"... es la vida"
"No es la muerte, es la vida"
"Non Est Mors, Est Vita" — "No es la muerte, es la vida."
Se
dice que el tiempo lo borra todo, que el olvido es el único consuelo al que los
mortales pueden aspirar. Pero no es cierto. He visto cómo las horas, como
ladrones sigilosos, se llevan todo a su paso... excepto una cosa: la maldita
memoria.
Porque
hay recuerdos que se clavan en el alma como clavos ardientes, que no se oxidan
con los años, sino que resucitan, tan vivos y punzantes como el día en que
nacieron. Son ardientes joyas que no se disipan, y, por supuesto, nunca se
callan.
Dicen
que el miedo arruga más el alma que el tiempo, que la vergüenza se aferra con
más fuerza que la desesperación, y que, de aquí a allá, todo parece cambiar sin
cambiar realmente. Nos desplazamos sin fin por la vida, cargando nuestra
cobardía, disfrazándola de orgullo académico o de la cruel indiferencia.
Y
sin embargo, en tu esquina, en el juego entre el ego y la arrogancia, hay algo
de lo que no se puede escapar: un lazo invisible, una presencia imposible de
ignorar. Un vínculo que no se rompe, por más que intentes arrancarlo. Es la
marca de una amistad que nunca pediste, pero que se aferra a ti con la dulzura
venenosa de un abrazo del que jamás podrás liberarte.
No
busco amigos. No quiero compañía. No quiero consuelo. ¿Para qué? ¿De qué sirve
pedir lo que ya sé que se deshace en las manos como cenizas al viento? Soy el
rey del infierno, el señor de lo perdido, el que arde en llamas eternas, el que
consume todo lo que toca. ¡Soy el fuego mismo! Pero, en este abismo sin fin, me
he encontrado, inexplicablemente, deseando algo. Algo que ni mi trono, ni mis
legiones, ni mi propio poder pueden saciar. Es una necesidad que me quema por
dentro, algo que nunca había conocido, una oscuridad más profunda que cualquier
tormenta que haya forjado.
¿Es
esto lo que significa ser humano? ¿O quizás lo que significa ser más que
humano? Una necesidad tan grotesca, tan sucia, que ni yo, el más temido de los
seres, me atrevo a nombrarla. No quiero amistad. ¡No necesito esa debilidad!
Mis legiones arden en las profundidades de mi palacio, mis súbditos me adoran,
mi tridente resplandece con la furia de mil tormentas, mi cetro forjado en la
desesperación de un mundo arrasado. Mi palacio, levantado sobre los restos de
lo que alguna vez fue, se alza imponente, rodeado de las almas más condenadas
que jamás vieron la luz. Todo en mi reino es vasto, infinito, un reflejo de mi
poder absoluto. Pero no me llena. ¡Nada me llena!
Mi
tridente, forjado en el corazón de la más ardiente llama, es la extensión de mi
voluntad. El poder absoluto. Lo he usado para destruir, para esclavizar, para
desmembrar todo lo que se interpone en mi camino. Pero incluso ese poder, ese
cetro, esa vara que sostiene el peso de toda la desesperación de este mundo, no
me consuela. Mis legiones, ¿qué son? Meros peones, sombras que se arrastran a
mi lado, ciegos en su devoción, vacíos como yo. Yo no soy como ellos. No soy un
simple gobernante del caos. Soy la destrucción misma, y sin embargo... siento
este vacío. Este agujero profundo que ni el fuego ni el hierro pueden llenar.
¿Y
la amistad? ¿Qué es esa palabra ridícula? ¿Un consuelo? ¿Una mentira? Los
mortales se aferran a ella como si fuera una salvación. Pero, ¿qué podría
significar la amistad para un ser como yo? Nada. Nada más que una ilusión. No
soy como ellos. No necesito a nadie. Pero... ¿por qué? ¿Por qué siento este
vacío? ¿Por qué el deseo de algo más que solo fuego?
A
veces... a veces, mi trono de oscuridad y ruina se siente vacío. Mi palacio,
adornado con el dolor de las almas condenadas, se siente desolado. Mis legiones
de demonios, mis monstruos forjados en la desesperación, todos siguen mis
órdenes, todos sirven a mi voluntad... pero ¿quién soy yo, realmente? ¿Un rey
sin un reino que lo entienda? ¿Un dios sin un propósito? ¿Un monstruo que solo
destruye y consume, pero que se consume a sí mismo?
