suspiro profundo escapó de sus labios, y sus hombros se encorvaron bajo el peso
abrumador de la noticia. A pesar de su gran altura, parecía encogerse ante la
dura realidad que la carta había traído consigo.
Los
últimos rayos dorados del sol tenue de otoño, que antes iluminaban su mundo,
parecían haber perdido su brillo en ese momento, como si incluso la tranquera
se hubiera entristecido por el dolor que embargaba al hombre. Era un momento de
profunda desolación en ese rincón lejano de Rothenburg ob der Tauber.
Extendí
mi mano para tocar su hombro en un gesto de consuelo silencioso. No había
palabras que pudieran aliviar el dolor que estaba sintiendo en ese momento. Era
una noticia difícil de recibir para cualquier padre: su hijo había caído en
Verdún.
El
padre se volvió lentamente, expresando su agradecimiento con la mirada, una
mirada que reflejaba tanto gratitud como pesar. Me di la vuelta y me encontré
de nuevo con mi bicicleta, que había dejado apoyada junto a la tranquera de
abeto. Mientras me montaba en ella, era plenamente consciente de que había
entregado una noticia que cambiaría de manera irrevocable la vida de esa
familia.
En
ese momento, algo extraño y casi incomprensible atrapó mi atención: observé a
la pobre vaca lechera, que había estado pacíficamente pastando en un rincón del
campo. Parecía como si incluso ella hubiera captado la solemnidad del momento.
Vi cómo un inusual lagrimón, una especie de rocío salado, envolvía uno de sus
ojos, como si, de alguna manera inexplicable, hubiera percibido el cambio en la
atmósfera y compartiera el dolor de la noticia que había llevado a esa casa.
Era una imagen desgarradora, un recordatorio de la sensibilidad que a veces
subyace en los lugares más inesperados.
El sol continuaba descendiendo en el horizonte, casi en las últimas ascuas de la tarde. Sin embargo, en ese momento, su luz parecía menos cálida y acogedora. En lugar de abrazar la tarde con la alegría que a menudo proporciona, sus rayos arrojaban una sombra más profunda. Una sombra que se extendía sobre ese rincón remoto de Rothenburg ob der Tauber, marcando el comienzo de un capítulo incierto e inquietante en la vida de esa familia. Pues, como dicen los viejos sabios, la vida se nutre de la vida misma.
Mientras avanzo, las farolas parecen conscientes de que, en minutos, comenzarán a titilar como luciérnagas, listas para iluminar la inminente noche. La ciudad se sumirá en el manto de la oscuridad otoñal, y el único sonido que romperá el silencio será el traqueteo de mi bicicleta, la banda sonora de esta misión clandestina, que solo se escuchará al regresar.
(Este
relato es narrado por Hans Schneider, el cartero del pueblo, quien trabajaba
para la Oficina de Correos de la República de Weimar, 11 de noviembre de 1918.)
"Casi Dos Meses Después..."
Estimado niño mío,
Iniciar esta carta es una tarea que me llena de dolor, y me pesa haber tardado casi un año en responderte. Quizás sea porque ahora estamos en pleno invierno, y el frío de un sol tibio aviva mis pensamientos en lo más profundo de mi mente. Tal vez sea también porque no tienes una tumba donde pueda llorarte, y esa ausencia pesa en mi corazón.
Recordando tus últimas palabras, cuando describiste la colina "Höhe 304", me estremezco al pensar que quizás tu descanso se encuentra en ese lugar remoto. Sin embargo, la incertidumbre de tu destino como un soldado desconocido en tierras lejanas me parte el corazón.
Por eso, mientras dicto esta carta en mi mente, querido hijo, lo hago con la esperanza de que aquel que está arriba escuche mis palabras y llegue mi mensaje. Cada día, mi anhelo de poder visitar una tumba tuya, de poder llorarte y honrar tu memoria, se hace más fuerte. Pero mientras eso no sea posible, mi amor por ti sigue ardiendo en mi interior, y mi esperanza de que estés en paz prevalece.
Dicen que la conciencia es la sucursal de Dios en la mente de cada uno, y espero sinceramente que atienda mis palabras en esta misiva dictada por mi conciencia. No hay día que pase sin que te extrañe, sin que sienta ese vacío que dejaste al partir. A veces, pienso en todas las cosas que no tuvimos la oportunidad de compartir, los momentos que se perdieron en el abismo de la guerra.
La guerra nos arrebató momentos preciosos, las risas que no reímos juntos, las historias que no compartimos y los sueños que no vimos realizarse. A veces, miro tus fotos y me pregunto cómo habrías sido ahora, qué logros habrías alcanzado, y cuánto más habríamos aprendido el uno del otro. Pero, querido hijo, quiero que sepas que siempre estás en mi corazón y en mis pensamientos.
No importa que no haya una tumba física en la que pueda visitarte y llorarte, porque tu espíritu vive en mí y en todos aquellos que te amaban. Tu sacrificio por tu país no será olvidado, y siempre serás recordado como un valiente defensor de la libertad.
La vida continúa, pero tu ausencia se siente en cada rincón de nuestro hogar. Las lágrimas que derramamos por ti son un tributo a tu valentía y amor por la patria. Cada día, rezo por ti y por todos los que han dado sus vidas en el campo de batalla, esperando que encuentres paz en la eternidad.
Tal vez busco palabras poéticas
para llegarte a ti, mi pequeño, porque realmente creo que menos palabrerío
sería mejor. Mi demora, creo yo, se ajusta a los finales de esta estúpida
guerra. Se habla de que para fines de junio de este nuevo año se firme El
Tratado de Versalles[10],
cerca de París, la Francia que tú tanto me describiste en tus hermosos y
encantadores versos. Este tratado dice que pondrá fin oficialmente a la Primera
Guerra Mundial y que establecerá los términos de paz entre las Potencias
Aliadas y Alemania. Pero volviendo al atraso de mi epístola, tal vez se deba al
cambio de gobierno, pero eso seguro que ya lo sabes. Allá arriba, las noticias
llegan más rápido. Hoy por estos lares, todo se llama República de Weimar. Me
tienen cansado como si cambiar el nombre nos borrara de toda responsabilidad de
la guerra. Burócratas, hijos de... eso es la pedantería que les cabe, mi
querido.
Tu madre, como bien sabes o intuyes, es
consciente de tu ausencia. Contarle sobre tu partida es algo que me resulta
extremadamente difícil, pero francamente, mi expresión facial me traiciona cada
vez que enfrento la noticia de tu muerte, mi amado Friedrich.
No puedo pasar por alto el momento en que
recibí tu carta, allá por el inicio del otoño. Estaba manchada de lodo y tinta,
algo similar a cómo siento que está la trinchera de mi corazón en estos días.
Esa carta la guardo con mucho cuidado, junto a una fotografía tuya que
colocamos con tu madre en la pared de nuestro cuarto. Tu madre siempre enciende
velas y reza por ti, a pesar de que en el fondo sé que este simple ritual no te
traerá de vuelta a nosotros. En mi interior, creo que a menudo nuestra mente se
distancia de nuestro espíritu, y tú, mi querido hijo, eras el espíritu que
llenaba mi vida, o mejor dicho, el faro que iluminaba mis pensamientos.
De mi propio espíritu, hijo mío, todavía tengo
muchas preguntas sin respuesta. Sin embargo, el amor de tu madre me brinda la
fuerza para mantener la esperanza viva, aunque solo sea en el rincón de nuestro
jardín personal. Sabes, ese lugar se ha llenado de malezas desde que te fuiste,
y es algo muy difícil de limpiar. No es cuestión de herramientas de jardinería específicamente.
También es cierto que la guerra está llegando
a su fin, algo que siempre intuiste en tus cartas hacia mí, mi buen hijo. La
firma del Armisticio de Compiègne ocurrió en los primeros días de noviembre del
año pasado, marcando así el final de las hostilidades en la Gran Guerra y el
inicio de la transición hacia la República de Weimar en Alemania. Es curioso,
las cartas ya vienen con ese nuevo nombre, y el correo del pueblo ahora lleva
el sello de la República de Weimar, como mencioné al comienzo de esta carta.
Incluso el alcalde, ese hombre repugnante que nunca fue de mi agrado, me
disgusta aún más al darme cuenta de que aprovecha la situación para su propio
beneficio, agitando sus banderas con fervor en medio de la paz tras la guerra. El
desgraciado gordo que alentaba a los jóvenes con su patriotismo, o mejor dicho,
el maldito nacionalismo, ¿qué cosa buena puede salir de un extremista durante
la guerra?
"Pero, mi querido hijo, parece que esto tiene poca importancia en medio de la confusión y la incertidumbre que se viven en estos días. Todos saben que el pueblo será quien cargue con la factura de la guerra, y aquí me encuentro, viendo cómo se acumulan los intereses, porque no existe deuda de sangre en el mundo que no traiga consigo sus consecuencias. Tu ausencia, hijo mío, tu ausencia... Pido disculpas si derramo lágrimas, pero son el resultado de la sangre que fluye por mis venas y el vacío que llena mi corazón. En realidad, hijo, siempre quise que comprendieras que no estoy haciendo ningún reproche. Por favor, no lo interpretes de esa manera. Siempre he sostenido que las armas no son necesarias en esta vida. Lo único que logran es encerrar el mal en un cañón que dispara una bala nefasta. ¿Sabes por qué? Porque si las armas fueran esenciales, los bebés nacerían con una en brazos, y eso no ha sucedido hasta ahora. Es una enseñanza que siempre intenté inculcarte. Pero dejemos de hablar de esto, todo este panorama me llena de indignación. Perdona si me he desviado hacia este tema tan enervante."
Sé que estás al tanto de los cambios que están ocurriendo en el panorama político, y entiendo la decepción que debes sentir al ver que el emperador Guillermo II abdicó y ahora se proclama solemnemente la República de Weimar, un gobierno democrático, al menos en teoría. No quiero engañarte, pero ayer, todos, incluido el alcalde, gritaban en favor de Guillermo II, y ahora este mismo individuo apunta sus palabras hacia la paz mundial, mientras nuestras madres y las de muchos como nosotros sufren por sus hijos que están allá afuera.
La verdad es que esta democracia que prometen está manchada por la sangre de tantos jóvenes como tú, que fueron enviados a la guerra sin sentido. El poder ha pasado de la monarquía a una forma de gobierno parlamentario y democrático en esta nueva república, pero no tengo mucha fe en ello. Siento que estamos al borde de otra guerra, y la ira que siento, hijo mío, es inmensa.
