"La Búsqueda como Razón de Ser"

Título: "El Santuario de Pater: Donde el Amor Trasciende"

Aclaración del autor:

Covacha: s. f. Término que designa un refugio modesto, connotando un hogar donde la sencillez y la felicidad se entrelazan. Esta definición, influenciada por mi experiencia personal, destaca que la verdadera riqueza reside en la compañía que llena sus paredes, más que en su modesta apariencia. Como sabiamente se ha expresado, "El lugar no importa, sino con quién lo compartes".

"S. f." es una abreviatura que significa "sustantivo femenino". En este contexto, se utiliza para indicar el género gramatical de la palabra "covacha", que es un sustantivo femenino en español.

Nota: 

En medio de la tumultuosa travesía de la existencia humana, donde los muros se desvanecen y el suelo cede ante el inexorable paso del inquietante péndulo, emerge una covacha que trasciende las limitaciones terrenales y se convierte en un sagrado santuario para el espíritu. En ese rincón mágico, la misma esencia de la vida florece y se despliega en todo su resplandor celestial. Es un lugar donde el amor y los recuerdos se entrelazan en un tango eterno, personificando la intangible belleza que habita en cada instante compartido.

En este recinto etéreo, donde las paredes atestiguan su paso del tiempo y el suelo ondulado guarda memorias inmutables, se exalta la perpetuidad de un sentimiento trascendente. Es un recordatorio perenne de la esencia misma de la existencia humana, un fuego resplandeciente que ilumina los corazones con la pureza de los sentimientos más profundos. Es un lugar donde los límites terrenales se desvanecen y el espíritu encuentra su verdadera morada, elevándose por encima de las preocupaciones mundanas y abrazando la trascendencia del ser.

En cada rincón de esta morada celestial, se respira la esencia misma de la conexión humana. Cada grieta y cada imperfección cuentan una historia, un testimonio ignífugo de los momentos compartidos en amor y compañía. Es un santuario atemporal donde las risas, las lágrimas y las experiencias se entrelazan en una tocata de emociones, dejando una huella imborrable en el tejido de la existencia.

En este resplandor incandescente, en esta luminosidad sublime, se celebra la magnificencia de ese inefable vínculo que trasciende las fronteras del tiempo y del espacio. Un suave recordatorio de que su esencia inmutable perdura y su poder transmutador radica en acariciar las fibras más íntimas de nuestras almas, en esa misteriosa comunión de afectos que no puede ser nombrada, solo sentida en lo más profundo de nuestro ser. 

Así, en esta descripción elevada, se revela la majestuosidad de ese lugar sagrado, donde la materialidad desvanece su importancia ante la inmortalidad de los sentimientos. Es un tributo a la belleza de los momentos compartidos y a la magia de un amor sin fronteras.

"Al traerte a la memoria, apreciado progenitor, en este discurso descriptivo impregnado de momentos tangibles, experimento la sensación de aprehender la esencia misma del amor. Tu figura perdura como un símbolo de cariño y afecto, recordándome la imperativa relevancia de amar incondicionalmente a pesar de las vicisitudes. En medio de un mundo convulso, tu imagen me incita a fomentar compasión, comprensión y benevolencia en cada interacción. Tu legado amoroso y la conexión que compartimos trascienden las adversidades, recordándome que el amor genuino es una fuente de esperanza y consuelo en medio de la penumbra. Mediante tu influjo y ejemplo, comprendo que la auténtica significación del amor reside en la capacidad de nutrir, respaldar y acoger a aquellos a quienes amamos, incluso en los tiempos más desafiantes. Así pues, añorarte en este relato, amado padre, se convierte en un sublimado acto de devoción, evocándome la trascendencia de habitar con el amor en mi ser en cada fibra de mi existencia."