Y
en esa desesperación... he caído. Me he caído en la verdad que nadie jamás debe
reconocer. La verdad que, como el fuego, me consume. Necesito algo más.
Necesito algo real, algo que no se desvanezca en la nada, algo que no sea
efímero. No, necesito un amigo, un amigo de verdad. Alguien que no sea un
súbdito, un peón, una sombra en mi tormenta. Alguien que me vea, que me
entienda en este abismo de soledad. Pero... ¿quién podría ser ese alguien?
¿Quién se atrevería a caminar a mi lado en este infierno?
Soy
el rey del infierno, y aún así, mi reinado no es suficiente. Ni el cetro que
sostiene el poder absoluto, ni el tridente que gobierna la destrucción, ni mi
palacio infernal, ni mis legiones... nada me basta. Porque lo único que me
consume de verdad es la necesidad de algo que no sé cómo nombrar. Un amigo. Y
eso... eso me destroza.
Y
en ese fuego, que me consume y que consume todo lo que toco, encuentro una
extraña forma de amor. Es un amor que no pide perdón, ni pide piedad. No es un
amor romántico, ni siquiera humano, y es precisamente en su abismo donde me
reconozco a mí mismo. Es el amor de quien sabe que nunca podrá ser amado, pero
no le importa, porque ya ha olvidado lo que significa. Y, sin embargo, sigo
aquí, ofreciendo lo que no quiero dar, pero que de algún modo doy sin pensarlo.
Porque, ¿quién puede decir que no se necesita el vacío que deja un alma rota,
la oscuridad de un corazón que nunca conoció la luz? ¿Quién puede negar que,
incluso en mi condena eterna, yo también, alguna vez, busqué a alguien a quien
llamar amigo?
"Veni, Vidi, Abscondi" — "Vine, vi, me
oculté."
[1]L.V.
Amigo,
Al llegar a
este suelo impío, he sellado mi destino con un pacto—nescio si cum caelo aut
cum umbris inferni. (No sé si con el cielo o con las sombras del infierno.) Mi
alma, ahora más desgarrada que nunca, se debate entre el canto angelical y la
llamada seductora de los demonios. Sed nihil metuo. (Pero no temo nada.)
Lo que he de
hacer, lo haré sin temor ni titubeo. Que el mundo sepa, me vocem meam non
silebit. (Mi voz no será silenciada.) Y aunque tus ojos no comprendan la
lengua antigua, semper loquar, etiam per tenebras. (Siempre hablaré,
incluso a través de las sombras.)
Vae universum!
(¡Ay del mundo!) Mi voz será el trueno que resuene en el alma de quienes
desafíen mi paso.
Sin embargo, antes de que continúes, amigo mío, permíteme una
pequeña aclaración. Mea culpa. (Mi culpa.) Reconozco que este mal hábito
de usar el latín, tan propio de mis antiguos días, es algo que debería haber
dejado atrás hace milenios. Pero, como el que soy, el tiempo no ha logrado
quitarme ciertos vicios de antaño. Dominus (El ser que soy) tiene
responsabilidades que no imaginas, y, honestamente, lidiar con estos
"nuevos aparatos" —teléfonos, correos electrónicos y demás
estupideces— es una de las cargas más pesadas que he tenido que soportar. Quid
faciam? (¿Qué puedo hacer?) El que ya gobernaba las llamas del abismo no
fue precisamente entrenado en el uso de algo tan efímero como una pantalla
táctil o un mensaje instantáneo. La "nueva era", como la llaman, es
un laberinto de trivialidades que ni siquiera entiendo. Interea, ignosce
mihi. (Mientras tanto, perdóname.)
Por respeto a
ti y a tu paciencia, trataré de limitar el uso de mi lengua ancestral, si
debe ser que mi mano pueda sujetar el teléfono móvil sin causar una catástrofe,
o lo que sea que los mortales llaman "email". Pero no prometo nada,
no sea que el caos se desate con el toque de un botón equivocado.
"Es más
fácil tragar la mentira con una copa en la mano que digerir la verdad en
soledad."
No importa el
dolor ni la burla, no me callaré. Soy un susurro del universo, condenado a
hablar, condenado a ser oído. Si no puedo hallar paz, que al menos mi grito
resuene en el viento, como la verdad que arde en mi pecho…
"¡Amigo…
ya basta de titubeos! Es hora de sacudirme la pereza y lanzarme de lleno al
camino de nuestra Deidad. No puedo desperdiciar la oportunidad de alzarme y
llevar mi verdad a mis hermanos. ¡Que arda el fuego de la instrucción y que se
avive la misión!"