La bronca que se respira por estos lados es
palpable, y lo peor es que aquellos que no tienen nada que ver con este
conflicto de intereses serán los que más sufran las consecuencias. Es una
situación desgarradora, y me entristece profundamente que hayas tenido que
partir en medio de todo esto.
Estos pensamientos han estado rondando en mi
mente constantemente, especialmente en relación con la antigua bandera de la
credulidad humana en la política mundial. Como mencioné anteriormente, estoy
seguro de que esta reflexión te resonará, querido hijo: 'A menudo, la
obsesiva búsqueda de riqueza puede cegar a los poderosos ante el sufrimiento de
los más humildes, incluso cuando jóvenes son enviados a la guerra en nombre de
proteger sus propios intereses.' - Heinrich Müller, cuyo hijo se perdió en
el conflicto.
No sabía qué decirte ni qué decirle a tu
madre, por eso se me ocurrió escribirte estas líneas en un humilde homenaje. Entiendo que esta espera puede resultar abrumadora. Desde el principio, he sentido que mis pensamientos se asemejan a un paisaje invernal, y ahora siento una urgente necesidad de expresar las emociones que enredan y abrigan mi corazón en este momento. Es como si necesitara desenredar
lo que siento. Aprendemos a florecer en la vida, eso dicen los que han vivido,
pero ¿cómo se aprende realmente a florecer cuando recibes una noticia como
esta? Quién sabe, quizás solo el Ser Supremo determine el momento adecuado.
"Como te mencionaba al principio de tus días, siempre fue el inicio de tu vida. Eras muy joven para partir, lo sabes. Como solía decirte, cuida el presente, el futuro es cosa del Ser Supremo, pero este individuo se entrometió en tu cabeza y complicó mi existencia, o lo poco que me queda de ella. Me refiero al alcalde, no al Ser Supremo, ya que el segundo tiene una claridad cristalina en contraste con el primero, quien parece llevar el pensamiento del robo en el bolsillo de su pantalón."
Ese corpulento individuo que se apoderó del "Petit hôtel"[11] del señor Dubois, ¿recuerdas? El arrogante individuo que se cree francés ahora alardea de su nuevo dominio sobre el antiguo 'Hôtel Belle Vue' (Hotel Hermosa Vista), que antes ostentaba un modesto letrero de madera en su entrada. Es risible pensar que antes vivía en una humilde cabaña en las afueras de la ciudad. ¡Ahora se permite el lujo de conducir un automóvil! Lo llama "Voiture"[12], como hacen los franceses. Creo que es un Peugeot[13], un modelo Quadrilette, también conocido como Peugeot Type 161[14]. Casi de un tono azul marino, parecido al color profundo del océano, aunque la verdad es que el color es de poca importancia en estos casos. La descripción es solo para que te hagas una idea.
"Sin duda, aquel individuo fanfarrón destacaba en nuestro tranquilo pueblo por su audaz costumbre de recorrer las calles a bordo de una carreta prestada, tirada por una vieja mula que, irónicamente, había pertenecido a mi difunto padre. Aunque mi padre le había entregado la mula de buena fe, el fanfarrón nunca cumplió su promesa de pago. Sin embargo, en este rincón de Alemania, la palabra de mi difunto padre tenía más valor que las artimañas de un político en ascenso, y eso era conocido por todos.
La sorpresa más grande ocurrió la otra tarde, justo afuera del banco del pueblo. Te contaré los detalles más adelante, pero permíteme adelantarte que cuando salí del banco, llevaba conmigo la cruel historia de la muerte tuya en mi cabeza, una historia que aún resuena en mi mente. El fanfarrón había aparcado su ostentoso automóvil francés justo frente al banco, al lado de mi carreta, y fue entonces cuando mi ira, acumulada durante años de injusticias, estalló en una escena digna de presenciar.
Ante los ojos atónitos de los presentes en las calles, destrocé el maldito automóvil del fanfarrón. Los cristales se hicieron añicos, el radiador quedó destrozado y las luces del vehículo sufrieron un destino similar. Curiosamente, el cobarde fanfarrón nunca mencionó que yo era el causante de semejante caos mecánico, pues escuché al policía preguntarle al alcalde si deseaba presentar una denuncia, y el hombre con su voz aflautada dijo: 'No, déjelo estar, está bien así'. Lo hizo porque el pueblo estaba mirando, porque si no lo hubiera hecho, lo habrían considerado un cobarde asqueroso.
Pero en ese instante crucial, también pasó por mi mente la idea de incendiar su execrable hotel, la fuente de su riqueza injusta. Sin embargo, la conciencia y la empatía hacia las personas inocentes que trabajaban allí me disuadieron de cometer tal acto.
Mientras causaba estragos en el automóvil, tu madre intentó en vano detenerme. Deseaba que el fanfarrón se acercara y se atreviera a enfrentarme por los daños que infligía a su vehículo, ya que eso habría sido suficiente motivo para verlo en el suelo por primera vez en su inescrupulosa vida.
Pero, querido hijo, no importa cuánto anhelara ese enfrentamiento, nunca podré sacarte de mi corazón, incluso mientras descansas en paz en algún rincón de Verdún, cuya ubicación solo Dios conoce."
Tu abuelo tenía razón con su famosa frase cada vez que se acercaban las elecciones en estos parajes: "Visten bien, hablan bien, pero roban. Tú te vistes modestamente, hueles a lo que podríamos llamar 'pésimo', y no robas. Esa es la triste realidad de la política: apariencia sobre honestidad, donde la corrupción a menudo prevalece."
Por cierto, permíteme disculparme si mi pronunciación del francés es deficiente. Creo, hijo, que así se pronuncian las palabras. El rico léxico francés que me proporcionaste en tu mensaje parece haber dejado huella en mí. Sin embargo, este individuo robusto, cuyo aliento podría rivalizar con el de un perro difunto, se comporta con la altivez de un caballero francés, a pesar de que ni siquiera es alemán; creo que su origen es belga. Este hombre es todo menos un modelo de honestidad. Ahora, el señor francés, o como lo llamo en el pueblo cada vez que lo veo, "Die Feinde[34]," simplemente se cree francés porque usa un perfume de renombre. La última vez que lo olí en el banco, escuché a una dama comentar que usaba "Chanel No. 5"[15], creado por la diseñadora de moda Coco Chanel[16], o algo parecido. Pero el olor a grasa de cerdo que este individuo desprende es deprimente, y con el debido respeto a los cerdos y perros mencionados de manera tan gráfica en este pasaje.
Saliendo de estos baches de enojo, propios de
un padre hundido en la tristeza por la pérdida de su querido hijo, no quiero
pasar por alto, antes que nada, expresar mi profundo agradecimiento a Lukas
Richter, tu compañero en aquel fatídico día en la trinchera. Hace unos días
estuvo por estos lares y mencionó que tú le habías contado lo hermoso que era
nuestro pueblo medieval en estas zonas. La verdad es que no te faltaron adjetivos
calificativos para expresar la belleza de esta tierra. Siempre dije lo mismo,
hijo, eras especial para el relato. Si tan solo... Si tan solo me hubieras...
Perdón, no quise decir eso. Ya está, continúo.
La valentía que demostró al enfrentar la difícil
tarea de entregarme tu última carta y al compartir los desgarradores detalles
de esa trágica noche no debe pasarse por alto. Si te preguntas qué le sucedió a
Lukas, lamento decirte que le dieron la baja un mes después de amputarle la
pierna debido a una mina explosiva, de nuestro propio ejército, igual que a ti.
Lo condecoraron con una maldita cruz, no sé qué, por aquella penosa noche, y de
ahí lo ascendieron de soldado raso a cabo, igual que a ti, dos días... no, 10
días después de lo de su pierna derecha. Es un pobre muchacho que ha sufrido
enormemente y encima con tanta juventud. Anda con unas muletas. Por favor, esta
es la Alemania que soñaban nuestros políticos de Weimar. La verdad es que me
enfurece la indiferencia de aquellos en Weimar. Perdona, hijo, por estas
palabras, pero ver la vida de la juventud arruinada por inservibles me llena de
dolor y frustración. Si tan solo pudiera cambiar las cosas... No sé lo que
haría.
"Ay, sí, claro, es como presenciar el desfile de estos políticos rapaces, con sus aparatos digestivos desarrollados hasta el infinito para contener cualquier flatulencia. Ahí van, con sus gases nocivos recorriendo cada rincón de su sistema digestivo, haciendo una parada estratégica en la vía respiratoria para evitar el peaje y llegar directamente al cerebro, desde donde emergen sus brillantes ideas primitivas. ¡Qué tristeza! Justo lo que necesito para comprender el sentido de la vida mientras me arrebatan a ti de mis brazos debido a una guerra absurda. ¡Ah, pero qué suerte la mía de contar con estos genios políticos, con sus flatulencias mentales y sus sistemas digestivos de campeones! ¿Qué más puedo pedir? ¿Un té con un toque de sarcasmo? ¿O tal vez una dosis de realidad, cortesía de estos lumbreras del pensamiento?"
Esta noticia solo añade a la tristeza que
siento en este momento, y le da un dramatismo desgarrador a la situación.
Es difícil encontrar palabras para describir la mezcla de emociones que
siento en este momento. La noticia de tu partida dejó un agujero en mi corazón
que nunca se llenará por completo. Pero al conocer los eventos que llevaron a
tu partida y, sobre todo, al entender que fue un trágico error causado por las
circunstancias de la guerra, he decidido perdonar a Richter. Entiendo que las
condiciones en el campo de batalla pueden ser caóticas y aterradoras, y las
decisiones se toman en un instante, a menudo con miedo y confusión.
Cuando Lukas aceptó mi invitación a entrar, compartió su dolor y
remordimiento conmigo. Su relato, mientras ambos compartíamos una bebida, fue
desgarrador. No quería angustiar a tu madre, que estaba afuera, silbando
aquella vieja canción. ¿Recuerdas, hijo? La canción que menciono es "Guten Abend, Gute
Nacht"[17],
que en español se traduce como "Buenas noches, buenas noches". Creo
que esta pieza fue compuesta por Brahms[18],
pero tu madre podría tener información más precisa al respecto. No quiero
desafinarla, pero era algo así:
Guten Abend, gute Nacht, / Buenas noches, buenas noches,
Mit Rosen bedacht, / Con rosas cubierto,
Mit Näglein besteckt, / Con clavos adornado,
Schlupf unter die Deck! / ¡Deslízate bajo la manta!
Morgen früh, wenn Gott will, / Mañana temprano, si Dios lo quiere,
Wirst du wieder geweckt. / Serás despertado de nuevo.