Ecos inmortales: los tesoros tangibles del tiempo

Desde el abismo de mi melancolía surge con solemnidad un rincón sagrado conocido como "La Covacha". Sus murallas, erigidas con cartón prensado, se alzan como testigos imperturbables de una historia entrelazada con el inexorable paso agrietado del tiempo. Como medias envejecidas, las arrugas y pliegues en sus paredes revelan las huellas de una vida compartida, impregnadas con la esencia de momentos inolvidables.

En los confines de esta morada, la madera de pino ordinario se convierte en el escenario perfecto para un espectáculo de comedia arquitectónica. Cada grieta e imperfección parecen adquirir vida propia, creando una ceremonia de problemas estructurales que desafían las leyes de la lógica. Estas paredes, con su estilo único de "desnivelación artística", hacen que habitar aquí sea como participar en una obra de teatro improvisada, donde los cuadros torcidos y los marcos colgantes son los actores principales de una comedia calamitosa. ¡Es como si las paredes mismas conspiraran para arrancar carcajadas a los ocupantes de esta inusual morada!

Permítanme contarles que en el abrazo interno de La Covacha reposa una membrana insípida, una tela asfáltica conocida como "ruberoid", cual escudo protector que salvaguarda los secretos más íntimos. Es un vínculo sutil y una conexión trascendental con el amor y los recuerdos entrelazados en su seno.

El suelo, sin exhibir niveles uniformes en apariencia, se transforma en una alfombra de emociones desorientadas. Sus asperezas dan lugar a montañas y valles, elevaciones y depresiones que desafían las fuerzas de la gravedad. Como símbolos intrínsecos de la vida, estas disparidades se convierten en posibilidades de crecimiento, convirtiendo cada paso en una breve coreografía con el propio destino.

La Covacha trasciende las limitaciones físicas, convirtiéndose en un umbral hacia infinitos mundos de ensueño. En su modestia, alberga un torrente incesante de sueños y fantasías exuberantes. Sus paredes, impregnadas de una energía creativa desbordante, cobran vida con relatos y aventuras que fluyen desde lo más profundo de una imaginación compartida. Los objetos cotidianos se transforman en tesoros preciosos, portadores de historias invalorables que resuenan en cada rincón de aquel sagrado refugio.

En el epicentro de la covacha, aflora su salón, un recinto íntimo donde la magia se resguarda entre las fisuras del agrietado espacio. Un valle, majestuoso y exultante, se despliega como un oasis donde la naturaleza despliega toda su hermosura esplendorosa. Flores silvestres, con pétalos delicados y colores vibrantes, despiertan la sensibilidad y perfuman el aire con su embriagadora fragancia. Es un jardín secreto, un encuentro sagrado con la belleza que se devela en el rincón más inesperado.

Próximo a aquel valle, apenas a unos pasos, se yergue La biblioteca, cuyo equilibrio desafiante no puedo negar, pues su sostenimiento es un enigma inescrutable, y el suelo que la acoge no brinda gran auxilio. Como un oculto santuario de sabiduría, se disfraza con la vestidura de un mueble de madera, ostentando la estirpe de un tesoro pirata en la forma de una estantería. ¡Allí se halla cuanto uno pueda imaginar! Desde manuales para rectificar la maquinaria de los vehículos hasta ancestrales relatos de momias egipcias. Una amalgama de conocimientos que arrojaría perplejidad incluso al más erudito de los loros parlanchines. 

Entre las estanterías, algunos libros fingen ser verdaderos acróbatas, con sus páginas manchadas y dobladas, como si hubieran sido reclutados para secar las lágrimas de risa del propio autor. ¡Una auténtica troupe de comediantes literarios!

Por cierto, esta biblioteca es uno de esos tesoros curiosos que el padre de este escritor encontraba en un mercadillo llamado "Salvini Muebles". ¡Qué ocurrencia! Todo en aquel lugar parece carecer de control de calidad, ¡como si la palabra "exigente" se hubiera perdido en el diccionario!