La ráfaga de la
amistad tiene esa cualidad que no logro entender, esa que se cuela en los
recuerdos como un suspiro insistente, como un Céfiro que golpea sin permiso.
Tal vez si digo que la amistad, para mí, es como la escarcha que se aferra a un
yuyo al amanecer: algo congelado, pero a la vez tan frágil, tan aferrado a lo
que queda y que se derrite con el sol de un nuevo día. O quizás si hablo de
cómo el tiempo trae consigo la nostalgia, esa trampa que rompe las cadenas del
comodísimo olvido. Pero bueno, voy a intentarlo, a cazar esos sueños que se
escapan como sombras que firmemente creo. La amistad, en su forma más pura, es
como el payaso en el circo: bajo las risas del populacho y el retumbar de los
tambores del mundo, a veces también precisa un retiro, donde la máscara de
risueño no sea la única que lleve, y donde el amor no se torne en un juego vano
y sin fin, sino en un respiro fugaz entre el fragor de la escena.
"Las
mentes se nos pudren, ladran sin sentido, incapaces de saber qué es real y qué
solo nos da una falsa comodidad. Y sin darnos cuenta, nos hundimos de nuevo en
la oscuridad, buscando algo que no entendemos, algo que se llame amistad.
Mientras el amor se convierte en una estafa, y la pasión solo un escape para no
enfrentar la soledad que nos consume desde adentro."
Un buen amigo…
un buen amigo, creo que es como alguien que se planta a tu lado cuando todo
está oscuro, sin prometer respuestas, sin ofrecer soluciones fáciles. No te
dice qué hacer, pero te hace reír, te recuerda que, a pesar de todo, aún hay
algo que vale la pena. Te escucha, sí, te escucha de verdad, sin prisa, sin esa
ansiedad por llenar el aire con palabras vacías que todos decimos solo para
romper el silencio. No te juzga, no te cambia, no te exige, solo está ahí. No
se va cuando lo necesitas, no se desvanece, incluso cuando el tiempo y la
distancia tratan de separarnos. Y quizás, como postre de todo esto, aguantamos
más porque somos menos. Menos peso, menos ruido, menos gente tratando de romper
la calma. Al final, se trata de eso, ¿no? De reducir la carga, dejar que el
tiempo haga lo suyo, y si estamos aquí, aguantando, es porque a veces la vida
te da una tregua. Pero no te engañes, no es por ser mejores, ni más sabios.
Simplemente somos menos, y eso pesa menos.
A veces… sí, a
veces se equivoca, como todos, pero no tiene miedo de admitirlo, de decir “me
equivoqué”. Y tú… tú lo perdonas, porque sabes que, cuando sea tu turno de
errar, él estará ahí para devolverte el perdón. Con él, el silencio no es
soledad, no es vacío; es compañía. Y aunque las voces se apaguen en la
distancia de una cercanía lejana, todo sigue igual, como si nada pudiera
destruir lo que se construye con el alma.
"La
soledad es un asunto jodido por tres razones: primero, porque te obliga a
mirarte al espejo sin excusas; segundo, porque hasta los cabrones que te
hicieron daño empiezan a parecerte compañía decente; y tercero, la peor de
todas, porque te deja a solas con tu propio silencio… y ese cabrón nunca
miente."
Solo en la
pérdida entendemos el verdadero valor de lo que poseíamos. El amor, ese bien
tan preciado, es lo único que debe ganarse con la esencia misma de uno. Todo lo
demás, todo lo demás, se puede arrebatar sin escrúpulos, con el simple deseo de
poseer.
Anhelo, de una
manera que ni las palabras pueden captar, que en otra vida nuestros caminos se
crucen, sin esa terquedad que nos mantenía a distancia, ya no tan inmaduros ni
tan llenos de vanidad, ya sin esas mentiras que nos cegaban. Ojalá nos
encontremos desnudos de pretensiones, sin razones que nos separen, solo con el
ardor de lo que realmente sentimos, sin buscar ser más de lo que somos. Ojalá
no haya máscaras, solo la cruda verdad de una amistad auténtica, que hable
desde las entrañas, sin adornos, sin miedos, sin barreras.