Tu madre solía cantarte esa bella canción de niño con esa hermosa
entonación que tiene. Por eso, creo que no merecía sufrir tanto dolor en ese
momento mientras realizaba las tareas cotidianas como lavar la ropa. Entiendo
su dilema y la carga emocional que llevaba en ese momento.
Hijo mío, la vida, como bien decías, es muy violenta desde el parto
hasta la muerte y deja cicatrices en la vida de otros, como tú me enseñaste. En
estos momentos difíciles, he aprendido una lección invaluable de ti: aprender a
perdonar es aprender a vivir. Aunque la tristeza y el dolor seguirán
acompañándonos, no quiero cargar con la ira ni permitir que oscurezca los
hermosos recuerdos que compartimos contigo.
Hoy, mientras las sombras del tiempo oscurecen la memoria de aquel día
en el que Lukas compartió esas palabras conmigo, siento la abrumadora necesidad
de compartir contigo lo que significa para mí el legado que tus acciones
dejaron en el frente de Verdún. Lukas pintó un retrato tuyo que quizás nunca
llegaste a conocer completamente. Sus palabras resuenan en mis oídos:
"Señor, su hijo es un joven educado y estudioso". Saber que tus
decisiones en el Regimiento 33 fueron admiradas, desde ese valiente ataque al
tanque en medio del lodo hasta tus aguerridas patrullas nocturnas, defendiendo
nuestras trincheras, me llena de un orgullo indescriptible.
Las condecoraciones de las que Lukas habló, la Cruz de Hierro
(Eisernes Kreuz) y la Cruz al Mérito Militar (Militärverdienstkreuz),
son emblemas de valentía y sacrificio en un tiempo de caos y adversidad. Sé que
no eran simples premios para ti, y por eso mantuviste en silencio estos
reconocimientos. Eran testimonios de tu resiliencia y compromiso, así como del
de todos aquellos que, como tú, enfrentaron la brutalidad de la guerra.
En última instancia, el alcalde, al que prefiero no nombrar, para mí,
independientemente de sus características físicas o su estilo de vida, personifica
una figura política que parece cambiar de dirección con la misma facilidad que
una veleta. Políticamente hablando, su enfoque parece fluctuar sin seguir un
principio sólido. Aunque no puedo culparlo directamente por las tragedias de
Verdún ni por la Primera Guerra Mundial en su totalidad, es innegable que
figuras como él a menudo influyen en el destino de muchas almas a través de las
urnas o incluso a través de la falta de apoyo en momentos críticos debido a sus
decisiones.
En otra ocasión, me topé con ese individuo en el banco mientras acompañaba a tu madre en busca de un préstamo personal para la granja. El tipo se acercó por detrás, haciendo alarde de ser un genio de la comedia, tratando de arrancarme una risa, sin darse cuenta de que tu partida había secuestrado mi sentido del humor. Tristemente, al notar mi mal humor, comenzó a hablar sobre un homenaje a los caídos. La intensidad de mi mirada reflejaba mi desacuerdo, y una profunda ira fluía en mi interior, aunque él parecía tan perspicaz como una roca en ese momento.
Por un breve instante, me sentí tentado a desafiar al hombre, a pesar de su brillantez autoatribuida. Si no fuera por tu madre, estoy seguro de que habría aplaudido su increíble habilidad para arruinarme el día. A veces, me pregunto si ese individuo no es, de hecho, un descendiente directo de un escorpión. Sabes, te daré un dato interesante: en algunas especies de escorpiones, si la cría no abandona la cueva a tiempo, corre el riesgo de ser devorada por su propia madre. Sin embargo, viendo a este ser nefasto, dudo de que esta comparación le haga justicia.
Es verdaderamente irónico pensar que este individuo, obsesionado con la riqueza, podría haber sido víctima de su propia avaricia en lugar de un simple granjero como yo. Mi frustración se profundiza al considerar que su hijo, de la misma edad que tú, fue eximido de luchar en Verdún. Quiero dejar en claro que no deseo ningún mal al joven, pero mi enojo y descontento hacia él provienen de saber que fue uno de los responsables de utilizar la propaganda para enviar a jóvenes como tú a la guerra. Todo esto, en lugar de destinar ese dinero a mejorar el necesitado hospital local. Si este individuo tenía tanto coraje, podría haberse presentado él mismo en el campo de batalla o los poderosos que él sirve como su fiel perro faldero. Pero, al final del día, parece que su valentía es solo una epopeya de la farsa.
"Pero prefiero dejar atrás esta conversación por ahora, ya que siento
que solo tu madre logró entender completamente la magnitud de lo que intentaba
expresar. Quizás una antigua frase que solía repetir tu abuelo podría resumir
este concepto de manera brillante. Aunque no estoy seguro de quién la pronunció,
creo que fue un tal Otto Eduard Leopold[19],
o como solían llamarlo por aquí, el 'Canciller de Hierro', si mal no recuerdo.
Pero claro, estamos en 1919, en medio de nuestra vida rural, y aunque el
teléfono existe, no es precisamente un dispositivo de comunicación común en
estos tiempos. De todas formas, hace más de 43 años, cuando tenía tu edad,
escuché esa frase de mi propio padre en algún rincón de aquí. Así que,
permíteme compartir un poco de sabiduría del campo contigo, y tú decides si
encaja en la conversación. 'El Príncipe de Bismarck y Duque de Lauenburgo'[20],
o algo parecido, solía decir mi padre. ¡Ah, cómo han cambiado los tiempos desde
entonces!"
Pero lo importante no es tanto quién la dijo, sino el mensaje que
transmite: “Nunca se miente tanto
como antes de las elecciones, durante la guerra y después de la cacería.”[21]
El banco, con su atmósfera formal y el zumbido de las conversaciones de
los clientes, se convirtió en un lugar inapropiado para expresar mi
indignación, aunque en mi mente, no podía evitar ni un gramo de reflexionar
sobre la injusticia de todo esto.
Al principio, me resistí a participar en la ceremonia para recibir la Medalla
de Verdún (Verdienstmedaille von Verdun). El peso de aquel conflicto y las
vidas que se perdieron se cernía como una sombra oscura sobre nuestros
corazones, especialmente cuando reflexionaba sobre tu alma, querido hijo. Sin
embargo, tu madre tiene razón al considerar que esta medalla y el monumento que
honra a los hijos caídos de nuestro pueblo son tributos a la memoria de
aquellos que dieron lo mejor de sí en tiempos de desafío.
Por el profundo respeto que siento por ti, estaré presente el domingo
junto a tu madre. A pesar de la ira y la frustración que siento hacia aquellos
que parecen no comprender el verdadero significado de los sacrificios hechos,
recordaré que nuestro deber es honrar la memoria de aquellos que dieron sus
vidas en tiempos de conflicto. Es un recordatorio de la fragilidad de la
humanidad y la importancia de la paz y la solidaridad en nuestro mundo.
Esta ceremonia simboliza una valiosa oportunidad para sanar heridas y
rendir homenaje a aquellos que sacrificaron sus vidas. A través de esta
condecoración y la erección del monumento, no solo estamos honrando tu memoria,
sino también la de todos aquellos que vivieron y fallecieron en aquel
turbulento periodo histórico.
En medio de la historia, la tristeza y la pérdida, encuentro un consuelo
profundo en el hecho de que tu legado persiste en mi corazón como una luz de
esperanza en la oscuridad. Tus acciones y recuerdos trascienden las
limitaciones del tiempo y el espacio. Esta ceremonia, con toda su solemnidad,
nos recuerda que el amor y la memoria perduran, y que en medio de la tristeza,
aún podemos encontrar momentos de alegría al recordar las virtudes de quienes
amamos.
Por darte un simple ejemplo, hijo mío, Lukas Richter cometió un error
trágico, pero es humano y vulnerable. Aunque es joven y los jóvenes a veces
cometen errores, considero que la verdadera preocupación radica en la
imperdonable estupidez de un hombre mayor. Al igual que nuestros políticos, en medio
de la adversidad, siento una frustración que me lleva a desear un castigo más
severo para todos ellos.
Ahora, hijo, siento la imperiosa necesidad de compartir
lo que albergo en mi corazón en este momento. Han pasado más de tres años desde
que decidiste enlistarte en la defensa de nuestra patria, y durante este tiempo,
mi vida ha estado plagada de preocupaciones y ansiedad. Saber que estás lejos,
en tierras desconocidas, enfrentando peligros que ni siquiera puedo imaginar,
ha sido una carga difícil de llevar.
Siempre te he dicho que las buenas intenciones
no son suficientes en este mundo, que la vida a menudo es impredecible y que el
amor es la fuerza que puede unir a las personas a pesar de sus diferencias.
Ahora, más que nunca, esas palabras tienen un significado profundo para mí. El
amor que siento por ti es inmenso, y es lo que me da la fuerza para enfrentar
cada día en tu ausencia.
Esta carta podría nunca llegar a tus manos, y
quizás sea lo mejor que así sea. No deseo contemplar la posibilidad de que
descanses en una tumba anónima, como un soldado desconocido en una tierra
lejana. Prefiero aferrarme a la ilusoria esperanza de que regresarás a casa
sano y salvo, de que este sacrificio aparentemente insensato que estás haciendo
por nuestra patria no será en vano. Pero, en realidad, ¿a quién pretendo
engañar? Como dicen por ahí, si quieres hacer reír al supremo, cuéntale tus
planes. Y la verdad es que no existe una metáfora mejor para esta situación,
hijo mío.
Cada día que pasa en este pueblo que tanto
extrañas, Rothenburg ob der Tauber, se vuelve más melancólico debido a tu
ausencia, hijo mío. Aunque el lugar en sí puede que no tenga una gran
importancia, nuestro amor, el mismo que nos ha permitido adaptarnos en
cualquier rincón del mundo, hace que esos días sean un poco más llevaderos. Mis
pasos siguen recorriendo los mismos senderos por los que solíamos caminar
juntos, buscando nuestras sombras mientras desempeñamos nuestra labor rural.
Te prometo, querido hijo, que busco
incesantemente las palabras adecuadas para plasmar la profunda melancolía que
anida en lo más hondo de mi corazón. No existe un solo instante en el que no
sienta tu ausencia de manera penetrante. La frase "Aquel que no
conmemora sus triunfos en la guerra, no comprenderá plenamente la magnitud de
sus pérdidas en la derrota" se repite incesantemente en mi mente,
recordándome que, aunque celebro nuestras victorias compartidas, también
lamento profundamente tu partida.