"Pero, con su estilo desaliñado y excéntrico, esta biblioteca provoca una sonrisa cómplice. Es como si sus modestos muebles conspiraran para formar parte de un carnaval literario donde la hilaridad y lo disparatado se encuentran para entretener a los lectores más intrépidos. ¡Un desorden deliciosamente divertido en el que perderse! Antes de cerrar la puerta de esta Alejandría venida a menos, quiero dejar claro que entre esos libros de cuentos, historias, geografía, autos en general, desde la mecánica hasta los modelos ejemplares de la automotriz, de cocina hasta chistes de Caloi, Quino, otro Mafalda, en la colección El Eternauta, Clemente y quién sabe cuántos más, agradezco al modesto estante de madera ordinaria, porque gracias a él aprendí a leer y a escribir."

"Las ideas y pensamientos no brotan de forma aislada; más bien, germinan a través de la interacción y asimilación de las ideas de otros en la mente de cada individuo."

Sin embargo, la verdadera estrella del espectáculo no es la biblioteca, sino una tabla que hace las veces de antigua mesa en el centro del salón. Parece haber sido rescatada de un circo al borde de la bancarrota. ¡Es como si un payaso desafortunado decidiera tomar un descanso y convertirse en mueble!

Imagina la escena: mientras los libros se pavonean con sus trucos acrobáticos, esta tabla circense se roba toda la atención, desafiando las leyes de la gravedad y la decencia. ¡Un verdadero acto de malabarismo decorativo!

Con su aspecto estrafalario y sus patas temblorosas, esta mesa-circo nos recuerda que en medio de la seriedad de la lectura, siempre hay espacio para un toque de humor desquiciado. ¡Un guiño cómico en el corazón mismo de la biblioteca!

¡Es tan inestable que ni una rana saltarina osaría entreverarse en ella! No obstante, allí se encuentran, dos varillas de hierro enroscadas cual mágicos tirabuzones, librando con bravura la contienda contra la ley de la gravedad. Es como ser testigo de una epopeya batalla entre la física y el sentido común.

Y no podría obviar la majestuosa puerta que salvaguarda la covacha, un verdadero emblema de elegancia en franca disonancia con la modesta estructura de la vivienda. Aunque construida con chapa, su fino acabado se adecua con primor al ambiente de aquellos años. A su vera, en esa sala, se encontraba la pieza más valiosa de la colección: la reliquia de la antigüedad, una pecera tan vieja que parece que los peces nadan con bastón. La pobre pecera está tan cubierta de suciedad que incluso los lentes de visión nocturna necesitan lentes de aumento para encontrar a los peces perdidos en su 'spa' de barro. Y al lado de esa maravilla acuática, un televisor modesto pero eficiente, tan antiguo que se sorprende de no tener antenitas en lugar de una pantalla LCD. ¡El tiempo en ese hogar se detuvo hace años, pero aún así, tiene un encanto retro que sería la envidia de cualquier amante de lo 'vintage'!

Y ahí justamente sobre el televisor, a guisa de tesoro enmarcado, se yergue un recorte de periódico con un chiste del querido Quino, el cual despierta la fascinación en el progenitor de este autor. Es como si el espíritu del humor se manifestara en aquel rincón del hogar, recordándonos la importancia de la risa en nuestras vidas.

En el cenit del techo de la covacha, una chapa desprendida permitía entrever el vasto firmamento. Era como una ventana hacia el infinito, un portal hacia el cielo estrellado que despertaba en nosotros la maravilla y la conexión con algo más trascendental que nuestra propia existencia. Las noches fungían como testigos de nuestros diálogos bajo aquel firmamento celeste, mientras la luna prodigaba su luz en nuestros corazones y las estrellas titilaban irradiando esperanza en la oscuridad gélida y húmeda. No puedo soslayar que el gélido frío interior superaba incluso al del mundo exterior, aunque parezca inverosímil, se trata de una realidad glacialmente tangible.