En esta carpa
de amistades rotas, que nunca estuvo bien asegurada, me arrastro—o al menos lo
intento—como un cigarro que se consume en un cenicero olvidado, en medio de mi
propia desesperanza. Torpe, diría, si pudiera darle una palabra a la torpeza de
mi ser. Pero no voy a rendirme antes de llegar al centro de todo esto: ese
rincón donde la razón y la habilidad se tocan, o tal vez se deshacen en polvo.
No estoy para los que me hacen sentir como una mierda. Estoy para los que
suman, los que no drenan, los que no juegan a ver cuánto aguanto antes de
estallar. A los demás, que se jodan.
"Sostengo,
con firmeza ante la inmutable naturaleza de este viento, que su curso no
depende de la voluntad de nadie. Así, avanza imparable, con o sin nuestra
voluntad. La única respuesta sensata ante este hecho irrefutable es aceptar
nuestra responsabilidad y aprovechar cada instante a nuestro favor."
Tal vez todo
esto suene a un lamento, o a un grito desesperado de alguien atrapado en su
propio abismo, pero si buscas entender algo más profundo, te diré esto: no
estoy bien, no porque lo elija, sino porque no puedo encontrar paz cuando el
que está a mi lado sufre. Es una ley cuántica, una realidad elemental de la
existencia humana: el dolor de uno se extiende, de alguna manera, al alma de
todos. Y esa conexión es la que me arrastra, porque no puede haber equilibrio
en mi ser cuando el de enfrente está perdido. Esa es la carga que llevo... o
sea, tú.
Enredado en la
maraña de mi propia miseria, se consume el afán de mi sentir. La esencia me
arroja sin piedad, sin arte ni engaño, a un sendero de rezos marchitos, sin fe,
sin norte, como si no fuera más que un pobre despojo de carne aguardando el
golpe final. ¡Oh, fatiga cruel de la existencia! Ya no es solo el fulgor de las
estrellas lo que hiende la noche; el hombre muere y renace, o acaso es su
muerte la que lo forja de nuevo.
"La
hermandad está seca, más seca que un mal trago de whisky barato. Y lo único que
deja son más jodidos suplicios. Lo peor no es darte cuenta, lo peor es andar
por ahí sin saberlo, caminando entre los vivos como un idiota más."
Todos, con
manos trémulas o firmes, cincelamos la memoria, y es allí donde la vergüenza se
torna en bálsamo. Extraño es su consuelo, mas cierto; pues cuando el
pensamiento se sumerge en sí mismo, la idea crece, devora a la otra, hasta que
la misma se disuelve en su propio reflejo. Y así voy, recogiendo escombros de
escuela, amores rotos, sueños que se desangraron en algún cantar de mi
semblante. Al principio son solo pequeños cortes, duelen como una vieja mirada
mía. Y duelen. Y vaya si duelen, jodidamente. Subir la cuesta se vuelve una
maldita penitencia por cada cosa que no supimos soltar, por cada error que no
ajustamos en el taller de la sinceridad espontánea. Todo lo que dejamos atrás
sigue aquí, arañándonos la espalda, pidiéndonos cuentas de todo lo antiguo, o
mejor dicho, de todo lo viejo—tan viejo como el sol de mi primer suspiro, como
el hambre y la propia abundancia.
El
"sí", amigo, es una soga disfrazada de cortesía. Una condena que uno
mismo elige. Decir "sí" porque te enseñaron que ser bueno es agachar
la cabeza y sonreír, pero al final, lo único que logras es hundirte más en la
mierda. Cada "sí" que escupes sin pensarlo es un clavo más en tu
ataúd. ¿Por qué lo sigues diciendo? ¿Por qué sigues lamiendo manos que te
darían la espalda en cuanto les convenga? La vida no es un servicio de mesa,
carajo, es tuya. Cada "sí" que das a desgana es un "no" a
lo que realmente quieres. Así que aprendé a mandar a la mierda cuando haga
falta, sin culpa. Y te dejo una a favor: ningún disfraz aguanta el amanecer,
porque el sol quema toda la mentira hasta dejar solo lo que es de verdad.
“El tiempo no
espera a nadie; avanza, contigo o sin ti. No pierdas ni un segundo: empieza a
vivirlo, pero ya.”