La nostalgia por esos días compartidos se ha convertido
en una parte esencial de mi vida aquí, y cada calle y rincón de este pueblo
evoca recuerdos que guardo con cariño. Parece como si fuera el calendario de la
melancolía el que me marca los tenues días. La belleza de este lugar solo
resalta cuánto desearía que estuvieras aquí para compartirlo de nuevo. Tus
recuerdos y nuestra experiencia juntos en busca de un futuro mejor son tesoros
que atesoro con todo mi ser.
Querido mío, eras mi mayor triunfo en la vida.
Tus logros, tus sueños y la persona en la que te convertiste eran razones más
que suficientes para celebrar cada día que compartimos juntos. Pero ahora, en
tu ausencia, me doy cuenta de que quizás no te celebré lo suficiente, que no te
expresé con la frecuencia que merecías cuánto te amaba y cuánto orgullo sentía
por ti.
Hijo mío, es imperativo que atesores las
palabras que susurré en aquella estación, cuando nuestros corazones se rozaron
y la trascendencia del infinito se hizo palpable en mis envejecidas manos. En el brusco juego del destino, las balas
poseen un precio tangible, mientras que los hombres, con su inestimable valor,
desafían cualquier cálculo. Aquella se erigió como una metáfora que mi padre me
transmitió al recordar su regreso de La Guerra Franco-Prusiana[22],
en aquel enero del año '71, aunque en este instante preciso mi memoria flaquea.
Aquel suceso, desencadenado por el capricho del tiempo, quebrantó tu espíritu,
te lo certifico, mas no te desveles por el paso inexorable de las horas, pues
desde el firmamento, ya ha sido otorgado su perdón hacia tu ser.
Indudablemente, se encuentran entrelazados en un abrazo atemporal, desprovistos
de preocupaciones, pues el mecanismo del reloj, en ese reino abstracto,
carecería de sentido, y así revivirían la esencia suprema del amor que nos fue
legado.
Pero aquí me hallo, dictando las palabras en
mi mente para que ardan como fuego en mi corazón y se graben con hierro
candente en mi memoria. El dolor que siento es como el eco de una campana
lúgubre que repica en mi alma, una y otra vez, recordándome que nunca más podré
escuchar el dulce sonido de tu voz, contemplar la luz de tu sonrisa o sentir la
calidez de tus abrazos. Cada uno de mis latidos es una gota de lluvia que cae
en un océano sin fin de tristeza y desolación.
Leer tus palabras me ha conmovido profundamente,
pero me reconforta saber que compartí contigo tus momentos más felices. Aún
recuerdo vívidamente aquel día en que nos enfrentamos al lobo que había
aterrorizado a nuestro rebaño y devorado varias de nuestras ovejas. Tu rostro
reflejaba asombro y admiración cuando, con tus quince años de edad, logramos
vencerlo. Ese recuerdo siempre permanecerá fresco en mi mente.
En el abismo de mi alma, las palabras afloran
en un estilo laberíntico, tejiendo el dolor que desgarra mi ser. En ese paraje
sombrío, las conexiones históricas se desvanecen y la grandeza de Francia se
torna insignificante ante la trágica pérdida que esta guerra implacable ha
sembrado en nuestras vidas. La belleza del país vecino se desdibuja ante la
angustia que me consume, y mi corazón se sumerge en un océano de aflicción.
Incluso esos bosques que solías describir con tanta armonía me parecen ahora
ramajes del infierno, al saber que tu cuerpo yace en esa tierra.
En este torbellino de emociones, solo puedo
afirmar que tu amor perdura más allá de la vida, trascendiendo el tiempo y el
espacio. Rezo para que encuentres paz en ese refugio etéreo, mientras mi
corazón desconsolado busca un destello de esperanza en la oscuridad del duelo.
Comprendo tu dilema, hijo mío. Tu deseo de
comprender y apreciar a nuestros vecinos franceses demuestra una visión más
amplia y una búsqueda de paz que va más allá de las circunstancias de la guerra
en la cual estabas involucrado. Es valioso reconocer que la lealtad no siempre
implica ceguera hacia otros pueblos y culturas. La violencia y la destrucción
que acompañan a los conflictos son verdaderamente tristes, como bien recuerdas
las palabras de tu abuelo sobre la guerra franco-prusiana y su participación en
La Confederación Alemana del Norte[23]
y Los reinos aliados de Baden y Baviera[24].
Es esencial recordar las lecciones de la
historia y comprender los efectos devastadores de la guerra. La experiencia de
tu abuelo puede haber dejado una profunda impresión en ti y haber moldeado tu
deseo de buscar la paz. Mantener la esperanza de que algún día prevalezca la
paz es un acto noble y nos recuerda que la reconciliación y la comprensión
mutua son posibles incluso en tiempos de conflicto.
También he leído tus palabras y sé del amor
que tienes por la literatura de Víctor Hugo, así como de tu fascinación desde
una edad temprana por la figura de Napoleón. No puedo evitar sonreír en
solitario al imaginar al Mayor que se creía Napoleón, ese tal Schmitt. No hay
nada malo en tener un aprecio profundo por estos hombres que han dejado una marca
indeleble en la historia de la humanidad. Recuerda que no dejarás de ser un
patriota por tener estos sentimientos y pasiones.
No dudes nunca, en compartir tu pasión por la
historia, hijo. El conocimiento y la comprensión de nuestro pasado nos ayudan a
forjar una visión más profunda de nuestra propia identidad y a valorar las
contribuciones que hemos hecho a lo largo de los siglos. Tu entusiasmo por
transmitir ese conocimiento es admirable y puede inspirar a otros a explorar y
apreciar nuestra rica herencia histórica. Sigue adelante con tu pasión, sin
importar dónde te encuentres, ya que el aprendizaje y el compartir no conocen
barreras. Y recuerda, cuando llegue mi momento, me uniré a ti en ese viaje, mi
querido profesor.
Sin embargo, quiero decirte que eres muy
apreciado para mí, incluso si ya no estás a mi lado. Mi amor por ti es eterno.
Quiero continuar esta carta, aunque sea entre lágrimas, y dictarla con gran
intensidad en mi mente.
La pérdida del antiguo reloj Patek Philippe de tu abuelo en la trinchera
de Verdún es un recuerdo que sigue atormentándome, y lo que pasó con ese reloj en un momento crucial de
mi vida sigue dejándome con una mezcla de rabia y desesperación. Tú, mi querido hijo, sabes muy bien que no me importa lo
material en absoluto. Lo que realmente valoro, más que
cualquier otra cosa en este mundo, eres tú, incluso si llevas un casco inglés
en la cabeza de un alemán.
Ese reloj era un legado de tu abuelo, un
símbolo de nuestra historia familiar, y su pérdida en medio del
caos y la brutalidad de la guerra es una herida que nunca sanará por completo. Pero lo que realmente importa es que el destino, de alguna manera, hizo que
ese reloj volviera a nosotros en el momento más crucial.
Esa vez en la que estaba al borde de la daga,
enfrentando lo desconocido, cuando el reloj reapareció, sentí como si tu abuelo
estuviera a mi lado, guiándome y protegiéndome desde el más allá. Ese reloj,
que había sobrevivido a Verdún, se convirtió en un amuleto de la suerte, un
recordatorio de que la vida puede ser frágil pero también sorprendentemente
resistente.
Así que, aunque lamentemos la pérdida de ese
reloj, lo que realmente importa es que seguimos juntos, enfrentando los
desafíos de la vida con fuerza y coraje, sin importar las circunstancias. Eres
lo más preciado para mí, y nunca debes olvidar cuánto te amo, sin importar la
nacionalidad del casco que lleves puesto. Nuestra unión y amor familiar son
mucho más fuertes que cualquier conflicto.
Enfrentar la pérdida de nuestro vínculo,
querido hijo, es como si el mecanismo más delicado y preciso de un reloj
antiguo se desvaneciera repentinamente, dejando solo el eco de su tic-tac en el
vacío. Eres el conjunto de engranajes que daba sentido y propósito a cada uno
de mis días, el péndulo que marcaba el ritmo de mi existencia. Sin ti, me
encuentro perdido en un tiempo desarticulado, con las manecillas inmóviles y la
melancolía fluyendo como un péndulo desgastado.
Fuiste ese reloj excepcional que daba vida a
mi mundo, el instrumento que otorgaba significado a cada segundo y convertía
cada instante en una eternidad. Ahora, esa valiosa maquinaria que eras tú se ha
detenido, y solo me queda el eco de un simple tic o tac en lugar del ferviente
resplandor que solía ser.
Vuelvo a repetir incansablemente, pero no hay palabras
suficientes para expresar la magnitud de mi dolor por tu ausencia. Quizás solo
aquel que ha perdido a un ser querido en su travesía por la vida pueda
comprenderlo. Sin embargo, al igual que un reloj antiguo conserva su belleza y
valor a pesar de haber dejado de funcionar, tu esencia y el amor que
compartimos seguirán vivos en lo más profundo de mi ser. Tu partida ha dejado
una herida que nunca cicatrizará por completo, pero en esa herida también
encuentro la prueba irrefutable de que el tiempo compartido contigo fue
verdaderamente precioso.
Así como un reloj roto guarda dentro de sí la
historia de las horas que ha marcado, yo llevaré grabado en mi corazón cada
momento que compartimos juntos. Tu presencia, aunque no sea física, perdurará
como un latido constante en el reloj de mi memoria, recordándome que el amor
trasciende cualquier pérdida y que nuestra conexión perdurará más allá de las
barreras del tiempo.
Aunque la tristeza inunde mi ser por la
partida de tu presencia física, sé que tu espíritu siempre estará cerca,
guiándome como un péndulo invisible que marca el compás de mi existencia. Eres
la pieza esencial que dio vida a mi mundo, tú eres el tesoro más valioso, el
reloj más preciso y perfecto que existe en este mundo.
¿Sabes por qué? Porque tu presencia despierta
en cada minuto, segundo y hora de mi vida una felicidad indescriptible, que es
lo más cercano que he estado a experimentar la divinidad. No sabes cuánta
tristeza me embarga al comprender que ya no estarás más en mi vida, que el dulce
sonido de tus pasos no resonará en mi corazón.
También atesoro en lo más profundo de mi ser
aquellos días de pesca, querido hijo, cuando la brisa acariciaba suavemente
nuestros rostros y el sol se reflejaba en las aguas serenas. Bajo el cielo
vasto y etéreo, compartíamos secretos con el susurro del río como testigo y los
suspiros del viento como compañía.
En aquellos instantes suspendidos en el
tiempo, yo era el maestro de ceremonias y tú, mi aprendiz incansable. Te
enseñaba con devoción a lanzar la caña con gracia y precisión, mientras tu risa
resonaba como una sinfonía en mis oídos. Unidos por el hilo invisible de
nuestra conexión, explorábamos los misterios del mundo acuático y nos perdíamos
en el éxtasis de la naturaleza.