En lugar de una cortina convencional, una modesta tela envolvía la humilde ventana de la covacha. No obstante, en su humildad, se metamorfoseaba en un velo que resguardaba secretos y emociones. Era como una obra de arte imperfecta que tamizaba la luz solar, pintando con destellos dorados el interior de nuestro hogar. A través de aquella ventana, se asomaban las sonrisas de las aves y los alaridos de la brisa, recordándonos que el mundo exterior era un presente por explorar y descubrir en compañía.

"El rincón del baño, apodado cariñosamente 'La Cripta', es un lugar misterioso en la covacha. Siendo el epicentro de un caos de cañerías que gotean como fuentes improvisadas, este lugar desafía las leyes de la lógica y la comodidad. Su tamaño compacto no deja espacio para el desorden, pero eso solo aumenta la aventura de cada visita. Al adentrarse en este santuario de lo absurdo, te encuentras cara a cara con una pila de porcelana de bolsillo, el espejo que siempre se parece más a un cuadro abstracto debido al vapor perpetuo y una cortina que separa el reino de lo extravagante del resto del mundo.

Oh, y ese estilo gótico medieval que lo caracteriza: cada vez que me miraba en el espejo, no sabía si peinarme o declamar soliloquios shakesperianos dignos del mismísimo Hamlet. Definitivamente, un baño fuera de este mundo, un lugar de secretos arcanos y hechizos de plomería, ¡donde hasta la más simple ducha se convierte en una experiencia digna de comedia!"

En el epicentro del salón principal fulguraba con majestuosidad una estufa a leña de hierro forjado y ornado diseño. Su tamaño diminuto contrastaba con su poderío, ya que era capaz de calentar cada rincón de aquel espacio mágico. Las llamas danzaban en su interior, proyectando sombras y destellos de luz que creaban un ambiente íntimo y cálido. Aquella estufa no solo proveía calor físico, sino que también infundía un calor emocional que estrechaba aún más los lazos entre padre e hijo. En las frías noches invernales, nos sentábamos junto a ella, compartiendo historias y sueños mientras el crepitar del fuego se convertía en una sinfonía de complicidad y amor.

En una mirada retrospectiva, el baño y la estufa a leña se erigían como dos pequeños tesoros en medio de la vastedad de la covacha. Sus modestas dimensiones no menoscababan su relevancia, sino que la magnificaban. Estos espacios íntimos se convertían en refugios dentro del propio refugio, donde las necesidades físicas y el calor emocional encontraban su genuina morada. A través de su modestia, nos recordaban que el valor de las cosas no yace en su tamaño, sino en el sentido y la conexión que nosotros, a su vez, les otorgamos.

El garaje, más allá de ser meramente un recinto para salvaguardar el automóvil, se erigía como un enigma arquitectónico. En lugar de utilizar clavos, estaba compuesto por tablas de saligna, curvadas como los pliegues de una banana madura. Sus paredes parecían danzar al compás de un viento invisible, desafiando las convenciones geométricas. Jamás pude comprender plenamente el trasfondo detrás de tan peculiar estructura, y mucho menos la altura que le confirieras, padre mío. Siendo un hombre de elevada estatura, aquel garaje que apenas sobrepasaba el metro ochenta se convertía en un enigma que desafiaba mi capacidad de comprensión. Pero acaso sean estos misterios de la vida los que continuarán revoloteando en mi mente, recordándome que hay secretos que el tiempo no desvela y enigmas que perduran sin resolver.

En contraposición al garaje, la cocina se revelaba como un santuario de deliciosa pequeñez. Sus dimensiones modestas engendraban un ambiente íntimo y acogedor, en el cual cada rincón exhalaba un romántico singular. Cada utensilio y herramienta culinaria parecían haber sido elegidos con precisión y amor, y la disposición de los muebles daba paso a una danza coreografiada por el arte de la cocina. En aquel reducido espacio culinario, los sabores se entremezclaban con los aromas y los ingredientes se transmutaban en poesía gastronómica. Cada platillo cocinado en tan íntimo espacio encerraba una historia y un sabor que se deslizaban por los sentidos con elegancia y pasión.