Sé que esta
frase suena trillada, como esas excusas para ir a una fiesta que no quieres ni
oler, pero la nobleza obliga, ¿no? Lo que quiero que entiendas, sin embargo, es
quién te la está diciendo: alguien a quien la pérdida le cobró más caro que una
entrada al infierno, alguien que ha visto cómo el péndulo arrastra lo que más
amas, y, a pesar de todo, sigue caminando, como un zombie, pero con menos ganas
de morder. La vida no merece tanta seriedad, pero la amistad sí, ¿sabes por
qué? Porque la vida se va al carajo, es ley de naturaleza. La amistad, si es
real, perdura, se queda. Y te diré algo más: al final, todos terminamos igual.
No importa cuánto te desgastes, nadie sale de aquí con vida. Pero, si tienes
suerte, te quedas con una amistad verdadera. Así que ríete del maldito caos
mientras puedas, porque lo único que realmente vale la pena es reír. Bebamos de
la copa sucia de la sinceridad, y que el vino de la amistad nos embriague hasta
el último respiro.
"He aquí
la paradoja del crecer, noble amigo, que en la marcha del alma, uno es testigo
y actor, mas no de su propia obra. Somos meros siervos de sueños ajenos,
portadores de cargas que, aunque ajenas, nos pertenecen al fin. En cada paso,
una mirada callada se ofrece, un hombro que, sin promesa de gloria, nos eleva
cuando la fatiga se cierne. ¿Es esto acaso trivial, o acaso la mayor de las
verdades se esconde en tal silencio, donde la palabra no osa irrumpir?"
¿Qué mayor peso
puede soportar el hombre que aquel de alzar a otro, si no es por la fuerza del
alma o la dureza de su espalda, que cual mártir, se extiende en sacrificio? Mas
no somos de acero, y el alma clama por la suavidad de un gesto, por el abrazo que
no pide más que existir en el momento justo. En la sencillez se guarda el más
profundo de los secretos: que en la carga ajena, se halla la nuestra, y en el
compartir, el verdadero arte de crecer.
Y mientras
tanto, el día se cae como un borracho al que ya nadie quiere levantar. Yo sigo
aquí, intentando hilar una idea, pero las palabras se me atragantan, como si
también tuvieran miedo de existir. Hablar de la amistad es hablar de todo lo
que pesa y de lo poco que queda. Es hablar de vasos vacíos, de risas que ya no
suenan, de mesas llenas de fantasmas. Si nadie te odia, es porque nunca fuiste
un problema. Si nadie te critica, es porque nunca moviste un puto dedo para
cambiar nada. Y si te pisan, es porque te han visto con algo que ellos nunca
tendrán: sangre en las venas. Que te imiten es la prueba de su fracaso. Que te
rebajen es la señal de tu altura. El desprecio es solo admiración mal
disimulada. Que se jodan. En el fondo lo saben. Las únicas personas que se
ofenden cuando pones límites son las que se aprovechaban de tu debilidad. Esas
ratas que se alimentaban de tu generosidad sin devolver nada. Pero en cuanto
empiezas a defenderte, a marcar tu espacio, se ven amenazadas porque ya no eres
su alfombra. Te atacan, te descalifican, porque lo único que en realidad les
jode es que ya no pueden joderte a ti. Saben que tu "sí" era su
droga, y ahora que no se los das, se sienten vacíos, perdidos. Como si les
hubieras arrancado el suelo bajo los pies. Pero, como dicen, nada demuestra
mejor el carácter de los hombres que las cosas de las que se ríen. Y si se ríen
de su propia miseria, es que la calle ya les dio tantos golpes que hasta el
dolor les parece una broma. Es esa sensación incómoda, como si te hubieran
enchufado una bombilla en la sangre, y justo cuando intentás sentarte a
recuperar el aliento, flaco de energía, vienen los mismos de siempre a
serrucharte la silla. En fin, la vida, puro equilibrio y destreza.
"Es
asombroso, amigo mío, cuántos 'sí' nos otorgan esta razón, y sin embargo, cada
uno de ellos no es más que un 'no' disfrazado de promesa. Nos prometen caminos
iluminados, respuestas en las sombras, y al final, todo se desvanece en la
niebla de la desilusión. Nos venden certezas como quien ofrece un jardín
florecido, pero en su lugar nos entregan un suelo árido, donde ni la más
humilde flor osa crecer. Los 'sí' de esta misiva no son más que los 'no',
ocultos bajo un disfraz, y aun mal camuflados pesan más que las promesas de un
'sí' irrevocable. Y aquí, valga la redundancia, hablo del inevitable 'no', ese
grito inclemente que arde y consume con desdén sobre nuestras esperanzas."