Pero ahora, en este presente sombrío y
deshilachado, esas imágenes se desvanecen como el reflejo efímero en la
superficie del agua. El reflejó de nuestras risas se pierde en la distancia y
solo queda el vacío de la soledad. Los días de pesca se desvanecen como un
sueño que escapa entre los dedos, dejando solo un rastro de nostalgia en mi
corazón.
Sin embargo, es en la fragilidad de esos
recuerdos donde encuentro la fuerza para seguir adelante. En medio de las
tinieblas y el pesar, cierro los ojos y permito que los susurros del río
acaricien mi espíritu. Siento tu presencia a mi lado, como una brisa invisible
que me susurra al oído y me recuerda que los lazos forjados en la naturaleza
trascienden las barreras del tiempo y la distancia.
Aunque los días de pesca ya no sean una
realidad tangible, los guardo como tesoros preciosos en el cofre de mi corazón.
Son esos momentos los que me dan aliento y fortaleza en los tiempos difíciles,
recordándome que la belleza de la vida se encuentra en las experiencias
compartidas y en la comunión con la naturaleza.
Así que, aunque nuestros días de pesca se
hayan desvanecido como el suspiro de una melodía, seguirán vivos en el eco de
mis pensamientos y en el latido de mi alma. Cada vez que contemplo un río
sereno o siento el abrazo del sol en mi rostro, sé que estás allí, en ese
rincón sagrado de la memoria, donde los recuerdos se entrelazan con la
eternidad.
Desde que te fuiste, he estado manteniéndome al tanto de los acontecimientos en la guerra a través de una antigua radio de galena que adquirí a cambio de una de nuestras vacas. Resulta que, en medio de la incertidumbre de la guerra, esta radio de galena, también conocida como receptor de cristal, fuera mi conexión con el mundo exterior. Lo curioso es que la obtuve de un vendedor cerca de la Iglesia de Sankt Jakob[32], quien parecía más interesado en mi vaca que en las implicaciones de la guerra. Lo siento mucho, sé que valorabas mucho a esa vaca, pero no tanto como nosotros te valoramos a ti. Quiero que sepas que fue una decisión necesaria; era Trudi o saber de ti, y elegí la segunda opción. Sin embargo, quiero que comprendas que siempre ocuparás un lugar especial en nuestros corazones, y no hay vaca ni nada en este mundo que pueda reemplazarte.
La verdad es que no recuerdo qué marca tenía
la radio, pero sé que te hubiera gustado que te lo dijera. Eres el tipo de
persona que valora los detalles, y te conozco tan bien como si fueras mi propio
hijo. Debes entender que estoy fuera de casa, quizás a unas pocas millas en
medio del campo, y volver solo para verificar la marca de la radio ya no es una
opción, ya que ya no la conservo. Así que no te apresures, querido hijo, te
contaré más sobre ello más adelante.
Lo que puedo decirte es que cuando intenté
comparar la radio más moderna en esa tienda cercana a la iglesia gótica, el vendedor me
pidió algo así como tres vacas como precio. Como sabes, ni siquiera tengo tres
vacas; solo me queda una. Ahora te enteras de que las cosas se han vuelto
complicadas desde que te fuiste, pero así es la vida, hijo mío. No te
preocupes, la vida tiene sus altibajos, y siempre terminamos enfrentando
desafíos, ¿no es así?
Es cierto que cambié algunas de las vacas por
otras cosas que necesitábamos en la granja. Sin embargo, esa radio moderna, una
Atwater Kent[25],
me llamó la atención. El vendedor me contó que la empresa Atwater Kent
Manufacturing Company, con sede en Filadelfia, Estados Unidos, fabricaba radios
muy populares. Era realmente atractiva y tenía un sonido impresionante. Pero
como te mencioné antes, no tenía tres vacas para comprarla. Solo me quedaba
Trudi, nuestra vaca lechera. No te enojes, hijo, solo estoy compartiendo mi
historia contigo.
El vendedor insistió en que el modelo "Atwater
Kent Model 4"[26]
sería uno de los productos más vendidos en estos días, pero lamentablemente, no
tenía los recursos necesarios para adquirir ese impresionante artefacto de
audio. En lugar de efectivo, solo podía ofrecer una vaca, específicamente la
querida Trudi, nuestra vaca lechera de confianza. Sin embargo, el vendedor no
parecía dispuesto a ceder y seguía insistiendo en que necesitaba tres vacas,
sin mostrar comprensión por la difícil situación en la que te encontrabas,
luchando en el frente de Verdún.
"No mostró ningún gesto de solidaridad patriótica ni ofreció un precio más razonable, a pesar de las difíciles circunstancias de la guerra. En momentos como estos, es cuando uno reflexiona sobre el verdadero significado del patriotismo, recordando las irónicas palabras de Samuel Johnson[29]: 'El patriotismo es el último refugio de un canalla'. Aunque, debo admitir que por un momento consideré ahorcarlo con la bandera de nuestro país en lugar de izarla."
Finalmente, después de un tenso enfrentamiento
emocional, el vendedor accedió a un acuerdo y aceptó cambiar la radio por
nuestra vaca. Sin embargo, me indicó que llevara la vaca a Herz, ya que a él no
le servía, pero que Herz me proporcionaría el dinero necesario para comprar la radio.
¿Recuerdas a Herz? Es el anciano que tiene una granja cerca de la ciudad, al
lado opuesto de la nuestra. Así que llevé a la vaca hasta su granja y, como
prometió, Herz me entregó el dinero necesario para adquirir la radio.
No te preocupes, querido hijo, a pesar de las
complicaciones, logré obtener esa vieja radio de galena. En el siguiente
párrafo, te la describiré con más detalle.
A pesar de que esta radio puede parecer bastante rudimentaria en comparación con las tecnologías modernas, ha sido mi ventana al mundo exterior y me ha permitido mantenerme informado sobre lo que está ocurriendo en el frente de batalla y en todo el mundo. Está construida utilizando galena, un mineral que actúa como detector de señales de radio. Fue el vendedor del pueblo quien me explicó este detalle, además de mencionar que funciona mediante un cristal de galena (sulfuro de plomo) y una aguja metálica que se utiliza para sintonizar las estaciones.
"También me proporcionaron un par de 'auriculares', o al menos eso es lo que creo que les llaman. Me dijo algo sobre que eran 'Made in USA' y que los había adquirido de un tal Nathaniel Baldwin[33], quien los había inventado. Me comentó que estos eran los primeros prototipos y que según Baldwin, el inventor, su pronóstico era que el próximo año causarían furor en ventas. Pero, por supuesto, eso dependería del mercado y los negocios, y yo soy simplemente un humilde granjero alemán.
Los 'auriculares', si puedo llamarlos así, eran dispositivos de un tamaño considerable que se colocaban sobre las orejas. A través de estos ingeniosos artefactos, uno podía escuchar los sonidos transmitidos por la radio. No soy tan hábil como tu hijo para explicar estas cosas, pero te aseguro que eran dos piezas de tecnología sorprendentes que te sumergían en el fascinante mundo de la radio sin necesidad de mover un solo músculo."
Cada noche, tu madre y yo discutimos quién de
los dos se los pondrá primero en las orejas para obtener más información sobre
tu situación. Esta radio me permite sintonizar algunas de las estaciones que
transmiten noticias sobre la guerra.
A pesar de sus limitaciones en cuanto a
calidad, he estado siguiendo con atención los relatos de los soldados y los
informes sobre el uso de armas como los gases venenosos, que mencionaste en tu
carta. La radio ha sido una fuente invaluable de información en estos tiempos
inciertos. Es innegable que la guerra es un tema profundamente complejo, lleno
de dilemas morales y cuestiones éticas. La responsabilidad en una guerra,
especialmente cuando se trata del uso de armas específicas, es un debate que ha
perdurado a lo largo de la historia.
"No puedo creer que los hombres hayan
utilizado su inteligencia para crear algo tan terrible como los tanques de
guerra, como los has definido en la carta. Parece como si hubieran perdido de
vista el propósito real de su inteligencia, desviándola hacia el mal. Es triste
presenciar cómo la tecnología (utilizo el término que me has enseñado, querido
profesor, aunque yo hubiera usado el término "ingeniería", algo más
cercano a mi idioma lingüístico) puede ser utilizada para destruir en lugar de
construir, para matar en lugar de curar. Es como si las malditas abejas, esas
pequeñas obreras que se afanan en edificar y mantener su maldita colmena, de
pronto decidieran clavarse sus puñales venenosos y destrozarse unas a otras.
¡Maldita sea! ¿En qué momento se perdió todo sentido de camaradería y
cooperación en este asqueroso enjambre? Solo veo odio y autodestrucción, una
maldita orgía de violencia entre criaturas que alguna vez trabajaron juntas.
¿Es así como termina todo? Con un festín sangriento de abejas en guerra,
mientras la colmena se desmorona y la dulzura de la miel se convierte en un
maldito recuerdo distante. ¡Qué asco! ¡Qué desgracia presenciar tal caos en el
reino de los insectos humanos! Es un reflejo de lo cruel y despiadado que puede
ser el hombre cuando se olvida de su propósito y se deja llevar por la
violencia y la destrucción."
En la Gran Guerra, tal como describiste, tanto
los tanques como los gases mortales jugaron un papel devastador en el
conflicto. Los gases venenosos, como el cloro, la yperita y el fosgeno, fueron
armas atroces que infligieron sufrimiento indescriptible a aquellos que las
enfrentaron. Sin embargo, es importante recordar que la responsabilidad no
recae únicamente en quienes las utilizaron en el campo de batalla, sino también
en quienes las desarrollaron y permitieron su empleo.
La historia nos enseña que la búsqueda de
ventajas estratégicas y la carrera armamentista pueden llevar a la creación y
utilización de armas terribles. En tiempos de conflicto, las consideraciones
éticas pueden quedar en segundo plano frente a la urgencia de ganar la guerra.
Sin embargo, reflexionar sobre estos hechos pasados nos recuerda la importancia
de buscar soluciones pacíficas a los conflictos y de promover un mundo en el
que la guerra y sus horrores puedan evitarse en la medida de lo posible.
Tu ausencia me ha dejado un vacío en el alma,
sigo adelante, sabiendo que eres un héroe en los ojos de tu padre. Cada día es
una batalla que peleo en silencio, en la que el recuerdo de tus risas, de tus
abrazos y de tu mirada llena de vida es mi única arma. Y sin embargo, a pesar
de todo, sé que no has partido del todo. Sigues conmigo, como un eco en el
viento, como una sombra en la noche, como un susurro en mi oído. Eres parte de
mí, y siempre lo serás.