La diminuta cocina se revelaba como el escenario donde los ingredientes se convertían en vocablos y las recetas en versos de sabor. Cada sartén y cada olla, cada especia y hierba, ejecutaban un tango culinario que liberaba risas y satisfacía los paladares. En tan reducido ámbito, el acto de cocinar se convertía en una comedia sagrada, una expresión artística que cosquilleaba el alma.

A través de las proezas que mi progenitor dejara en su estela y su gloriosa presencia en la cocina, descubro un sentido profundo y trascendente. Sus hazañas mágicas con el microondas y su destreza en el manejo de variados utensilios desvelan sus dotes culinarias que superan cualquier receta. En aquel rincón diminuto, el perfume de la madera y el aceite se entrelaza con los sabores seductores de los platos que se fraguan, convirtiendo la cocina en una puerta hacia el pasado y el futuro. 

"En el borde del último párrafo, los recuerdos me golpean con una intensidad despiadada. Ahora recuerdo a Zeus, ese diminuto pero intrépido sabueso, un maestro genuino en el arte de disfrutar de los placeres culinarios. Con sus patitas cortas y un pelaje que parecía haber desafiado el tráfico vehicular tumultuoso, Zeus se destacaba en la cuadra con su agudeza mental y temperamento crítico.

A pesar de su avanzada edad, este can diminuto acortaba distancias con la fortaleza de un bosque imperturbable, siempre acompañando a mi padre, quien, gracias a las maravillas del destino laboral, rara vez se encontraba en casa. La verdad sea dicha, lavar platos no estaba en la descripción de trabajo de mi progenitor, y él no cuestionaba nada al respecto. Ahí entraba Zeus, como una especie de aspiradora viviente, lamiendo platos con una diligencia y voracidad tan eficaces como admirables.

Este prodigio canino, soberano del arte de higienizar recipientes, no le importaba en lo más mínimo si quedaba algún vestigio de carne o migaja de pan. Con diligencia y sin hacer preguntas, se entregaba a la tarea de dejar aquellos platos como nuevos. Un auténtico campeón, el monarca de los fregaderos, un destructor canino de restos de comidas. Y todo esto a escasos metros de su hogar original, donde reinaba como el verdadero rey de la cuadra.

Aunque su tamaño no lo delataba, Zeus demostraba su valentía por una hembra, dispuesto a dejar su pescuezo hecho añicos en nombre de la reproducción animal. Este adorable can, querido por todos, tenía sus propias ideas sobre el amor y la guerra.

Hoy, tanto Zeus como mi padre ya no están con nosotros. Dios los tenga en la gloria, donde Zeus probablemente esté esperando ansiosamente para disfrutar de los manjares que los sabuesos celestiales dejan caer. Y mi viejo, quién sabe, tal vez esté ocupado calculando cuánto humo cabe en una nube cúbica. Seguro que allá arriba también encuentran la forma de hacerlo entretenido."

No obstante, al volver mi mirada hacia mi viejo, se revelaba como un director de orquesta desquiciado, ajustando meticulosamente los tiempos y las temperaturas del maldito microondas, componiendo una sinfonía culinaria caótica. Su pasión y su notoria falta de destreza en la cocina quedaban evidenciadas en cada plato que elaboraba. Incluso el simple acto de emplear los utensilios se transformaba en un espectáculo circense de malabarismo culinario al más puro estilo del "¡Ups! ¡Casi me corto los dedos!"

Tus aromas inundaban el aire, convirtiendo la cocina en un espacio donde los sabores se transformaban en chistes y las recetas en legados culinarios de risas desbordantes. Y el maldito microondas, aquel artefacto manejado como un DJ desbocado, se erigía como un componente esencial. Sin él, los platos de patatas y pollos habrían sido presa de una desastrosa catástrofe tecnológica.

