"La Dulzura del Engaño"

 El Tiempo es un Beso en Serie (Y Nosotros, sus Cómplices Enamorados)

 


"Hoy quiero hablarte sin rodeos, sin preámbulos ni velos, porque la conciencia no puede crecer en las sombras. Si no alimentamos nuestra percepción, ¿cuánto más podremos soportar esta espera interminable, en la que saber cada vez menos se convierte en nuestra condena inexorable? Vivimos atrapados en un círculo vicioso, arrastrados por un silencio que, aunque no es mío, me ahoga y intensifica mi obstinación. Negar el pensamiento es la más cruel de las farsas, y lo único que esos seres miserables de corazón árido nos han legado es una sequía perpetua: una condena al olvido.

Nos hallamos en un laberinto donde la pasión se encuentra con la traición, y donde los momentos, se escapan en la bruma del recuerdo. La ilusión de "ganar tiempo" se convierte en una quimera, mientras cada segundo, como un grano de arena en un reloj sin fin, nos recuerda la fragilidad de nuestra travesía. Así, la vida se despliega en su doble faz: un río que fluye inexorablemente hacia el olvido, y un campo fértil donde, en la intersección de la muerte y el renacer, florecen los instantes que dan sentido a nuestra esencia. En este juego cósmico, los besos se convierten en el "devenir" de nuestra mortalidad y la promesa de lo eterno..."

 

Camino rápido, con la falsa dicha de quien avanza sin rumbo, movido solo por la brutal inocencia de no saber. Pero, ¿hasta cuándo podré sostenerme en este ciclo infinito? Quizá, en algún rincón torcido del tiempo, me encuentre exhausto, harto de esperar el vacío, y entonces decida cambiar el frenesí por la quietud. Una quietud que se cocina lenta, como la paciencia de quien ya no busca nada, de quien ha sido endurecido por las capas de su propio rostro, donde la fatalidad se graba con la ferocidad de lo irreversible.

 

Nos enseñan que lo importante es la cantidad. Cuantos más seamos, mejor. Que el número es poder, que la masa mueve el mundo. Pero si miramos la historia de cerca, descubrimos que lo único que hemos perfeccionado con devoción es la acumulación: de cosas, de personas, de tiempo... aunque rara vez nos detenemos a preguntar: ¿para qué? El tiempo corre, imparable, y nosotros somos su entretenimiento favorito.

 

Hemos inventado la absurda noción del "tiempo", como si fuera una moneda en un mercado ilusorio de horas. Pero, ¿alguien ha logrado cobrarlo alguna vez? El tiempo, como la vida misma, no vuelve. No es reciclable ni negociable. Cada minuto que pasa se escapa sin despedirse, dejándonos la incómoda sensación de haber sido robados mientras no mirábamos. Y lo peor de todo es que lo dejamos entrar sin cuestionarlo.

 

A lo largo de los siglos, la humanidad ha sido testigo de su propio desgaste, observándolo con una sonrisa idiota, como si estuviéramos encantados de participar en este juego patético. Nos engañamos creyendo que si hacemos más, corremos más o poseemos más, el tiempo nos perdonará. "Si producimos lo suficiente", decimos, "tal vez podamos burlarlo". Pero no. Todo lo que acumulamos, creamos o destruimos se lo lleva el mismo viento que arrastra las cenizas de nuestros sueños no cumplidos. Y al final, el tiempo sigue siendo el único que no pierde.

 

Si la vida pudiera entrar por mis manos hoy, probablemente sentenciaría en un escrito que: "El hombre es la única criatura que marca la casilla del reloj, creyendo que cuenta para algo, mientras su conciencia se suicida lentamente, segundo a segundo". Nos hemos engañado creyendo que los relojes son nuestros esclavos, cuando en realidad somos nosotros quienes estamos encadenados a su marcha implacable. No importa cuánto tiempo tengas; lo único que importa es qué haces con él. Y la mayoría lo gasta como quien quema billetes, creyendo que está iluminando su vida.

 

Y luego está esa superficial "moda" de vivir el presente. Suena fabuloso en los carteles de Instagram, pero pregúntale a alguien que tiene que pagar el alquiler mañana si realmente puede permitirse el lujo de "disfrutar el ahora". El presente es un amante cruel: te seduce y te abandona, todo es "ahora", hasta que el futuro te golpea con la misma sonrisa que llevabas hace diez años, cuando creías que "aún tenías tiempo". Como humanidad, hemos caído bajo la ilusión de que el tiempo es una cuerda elástica que podemos estirar a voluntad. Pero, ¿cuándo fue la última vez que escuchaste a alguien decir: "Me sobra tiempo"? Exacto. Nos hemos olvidado de que el tiempo es como una cuerda de piano: tensa, afilada, lista para cortarte de un tajo si no la manejas con cuidado.

 

Y lo más rabioso es que sabemos perfectamente que el tiempo es finito. No somos ignorantes, pero hemos perfeccionado el arte de ignorar la realidad con tal elegancia que hasta los dioses antiguos envidiarían nuestro autoengaño. Nuestra filantropía moderna no se trata de dar a los demás, sino de dar por sentado que siempre tendremos "un poco más" de tiempo para hacer lo que importa. Aquí estamos, de estado en estado, de foto en foto, contando abruptamente por segundos todos esos "likes" ausentes de vida como pasos en la vereda de un sueño que nunca viviremos, como si la cantidad y la huella de lo andado realmente importaran. ¿Qué estamos esperando? ¿El apocalipsis de YouTube? Quizá. Pero lo más probable es que estemos esperando a que el tiempo, en su infinita ironía, nos muestre que no tenemos tiempo, mientras adelantamos videos de un canal en la red, sin darnos cuenta de que el único tiempo que vale es el nuestro. Y por esto, y por tanto aquello, la estampa de nuestra ausencia nos dará una palmada en la espalda y nos dirá: "Tranquilo, siempre tendrás más de mí". Pero no. El tiempo es el más cruel de los comediantes, y la broma siempre será sobre nosotros.

 

¿De qué está hecho el tiempo? De sombras inasibles, de vacíos que se expanden sin retorno, de segundos que se escurren entre los dedos como polvo en medio de una tormenta. Si alguna vez te atreves a pensar que lo dominas, recuerda: es el tiempo quien te encierra, con la frialdad de un verdugo insobornable. No eres su favorito. Nadie lo es. Porque, en este juego eterno, todos somos sus cómplices felices, atrapados en un juicio silencioso donde no hay clemencia, solo la certeza del olvido. Intuyo que justo allí, en el umbral de nuestra percepción, reside la esencia misma de la vida. Aunque los trigales maduren majestuosos, es en ese punto donde el tiempo fluye en silencio y se desenvuelve su juego implacable. Allí, en ese paraje invisible, la sangre, agotada por el imparable desgaste de los días, se regenera incansablemente, alimentándose de la misma muerte que la acecha a cada paso. Y es allí, en esa encrucijada entre la muerte que todo consume y la vida que todo recrea, donde se revela el mayor misterio: no es el tiempo quien nos destruye, sino la vida misma, que en su constante morir se redime en cada instante al cálculo del infinito.


El miedo a lo absurdo, que a veces se descompone en lo grotesco, no es lo que importa. Lo que devora es la vida que se nos escapa, mientras agonizamos en la espera de algo que nunca nos perteneció.

 

"En el delicado equilibrio entre lo que perece y lo que renace, encontramos el reflejo de lo inmortal: la vida, que se abre paso con obstinada belleza en el abismo de la muerte. Es allí donde mi silencio se estremece, solo y tan solo, pero felizmente siempre por ti."

— Thomas A. Riani

 

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