Este párrafo me sumerge en una profunda
ambivalencia. Por un lado, siento una profunda gratitud por haberte tenido en
mi vida y por el coraje que demostraste en el campo de batalla. Tu valentía y
compromiso en medio de la guerra siempre me han llenado de orgullo y
admiración.
Por otro lado, no puedo evitar sentir una
creciente furia contra mí mismo por no haber calculado adecuadamente los
riesgos que enfrentabas. Me atormenta la idea de que quizás podría haber hecho
algo para protegerte mejor o haberte persuadido de no unirte al conflicto en
primer lugar. La noticia de tu muerte en Verdún llegó hace casi 58 días, pero
pareció una eternidad debido al mal servicio del correo y al maldito cambio de
gobierno en el medio. Ya sabes cómo la guerra también añade su cuota de
ausencia y sufrimiento, tanto en el frente como en casa.
Estoy seguro de que fue la placa, esa
"Erkennungsmarke" como tú la llamabas, y también gracias a la vuelta
de Lukas, quien regresó con la ayuda que me contó en la charla que tuvimos hace
unos días, como te mencioné al principio de mi relato. Fue él quien encontró tu
placa y la carta, llena de lodo y sangre. Fue un hallazgo tardío pero seguro, y
como se dice, nobleza obliga, lo que permitió identificarte.
Pero, hijo, para mí, ha pasado una eternidad
desde entonces. Cada día es un recordatorio doloroso de tu ausencia, y aunque
me consuela saber que fuiste un héroe valiente, no puedo evitar lamentar la
pérdida de tu presencia en mi vida. Tu memoria y tu sacrificio siempre vivirán
en mi corazón, y lucharé por honrar tu legado y asegurarme de que nunca se
olvide el coraje que demostraste en ese fatídico campo de batalla.
La forma en que la noticia de tu pérdida me
llegó desde la madre patria fue fría y despiadada. Para empeorar las cosas, el
cartero, un pobre muchacho que parecía estar en su primer día de trabajo en el
correo, apareció montando una bicicleta del enemigo. Casi parecía una ironía
británica en mi corazón. A pesar de su intento por ocultar la marca con su
bolso de cuero, ya era demasiado tarde. Hijo mío, conoces bien mi vista aguda
para la caza de detalles; era imposible que fallara a esa simple distancia. Y
permíteme añadir más, incluso alcancé a ver la marca de la cubierta de caucho,
aunque no quiero afirmarlo con total certeza. "Recordé que una vez me
dijiste que esta capacidad excepcional de memoria que tengo para recordar todo
se llama Hipertimesia."[27],
o algo parecido, si mal no recuerdo. Pero lo más impactante fue la manera en
que las palabras que leí sonaron tan ficticias, como si fueran pronunciadas por
autómatas sin corazón: "Lo lamentamos profundamente". Estas simples
palabras, expresadas con tanta indiferencia, como si pudieran justificar el
sacrificio de uno de sus hijos en su nombre, despertaron en mí una ira
incontrolable.
En ese momento, deseé con todas mis fuerzas
poder expresarles mi furia de una manera que les hiciera sentir el peso de sus
decisiones. Soñé con tomar el águila del escudo de nuestra nueva nación y
empujarla con fuerza en su interior, permitiendo que sus garras y pico
perforaran sus entrañas y les hicieran sentir el dolor y la desolación que han
causado con sus nefastas decisiones.
Cada día que pasa, la ira y la amargura se
apoderan de mí al enfrentar esta cruel realidad. Siento que mi alma arde como
el fuego de mil batallas, consumida por la impotencia y la rabia. Mi corazón
late con un dolor profundo y una sensación de traición que nunca desaparecerán.
La pérdida de tus vidas y de tantos otros valientes en nombre de esta patria
ingrata es una herida que nunca sanará, y mi determinación de luchar por un
cambio y justicia solo se fortalece con cada día que pasa.
Lo más hipócrita de todo es que no puedo
evitar pensar en la maldita ironía de la situación. ¿Cómo carajos es posible
que la maldita madre patria, esa que se supone debería cuidar el puto bienestar
de sus hijos, te haya mandado a una guerra en la que sabía que podías palmar?
Es un maldito disparate que el sacrificio humano sea el puto peaje para el
supuesto avance de una mundana nación.
Me parece una terrible aberración que te
caguen la vida y la existencia sin siquiera pestañear, como si fueras un jodido
peón desechable en su maldito tablero de ajedrez. ¿Acaso les importa una mierda
si vives o mueres, mientras ellos se sientan en sus cómodos sillones y juegan a
ser los dueños del mundo?
No puedo evitar sentir una rabia inmensa al
ver cómo te usan como carne de cañón, como si tu vida valiera menos que una
puta moneda de cambio en su maniático juego político. Es una maldita farsa, un
circo de mierda en el que los poderosos se enriquecen a costa de la sangre
derramada de los inocentes.
No, no puedo quedarme callado ante semejante
desgracia. Es una insensata burla que te vendan el patriotismo y el honor,
mientras te arrebatan la vida y te destrozan el alma. ¡Malditos sean todos
aquellos que juegan con la vida de otros como si fuera un puto juego de azar!
No sé qué mierda habrá pasado con la
humanidad, pero estoy harto de esta miserable crueldad y deshumanización. Ya no
hay cabida para la empatía ni para la compasión en este mundo de mierda. Es una
infernal selva en la que solo sobreviven los más despiadados y los más cínicos.
Que les jodan a todos, que se pudran en su
maldita hipocresía y que ardan en el infierno que ellos mismos han creado. No
me importa ser el maldito bufón que grita en el desierto, al menos seguiré
jodiendo a esos hijos de puta con mi voz llena de indignación.
Te ruego, perdona, hijo mío, por la crudeza de
mis palabras. Mi alma se encuentra sumida en un mar de tristeza ante la partida
de tu preciado ser.
Oh, indómita inquietud se agita en mi ser,
como un letargo persistente en los salones del pensamiento. ¿Cómo es que la
madre patria consiente que sus vástagos sucumban en el campo de batalla? ¿Cómo
justificar la partida de un jovenzuelo que apenas ha comenzado a saborear los
néctares de la vida? ¡Ironía insoslayable que se enrosca en el tejido mismo de
la existencia! La guerra, vil comercio que se nutre con la moneda de la humanidad,
mientras enriquece sus arcas con la implacable muerte de aquellos cuyos
destinos jamás deberían colisionar en los laberintos del conflicto.
El lamento eterno de tu madre persiste, sus
lágrimas fluyen sin cesar, mientras su corazón se sumerge en la desolación y la
aflicción. Mientras tanto, aunque me esfuerzo por mantener mi fortaleza, no
puedo evitar que un abismo gigantesco se apodere de mi ser. Las dudas me
acechan y me pregunto si desplegué todas las medidas necesarias para
resguardarte, si te proporcioné suficiente amor y sabiduría para enfrentar las
amenazas que yacen en el mundo.
En el infinito laberinto de mi mente, las
preguntas se desvanecen y se entrelazan en una trama enredada. ¿Fui tu
protector suficiente, un faro seguro en la tormenta? ¿Mis palabras fueron
suficientes para moldear tu carácter y dotarte de discernimiento en los
momentos críticos?
Como una hoja solitaria arrastrada por el
viento, mi alma se ve envuelta en una bruma melancólica. El pasado se desliza
como un río interminable, llevándome de vuelta a los instantes donde quizás
pude haber hecho más, haber sido más.
Sin embargo, en esta encrucijada de la vida,
la certeza se escapa entre mis dedos como el agua que fluye entre las rendijas
de una vasija agrietada. ¿Podría haberme esforzado más? ¿Podría haber entregado
un amor más profundo y una sabiduría más certera?
Quizás nunca pueda superar completamente tu
partida, hijo mío, pero sé que debo seguir adelante. Aunque la tristeza se
apodere de mi corazón, sé que tú estarás siempre conmigo, guiándome y
protegiéndome como lo hiciste en vida. Tu presencia es como el suave viento que
acaricia mi rostro, como un cálido rayo de sol que me reconforta en los días
más grises.
Debo aprender a apreciar la vida en toda su
complejidad, con sus altos y sus bajos, con sus momentos de alegría y sus
momentos de tristeza. Abrazar cada instante como si fuera el más precioso de
los tesoros, porque así es como tú viviste, llenando de alegría y amor cada
momento que tuviste la oportunidad de disfrutar.
A veces me pregunto cómo podría seguir
adelante sin ti, pero sé que los ecos de tu ser, en mi ser, perdurarán
eternamente, atrapados en las sombras de mi alma. Y aunque el dolor nunca
desaparezca del todo, debo seguir adelante y honrar tu memoria por el resto de
mi humilde vida.
No puedo evitar pensar en todo lo que pudiste
haber sido, en todo lo que te fue arrebatado tan pronto. Pero también sé que tu
vida tuvo un propósito, que dejaste una huella en el mundo y en las personas
que te rodeaban. Y eso es algo que nadie te podrá quitar.
“Si algo puedo decir sobre la guerra, es que
no hay nada más insensato que sacrificar la vida de los jóvenes por un objetivo
abstracto y lejano. La guerra no hace más que destruir lo que hemos construido,
y arrebatar lo que más queremos. No hay honor ni gloria en la muerte, solo
tristeza y dolor. En una guerra, la victoria suele ser una ilusión vacía si el
precio que se paga es la humanidad misma."
Dedico estas palabras con profundo cariño y sincera emotividad a tu
memoria y a la madre que, en silencio, derrama lágrimas por tu ausencia. Desde
lo más profundo de su ser, te extraña y te ama con un amor que perdura a pesar
de la distancia entre nosotros. Espero fervientemente que, en el lugar donde te
encuentres ahora, puedas sentir el abrazo de su amor y el mío, que ambos fluyen
con el mismo ardor. Quiero que sepas que siempre te mantendremos en nuestro
corazón con ternura y gratos recuerdos.
Por cierto, en cuanto a las posesiones que compartimos contigo en vida,
he decidido hacer lo siguiente: devolví la radio, que ya no me servía de mucho
sin tu compañía, y regresé a Trudi a su corral. Sabes bien que esa vaca se
convirtió en una parte inextricable de ti, y su presencia aquí, pastando
serenamente, parece mantener un vínculo contigo que se niega a desaparecer.
No puedo evitar mencionar la reacción del dueño de la tienda cuando le
anuncié que quería devolver la radio. Se puso furioso, protestando
enérgicamente, argumentando que la radio no estaba en condiciones para ello.