A pesar de las peculiaridades de mi progenitor, como su tendencia a no lavar los platos y optar por adquirir nuevos en lugar de emplear un detergente económico, su enfoque frugal no menoscababa la grandeza de su cocina. Su habilidad para dar vida a platos que alimentaban tanto el cuerpo como el espíritu convertía aquel modesto rincón en un auténtico templo culinario.

¡Este hombre era tan tacaño que llegaba al extremo de adquirir el pan en la sección de herramientas! Pero ese es tema para otra hilarante narración de este autor, pues quién sabe qué locuras gastronómicas nos depara el futuro.

Cada cucharada era un bocado impregnado de amor y cada combinación de ingredientes era una danza de sabores. La cocina se convertía en un espacio donde la sencillez se transformaba en exquisita exquisitez y la intimidad daba lugar a banquetes emocionales. A través de esa minúscula cocina, los sabores y aromas se entrelazaban en un abrazo mágico, convirtiendo los alimentos en puentes entre culturas y generaciones.

En resumen, la presencia de mi padre en la cocina, sus habilidades culinarias y su enfoque peculiar generaban una sensación de grandeza en aquel modesto espacio. La cocina se transformaba en un auténtico templo culinario, donde la simplicidad se convertía en exquisita complejidad y cada plato se erigía como una expresión de amor. A través de los sabores y aromas, la cocina se erigía como un puente entre culturas y generaciones, nutriendo tanto el cuerpo como el espíritu.

Y al final de aquella reducida cocina, un misterio insondable acechaba en forma de un lavarropa que desafiaba toda lógica. Jamás logramos comprender por qué, incluso en el gélido abrazo de la covacha, vibraba como si guardara consigo un tenebroso secreto. Quizás el ambiente sombrío que envolvía aquel rincón, con sus danzantes sombras, despertaba en él un temor silencioso que se manifestaba en cada zumbido y sacudida.

Impulsado por un deseo irrefrenable de domar la tumultuosa sinfonía, mi viejo, con una determinación inquebrantable, decidió inmortalizar los cimientos del lavarropa mediante el empaste del cemento, en un esfuerzo por silenciar los estridentes ecos que perturbaban la apacible armonía de la cocina. No obstante, el astuto escritor resguarda con reverencia lo único que le queda de aquel antro caótico: algunas fotografías tuyas en poses ambiguas, una montaña de papeles de un antiguo Mustang y tus garabatos matemáticos, que deleitaban tus noches más oscuras del alma. Entre todos estos tesoros, el lavarropa yace aún intacto, sin haber sido sometido a su función, en un respetuoso tributo a tu ausencia y a la incertidumbre de qué desventuras se desatarían si alguien se atreviera a ponerlo en marcha.

Pues en el reino del amor, la vida florece y se resguarda de la pena amorosa. Así, en secreto, el hijo pacta permitirle descansar en un silencio imperturbable, preservando el recuerdo y el misterio que envuelven aquel lavarropa, como un testigo silente de lo que una vez fue y nunca será olvidado.

El autor, sumergido en su universo musical, se encuentra en una vetusta habitación que resuena con recuerdos perdidos, emanando una pasión desbordante a través de las cuerdas de su guitarra. Su presencia en la estancia es tan tangible como sus acordes desafinados. La modesta pero encantadora composición del autor exuda un carisma singular. Un par de guitarras modestas se apoyan de forma desgarbada en una silla, personificando un guardarropa de la humilde existencia.

En las paredes, que parecen haber sufrido una contienda de pinceladas y haber sucumbido en un lamentable revés, se exhiben cuadros de girasoles que incluso el mismísimo Van Gogh habría reflexionado antes de pintar. Es como si un grupo de bufones hubiese decidido inaugurar una galería de arte y olvidado la noción primordial de la armonía cromática. Estas pinturas insuflan vida a los deslucidos recintos, añadiendo un toque vibrante con sus colores y texturas extravagantes. Pareciera como si la melancolía del lugar se manifestase frente a la carencia de consonancia visual, desplegando su propio espectáculo irónico y pintoresco.