Pero creo que, al ver la expresión devastada en mi rostro tras enterarse de tu
trágica partida, finalmente comprendió la magnitud de nuestra pérdida. No hubo
ni siquiera un respiro profundo por su parte cuando le entregué el aparato
destrozado.
Fue un momento en el que recibimos una carta desoladora del gobierno
alemán comunicándonos tu partida. En medio de esa avalancha de emociones, la
radio, que solía llenar nuestras vidas de noticias, a menudo sangrientas y
desesperanzadoras, se convirtió en el objeto de mi ira. La noticia de tu
partida llegó como un golpe devastador, y en mi frustración, me desahogué
maltratando la radio. Quizás lo hice porque sentía que solo nos inundaba con
noticias dolorosas y no daba señales de tu regreso a casa. Le propiné un
puñetazo al aparato parlante y aplasté los auriculares hasta que quedaron
irreconocibles. Tu madre quedó helada ante mi inusual comportamiento, pero en
ese momento, parecía que no había nada más que pudiera hacer aparte de
desahogar mi frustración en esa maldita radio.
Sé que no estuvo bien actuar así, hijo mío, pero no es fácil recibir palabras tan demoledoras. Sin darle más vueltas, finalicé la transacción con el vendedor y me marché con los Marcos que me entregó. Aunque en ese momento, ni siquiera podía pensar en otra cosa que no fuera el vacío que dejaste en nuestras vidas.
La reflexión trae a la mente la íntima conexión entre el amor y la aflicción, una unión tan intrínseca que incluso la discordia puede nacer de ella. Recuerdo la vez en que te hice la promesa solemne de que tus estrellas nunca languidecerían, pues en el día de mi partida, velaría por ellas con el celo de un padre. Sin embargo, el destino ha tomado un rumbo inesperado. Hoy, mi querido hijo, te encuentras fuera de mi alcance para sostener las riendas de tus constelaciones. Pero tal vez esta negación de mi cuidado terrenal pueda ser interpretada en un plano más espiritual y personal. En este contexto, la pérdida de un hijo, como la que podría haber experimentado un padre alemán en los albores de la Primera Guerra Mundial, adquiere un matiz de transcendencia, una conexión trascendente que se eleva más allá de la esfera mundana hacia la esencia espiritual de la existencia.
Luego, corrí hasta la casa de nuestro querido viejo Herz, y allí, en el mismo lugar donde Trudi encontró refugio, le devolví el maldito dinero y me entregó a Trudi. Ahora, ella pasta pacíficamente frente a mí, y siento que tu esencia perdura en su presencia, como si una parte de ti hubiera quedado impregnada en ella, mi querido hijo. Tu recuerdo es una luz que ilumina nuestras vidas y espero, con todo mi corazón, que estés en paz dondequiera que estés.
“Aun cuando la cruenta guerra nos privara de
la posibilidad de florecer en unidad, tu amor y memoria persisten como un faro
que orienta mis pasos hacia la dicha. Eres cual estrella resplandeciente en el
firmamento de mi existir, alumbrando mi sendero y conduciéndome hacia la
claridad. Me agobia la insondable ausencia de tu presencia y el privarme de tus
abrazos, más constato que tu espíritu pervive en mi corazón, cual llama
inextinguible y eterna.”
La guerra es como una fiera indómita que nos arrebata
lo que más queremos, pero tu memoria, como un jardín de flores, sigue
floreciendo en mi alma, dándome la fuerza necesaria para seguir adelante. La
vida es como una hoja en el viento, que se lleva las ilusiones y las
esperanzas, pero tu amor, querido hijo, es como una roca en la orilla del mar,
que resiste el embate de las olas y permanece firme en el tiempo.
"El narcisismo, para mí, es como un espejo fracturado: te devuelve una imagen distorsionada de ti mismo, a menudo manipulada por alguien carente de empatía y comprensión social."
A pesar de la distancia que nos separa, tu
madre y yo sentimos tu falta profundamente. Tenemos la certeza de que en el
lugar donde te encuentras, velas por nosotros y nos guías con tu amor y
sabiduría.
Nuestro cariño hacia ti trasciende las
fronteras de la vida terrenal, y queremos que sientas la inmensidad de nuestro
amor que te acompaña en cada paso que das. Tu presencia, aunque físicamente
ausente, siempre ocupará un lugar central en nuestros corazones.
"Atesorando esta tarde en el corazón del olvido, con cariño, tu
padre"
"Diese Nachmittag im Herzen des Vergessens bewahrend, mit Liebe,
dein Vater"
P.D.: Antes de despedirme en esta carta imaginaria, quiero asegurarme de no olvidar algunas cosas importantes que tengo grabado en lo más profundo de mi memoria. Primero, agradecerte por la enseñanza de esa nueva palabra en mi diccionario, "Tecnología". Pero déjame decirte esto: desde el momento en que naciste, me has enseñado algo en cada paso de mi vida. Gracias por ser mi mentor, hijo mío. Segundo, mis gracias por tu poema, en particular dedicado a tu madre, despiertan en mí un sentimiento de gratitud profunda. Pocas veces se vislumbra la intensidad que mis palabras encierran en "El Eco Silencioso de Verdún". En ellas se entreveran los ecos de laberintos mentales, las paradojas que el tiempo impone y la infinitud abrumadora de lo real. Y tercero, sabes bien que no puedo olvidar tu cuento favorito, "El cuervo". Y ahora que has mencionado ese hermoso recuerdo de tu cumpleaños y mi terquedad al estar en desacuerdo contigo acerca del escritor americano, debo confesarte algo. Aunque te pido que no se lo menciones a tu madre, creo que compartimos el mismo gusto por ese autor y, actualmente, estoy terminando de leer "El corazón delator"[28]. Quedo maravillado por la profundidad de sus obras y cómo logran transmitir tanto con palabras tan bellas. Recuerdo que solías mencionar una cita al final de "Amor" que te fascinaba, pero lamentablemente no logro encontrarla. Seguramente, cuando la descubra, reiré en lo más profundo de mi soledad.
Deseo expresarte mi agradecimiento en esta posdata, pues es por ti que he aprendido a apreciar más la literatura y todo lo que puede ofrecer. Ayer, traté de plasmar algo relacionado con la vacuidad de tu alma, aunque no soy más que un viejo granjero y no un escritor. Permíteme compartir estas simples palabras, teñidas por la sombra de tu partida y enardecidas por la pluma de nuestro amado escritor. Que su espíritu guíe mis pensamientos mientras intento expresar el dolor que arde en lo más profundo de mi ser:
En el abismo inescrutable del ausentismo, donde el resplandor de tu voz se desvanece en la penumbra de los recuerdos, reposa una llama inextinguible, engendrada por el ardor de un amor que jamás se extinguirá. El inexorable paso del tiempo, ese cruel verdugo que nos arrebata tus pasos y tus abrazos, se ve impotente ante la tarea de apagar el brillo incandescente de la nada misma, que perdura impávido en cada rincón oscuro de mi existencia.
¡Oh, cuánto anhelo la cercanía de tu presencia, en el regazo flegmático de la eternidad, donde las ausencias riman con una cadencia melancólica y los suspiros se entrelazan en una aurora sombría, como hojas marchitas llevadas por un viento insondable! Tu partida, cual la pluma del Poeta al escribir, trae consigo un tormento punzante y una independencia desgarradora, pero también siembra en mi corazón la inquebrantable certeza de que nuestro amor es más grande que las limitaciones impuestas por la vida y la muerte.
En cada palabra escrita, en cada paleta de colores que pinto en el lienzo de los recuerdos y en cada silencio nocturno, tu presencia se hace omnipresente y eterna, aliviando mi órgano más sensitivo con la promesa de un encuentro transcendental en la oscura morada del olvido. Que el coro de cuervos que, como sombríos mensajeros, anuncian tu ausencia, sea testigo de mi devoción eterna, y que el eco de tu nombre resuene inmutable en los abismos más profundos de mi ser, hasta que, finalmente, nuestras almas se fusionen en un abrazo inmortal, donde el tiempo se convierta en una mera sombra y la eternidad sea nuestro único testigo.
Fin
Epílogo:
Querido receptor,
Permíteme compartir contigo un momento de reflexión
acerca de una forma de comunicación que, en su esencia más pura, se asemeja a
una obra meticulosa de palabras cuidadosamente elegidas, dispuestas en el papel
como una obra de arte. Estoy hablando de la carta, una forma de expresión que,
a pesar del avance implacable de la tecnología, conserva una textura única y un
poderoso sentido de conexión humana.
En esta era actual, hemos sido testigos de avances
tecnológicos vertiginosos que nos ofrecen una inmediatez nunca antes
experimentada. Mensajes instantáneos, correos electrónicos y llamadas de video
nos conectan al instante con personas de todo el mundo. Pero, en medio de esta
vorágine de comunicación digital, ¿qué perdemos en el proceso?
La carta, en contraposición a la rapidez de los
medios electrónicos, es un testimonio tangible de pensamientos, sentimientos y
emociones. Cada palabra es cuidadosamente seleccionada y plasmada en el papel,
llevando consigo el peso de la reflexión y la paciencia. La elección de la
tinta, el papel y la caligrafía no es trivial; cada elemento se convierte en
una expresión de la identidad del remitente y del respeto hacia el
destinatario.
La carta es un viaje en sí misma. Desde el momento
en que se escribe hasta que llega a manos del destinatario, atraviesa un
trayecto lleno de significado. El remitente deposita sus pensamientos en un
sobre, lo sella y lo entrega a un sistema postal que lo transporta,
cuidadosamente, a su destino. El destinatario, a su vez, recibe la carta y, al
abrirla, desvela un mundo de palabras y emociones que se han preservado en el
tiempo.
La carta no solo es una forma de comunicación, sino
una manifestación de afecto y atención. Al escribir una carta, invertimos
tiempo y energía en pensar y expresar nuestros sentimientos de una manera que
trasciende la comunicación superficial. Es un acto de amor, amistad o gratitud
que se materializa en palabras escritas con esmero.
En un mundo inundado de mensajes instantáneos y
notificaciones, la carta se erige como un oasis de contemplación y conexión
genuina. Nos permite alejarnos de la vorágine digital, tomar un momento para
reflexionar y transmitir nuestros pensamientos de una manera que perdurará en
el tiempo.
En este mundo hiperconectado y digitalizado, la
tecnología puede, paradójicamente, separarnos más de lo que nos acerca.
Mientras los mensajes de texto, las llamadas de video y las redes sociales nos
permiten estar en contacto constante, a menudo carecen de la profundidad y la
autenticidad que solo una carta puede brindar. La tinta y el papel nos invitan
a reflexionar, a elegir cuidadosamente cada palabra y a brindar un toque
personal.
Permíteme compartir contigo la historia de un
soldado alemán durante la Primera Guerra Mundial. En medio del caos y la
desesperación, envía cartas a su padre desde el frente de batalla. Estas cartas
representan un vínculo vital entre ambos, una forma de mantenerse conectados a
pesar de la distancia y el peligro. Sin embargo, a medida que la tecnología
avanza y el conflicto se intensifica, su capacidad para comunicarse se ve
afectada. Las trincheras profundas y los sistemas de comunicación limitados
dificultan aún más la entrega de estas cartas, dejando a padre e hijo separados
por una brecha tecnológica inquebrantable.
En este epílogo, reflexionamos sobre cómo la
tecnología, que se supone que debería acercarnos, puede actuar como un
obstáculo en la comunicación humana. A medida que avanzamos en esta era
digital, es esencial recordar el valor intrínseco de una carta escrita a mano.
Nos invita a ralentizar el ritmo frenético de nuestras vidas, a dedicar tiempo
y esfuerzo para expresar nuestros sentimientos más profundos. En un mundo donde
la inmediatez domina, la escritura de cartas nos brinda una oportunidad única
para conectarnos de manera más auténtica y significativa.
En conclusión, mientras nos maravillamos ante los
avances tecnológicos que nos rodean, no debemos olvidar la importancia de la
comunicación humana genuina. Las cartas, con su encanto intemporal y su capacidad
para trascender las barreras del tiempo y el espacio, nos recuerdan que las
conexiones más profundas no se forjan a través de pantallas, sino a través de
las palabras tangibles y el amor que se graba en la tinta.
"Con afecto y nostalgia, me presento como un
soldado que, en tiempos de guerra, busca encontrar la redención a través de las
palabras, mientras el mundo a mi alrededor se desmorona en un silencio
ensordecedor."
Así que, querido receptor, te invito a redescubrir
la belleza y la profundidad de la carta. A través de sus palabras
cuidadosamente elegidas y su textura única, podemos experimentar una forma de
comunicación que, aunque más lenta en su llegada, nos brinda una conexión
humana más profunda y auténtica.
Con
cariño y anhelo me despido, dejando esta cita final de mi modesta autoría:
"La guerra, en su
implacable narrativa, siempre escribe el epílogo con la tinta de la tristeza y
la sangre de los caídos." - Thomas
A. Riani
"El próximo jueves, 12 de octubre de 2023, el incrédulo
escritor Thomas A. Riani nos llevará en un emocionante viaje literario al
explorar los oscuros y enigmáticos secretos que rodean a los sindicatos
laborales. En su obra titulada "La muerte al descubierto: una carta de
reclamo y una reflexión para el Creador", Riani sumergirá a los lectores
en una trama fascinante en la que un personaje común se adentra en un complejo
mundo abstracto en busca de algo tan simple como un aumento salarial.
Te invitamos con entusiasmo a unirte a esta
apasionante aventura literaria el próximo jueves. Mantente conectado con el
mundo laboral y prepárate para descubrir una perspectiva única sobre este tema
en la pluma de Thomas A. Riani. Puedes acceder a esta experiencia literaria a
través de este hermoso blog en el siguiente enlace: https://artesyletrasdevalencia.blogspot.com.
No te pierdas esta oportunidad de sumergirte en un mundo intrigante y reflexivo mientras exploramos los misterios de los sindicatos laborales de la mano de un escritor con un toque de humor en relación al aumento salarial. ¡Esperamos verte allí!"
"Notas finales"
[1] Rothenburg ob der Tauber
es una pintoresca ciudad medieval ubicada en Baviera, Alemania.
[2] La región de Franconia
(en alemán: Franken) es una región histórica ubicada en el norte de Baviera, en
el sur de Alemania.
[3] La República de Weimar,
conocida oficialmente como la República de Weimar o República de Weimar Alemana
(en alemán: Weimarer Republik o Deutsche Republik), fue el régimen político que
existió en Alemania desde el final de la Primera Guerra Mundial en 1918 hasta
el ascenso al poder de Adolf Hitler y el Partido Nazi en 1933.
[4] El Röderturm es una torre
histórica ubicada en la ciudad de Rothenburg ob der Tauber, en Baviera,
Alemania.
[5] El Ejército de la
República de Weimar, en alemán Reichswehr, fue la fuerza armada oficial de la
República de Weimar, que existió en Alemania desde el final de la Primera
Guerra Mundial en 1918 hasta la ascensión de Adolf Hitler al poder en 1933.
[6] Guillermo II, cuyo nombre
completo era Friedrich Wilhelm Viktor Albert von Hohenzollern (Wilhelm II en
alemán), fue el último emperador alemán y rey de Prusia.
[7] John Boyd Dunlop, en
efecto, era un veterinario escocés. Aunque es famoso por su invención del
neumático inflable moderno, su formación y profesión original eran en el campo
de la medicina veterinaria.
[8] Humber fue una marca
británica de automóviles y bicicletas que desempeñó un papel destacado en la
industria automotriz durante gran parte del siglo XX.
[9] El Mercedes Simplex es un
modelo de automóvil histórico fabricado por Mercedes-Benz, una de las marcas de
automóviles más prestigiosas del mundo.
[10] El Tratado de Versalles
fue uno de los tratados de paz que pusieron fin a la Primera Guerra Mundial.
[11] "Petit hôtel"
es una expresión en francés que se traduce al español como "pequeño
hotel".
[12] "Voiture" es una palabra en francés
que se traduce al español como "coche" o "automóvil".
[13] Peugeot es una marca de
automóviles francesa con una larga y destacada historia en la industria
automotriz.
[14] El Peugeot Type 161 fue
un automóvil producido por el fabricante de automóviles francés Peugeot a
principios del siglo XX.
[15] Chanel No. 5 es una de
las fragancias más icónicas y reconocidas en el mundo de la perfumería y la
moda.
[16] Coco Chanel, cuyo nombre
real era Gabrielle Bonheur Chanel, fue una influyente diseñadora de moda
francesa y una figura destacada en el mundo de la moda durante el siglo XX.
[17] "Guten Abend, Gute
Nacht" es en realidad el comienzo de una canción de cuna muy conocida en
alemán.
[18] Johannes Brahms fue un destacado compositor y pianista alemán del
período romántico.
[19] Otto Eduard Leopold von
Bismarck, conocido comúnmente como Otto von Bismarck, fue un estadista prusiano
y alemán que desempeñó un papel fundamental en la unificación de Alemania y en
la posterior formación del Imperio Alemán.
[20] Otto von Bismarck recibió
este título nobiliario en reconocimiento a sus logros y su papel en la
unificación de Alemania y la formación del Imperio Alemán.
[21] La cita "Nunca se
miente tanto como antes de las elecciones, durante la guerra y después de la
cacería" es atribuida al novelista y dramaturgo alemán Otto von Bismarck.
[22] La Guerra
Franco-Prusiana, también conocida como la Guerra Franco-Alemana, fue un
conflicto bélico que tuvo lugar entre Francia y Prusia (un estado alemán) junto
con otros estados alemanes entre 1870 y 1871.
[23] Confederación Alemana del
Norte: La Confederación Alemana del Norte fue establecida como resultado de la
Guerra Austro-Prusiana de 1866.
[24] Estados aliados de Baden
y Baviera: Baden y Baviera eran dos de los estados alemanes que se aliaron con
la Confederación Alemana del Norte en la Guerra Franco-Prusiana.
[25] Atwater Kent fue una
empresa estadounidense que fabricaba radios y componentes electrónicos en la
primera mitad del siglo XX.
[26] El Atwater Kent Model 4
fue uno de los modelos de radio producidos por la empresa Atwater Kent
Corporation.
[27] La hipertimesia o
hipermnesia es un término que se utiliza para describir una capacidad
anormalmente alta de recordar eventos y detalles específicos del pasado. Las
personas con hipertimesia pueden tener una memoria extremadamente precisa y
vívida, lo que les permite recordar fechas, eventos y experiencias en gran
detalle, a menudo mucho más allá de lo que sería típico para la mayoría de las
personas.
[28] "El corazón
delator" es un famoso cuento corto escrito por Edgar Allan Poe, uno de los
maestros del género de terror y suspenso en la literatura estadounidense.
[29] Samuel Johnson (1709-1784) fue un destacado escritor, lexicógrafo, ensayista y crítico inglés, conocido principalmente por sus contribuciones a la literatura inglesa y su monumental obra, "Un Diccionario de la Lengua Inglesa."
[30] El río Tauber es un pequeño río ubicado en el suroeste de Alemania, en el estado de Baden-Wurtemberg y en el norte de Baviera. Es un afluente del río Meno y tiene una longitud de aproximadamente 132 kilómetros. El río Tauber fluye a través de una región escénica conocida por su belleza natural y sus pintorescos pueblos.
[31] "Piratas de la Entente" era una expresión despectiva utilizada por los alemanes para referirse a las fuerzas navales de la Entente, especialmente la Marina Real Británica, durante la Primera Guerra Mundial. Esta expresión reflejaba la hostilidad y rivalidad entre las potencias en conflicto en ese momento y se usaba para denigrar a las fuerzas navales de la Entente que estaban bloqueando y combatiendo a Alemania en el mar.
[32] La Iglesia de Sankt Jakob se encuentra en Alemania, en la ciudad de Rothenburg ob der Tauber, en Baviera. Es una iglesia de estilo gótico tardío y es conocida por su impresionante arquitectura y su alta torre.
[33] Nathaniel Baldwin fue un inventor estadounidense conocido por sus contribuciones a la tecnología de los auriculares. A principios del siglo XX, en 1910, Baldwin inventó y fabricó los primeros auriculares modernos.
[34] Durante períodos de conflicto histórico entre Alemania y Francia, los alemanes a veces se referían a los franceses como "los enemigos" en alemán, que se traduce como "Die Feinde". Esto ocurrió especialmente durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial, cuando hubo tensiones y conflictos militares significativos entre ambos países.
[35] Raleigh es una marca icónica de bicicletas británica que se fundó en 1885 en Nottingham, Inglaterra. Durante el siglo XX, Raleigh se convirtió en uno de los fabricantes de bicicletas más reconocidos y produjo una amplia gama de modelos populares.
[36] "Germania" es la personificación alegórica de Alemania. En la estampilla, esta figura se representa como una joven con una corona de laurel y un casco alado, simbolizando la gloria y la nación.
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