En conjunto, estas dos figuras, el autor con su guitarra desafinada y su padre con su pasión por la historia antigua, amalgaman la tradición con la extravagancia, engendrando un ambiente repleto de encanto, humor y notas disonantes. Sus contribuciones a la habitación, tanto en el ámbito musical como en el cultural, trascienden las modestas apariencias, legando un patrimonio que se entrelaza con risas, disonancias y un toque de genial irreverencia.

Desde el más profundo rincón del intrincado bosque, donde los árboles custodian con celo tus palabras y el viento acaricia cada letra con devoción, mi pluma traza un amor eterno: "Tu recuerdo, impregnado en la más recóndita fibra de mi ser, permanecerá inalterable por toda la eternidad". Estas palabras, redactadas con la tinta sagrada de la emoción, fluyen como un caudal inquebrantable de afecto. Aunque la distancia pueda separarnos en lo corpóreo, el vínculo que nos une se alza imperturbable, trascendiendo cualquier barrera. La modesta covacha, frágil en su apariencia pero rebosante de fortaleza, se erige como un símbolo del poderío del amor y la exquisita belleza de los momentos compartidos. Nos recuerda que el verdadero hogar no radica en las estructuras físicas, sino en los lazos que tejemos con devoción y en los recuerdos que se entrelazan con delicadas hebras de afecto. Aunque el tiempo continúe su inexorable marcha, en lo más profundo del frondoso bosque de nuestros corazones, aquel refugio de amor arderá como una llama eterna.

En este sagrado santuario del amor, las adversidades se desvanecen bajo la iluminación de una unión indescriptible. Padre e hijo hallaron la dicha en la simplicidad y en la plenitud de su compañía mutua. La covacha se convirtió en un templo del amor incondicional, donde las risas y el afecto tejieron un refugio imperecedero.

"El hogar auténtico no se limita a una morada física, sino que florece en el amor que se desliza por nuestras venas, donde reside una fuerza capaz de abrigar incluso el más glacial de los inviernos. En este sublime contexto, quiero expresar mi gratitud, querido padre, por el amor que compartimos, una conexión profunda que se entrelaza en nuestras almas. Tu amor incondicional ha creado un refugio indestructible donde encuentro consuelo y seguridad. Tus palabras de sabiduría resuenan en mi mente y prometo que nunca las olvidaré: 'Esta es una ecuación sencilla, hijo. No importa tanto el resultado como la manera en que la vivimos'. Más allá de cualquier morada terrenal, es en esta comunión de almas donde encuentro mi verdadero hogar y mi mayor fortaleza. Gracias, ingeniero, por ser la esencia misma de un amor divino que trasciende los confines del tiempo y el espacio."  Fin.

"Hogar Dulce Hogar: Reflexiones sobre nuestra existencia"

En los vastos territorios del tiempo, querido padre, tu presencia se alza como el canto melodioso de un ave al amanecer. Tu sabiduría, como un río de palabras, ha fluido en mi ser dejando una huella imborrable en mi existencia. Desde este epílogo, me adentro en los dominios de la gratitud para rendir tributo a tu amor y sabiduría, utilizando metáforas que aspiran a capturar la magnitud de tu influencia.

Tú fuiste el arquitecto de mi horizonte, trazando líneas de sabiduría en los cimientos de mi ser. Tu visión era el rayo que iluminaba mis pasos, y tus palabras, como puentes suspendidos en el abismo del desconocimiento, me permitían cruzar hacia nuevos horizontes. Cada consejo era una brújula, señalando el camino hacia la grandeza y la plenitud.

En lo más profundo de mi ser, tu voz resonaba como el eco de una montaña, recordándome que la vida es una danza fugaz y que en cada paso hay una lección por aprender. Fuiste el maestro silencioso, cuyas enseñanzas se entretejían en los hilos del destino, y cuyos aforismos eran llaves que desbloqueaban las puertas del entendimiento. Tu amor era el sol que iluminaba mi sendero, y tu sabiduría era la lluvia que nutría las semillas de mis sueños. Como un árbol centenario, tu presencia me brindaba sombra en los días más calurosos y refugio en las noches más frías. Fuiste el guardián de mis raíces, conectándome con la historia y las enseñanzas de aquellos que nos precedieron.

En el mundano lienzo de la existencia, tu figura se alza como un trazo enérgico, un destello de inspiración en medio de un mundo caótico. Fuiste el poeta de mi alma, entrelazando prosas en cada conversación y dotando de belleza y significado a los momentos más simples. A través de tus palabras, aprendí que el arte de vivir radica en la capacidad de encontrar poesía en cada detalle.
Desde este escrito que se entreverá como un péndulo en la inmensidad del tiempo, deseo expresar mi gratitud infinita. Tú fuiste el capitán que navegó los mares de la vida con coraje y determinación, y cuyas enseñanzas me han preparado para enfrentar las tempestades y explorar horizontes desconocidos. Tu legado perdurará como un tesoro preciado, iluminando el camino de las generaciones venideras.

Que estas palabras alcancen los confines de la eternidad, donde los sueños se entrelazan con la realidad y las máximas se conviertan en verdades universales. Tu influencia es el latir que hoy resuena en mi corazón, recordándome que el verdadero legado no se mide en riquezas materiales, sino en el amor y la sabiduría que dejamos en aquellos que nos suceden.
Sin más pesar que el de despedirme en un llanto de silencio, y pido perdón por describir nuestro hogar, pero te di cada palabra de aquel rincón que me diste como hogar. No quise ser despectivo ni intenté ser descortés, pues estoy agradecido y profundamente enamorado del padre que me tocó. Quizás un poco frío, quizás tu sangre inglesa sea la causa, quizás tu inteligencia, padre, pero es algo que volvería a repetir si el Creador me diera la oportunidad. Firmaría ciegamente para volver a ser tu hijo por toda la eternidad. Si tan solo el Dios piadoso me brindara esa oportunidad, no te fallaría, ya que corre por mis venas tu propia sangre. Por eso, querido padre, me despido con una profunda y inmensa gratitud.

"Nuestra existencia halla su razón en la búsqueda y el encuentro, de ahí la razón de nuestra presencia en este mundo." - Tu Hijo.

Poema: "Covacha del Alma: Donde el Amor Trasciende"

En la covacha del alma, donde el amor trasciende,
santuario etéreo, do* el tiempo se suspende.
Las paredes testigos de risas y de llanto,
rincón atemporal donde el alma halla encanto.

En cada grieta, entrelazase una historia,
ardiente testimonio de momentos en la gloria.
El suelo ondulado guarda memorias inmutables,
tango eterno de recuerdos inolvidables.

En la luminosidad sublime, en resplandor incandescente,
celebrase la magnificencia del amor, trascendente.
Un tributo a la belleza de los lazos compartidos,
donde la materialidad se desvanece en lo sentido.

Oh, amado progenitor, en esta descripción elevada,
tu figura perdura, como luz en la alborada.
Símbolo de cariño y afecto inquebrantable,
recordándonos la esencia del amor inmutable.

En medio del caos, tu imagen inspira compasión,
legado amoroso que trasciende toda ocasión.
Amar incondicionalmente, lección que perdura,
consuelo en la penumbra, eterna ternura.

Así, en este relato, un poema se desvela,
canto a la trascendencia, llama que destella.

Autor: Thomas A. Riani

In amore et memoria aeterna, cor nostrum floreat.
(En el amor y la memoria eterna, que nuestro corazón florezca.)

*Nota Final: La forma "do" se emplea en un estilo antiguo, siendo equivalente a "donde" en este contexto literario.

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