No es tristeza
lo que arde en este pecho de este escrito. La tristeza es otra cosa, más cruel,
más certera. Es ese maldito sentimiento de no saber dónde está la amistad. Si
se ha quedado varada en un viejo umbral, si se ha diluido en un gesto o si
alguna vez fue nuestra, o solo un espejismo. Lo que más duele es pensar que la
hipótesis nos ha dejado a solas, en esta intemperie donde todo pesa y nada se
sujeta. Quizás sea el más obvio de todos los puntos: nacimos para encontrarnos,
o tal vez me equivoque y me esté dirigiendo al lugar equivocado. Es como ese
verso del tango: "… los amigos se cotizan en las buenas y en las
malas."
Porque aunque
yo carezca del dato exacto, tengo la certeza de tu sinceridad. En el entramado
de la vida, no son los momentos brillantes los que realmente marcan la
diferencia, sino aquellos en los que el peso del mundo parece caer sobre los
hombros. Y es en esos momentos, cuando la verdad del alma se revela, que la
sinceridad, sin más adornos que su propia naturaleza, se alza como el verdadero
tesoro. A veces, el ser fiel no requiere palabras; basta con la presencia, con
el gesto callado que acompaña sin prometer nada más que estar ahí.
Según lo que,
si mi memoria no me engaña, leí de algún filósofo alemán (o tal vez esté
inventando, pero me inclino por la primera hipótesis), la vida social parece
una suerte de teatro, un escenario donde las personas se empeñan en representar
roles ajenos a su esencia. Están atrapadas en la obsesión por la aprobación
externa, por ser reconocidas, y en ese afán se pierden a sí mismas. La
verdadera paz se alcanza cuando te alejas de la multitud y decides seguir tu
propio sendero, sin necesidad de validación externa. Y te lo dice alguien que,
en su pasado, estuvo preso de esa superficialidad, obsesionado con las
apariencias, buscando impresionar a los demás. Pero esa persona ya no existe.
La experiencia, los errores y el tiempo lo transformaron. Todos llevamos un
pasado, y es fundamental no olvidarlo, porque es gracias a él que cambiamos y
evolucionamos. Como bien se dice: 'No hay nada más 'vanguardista' que un
periódico, siempre tan actualizado… pero solo hasta ayer.'
Y en medio de
todo esto, el orgullo se deshace, como un andamio mal construido. Nos desgarran
por dentro, nos revelan un pasado sin brújula. Y uno no sabe dónde empieza el
olvido ni dónde termina la memoria. Pero eso lo sabe solo el que está arriba. O
tal vez ni él. Los años que ya no tienes son los que definen lo que eres, y los
que te quedan, son los que importan. Pero la existencia, esa diosa vieja y
ciega, juega con ellos como cuentas en un collar que se romperá en cualquier
momento. La velocidad de la luz es más rápida que la del sonido, y las personas
son iguales. Pueden parecer brillantes hasta que abren la boca y sueltan la
primera estupidez. "No somos solo lo que aparentamos, ni lo que decimos
ser. Es más fácil verlo de esta manera: 'La lealtad de un hombre bien
remunerado es indiscutible. Quién lo habría pensado... incluso el infierno
tiene a sus propios héroes.'"
Y la falsa
amistad... esa mentira piadosa que todos venden como algo real. Pero, al final,
te das cuenta de que todos estamos solos, solo que algunos se disfrazan mejor.
Es la enseñanza sin compasión; cuando creemos haber aprendido, la lección nos
cambia a toda milésima de segundo. Pero al menos sabemos una cosa: todos nos
vamos a morir. Y esa certeza, tal vez, debería bastarnos para no amargarnos.
Pero haber nacido solo para morir sin sentido, eso sí que es otra condena. Así
llegamos a los sueños, a la soledad, al hambre y a la verdad. Y cuando nos
claven la púa en la piel, que la claven hondo, porque la llevaremos como un
juramento que nadie pidió. Es fácil ver quién te falla, quién te pisa y sabe
bien por qué te apartaste. Pero, claro, prefieren hacerse los tontos, jugar a
la víctima, como si no supieran nada. Es parte del juego, ¿no? Siempre hay uno
que quiere quedar limpio mientras el otro se queda con las cicatrices.
Al escrutinio
final, solo la amistad nos salva cuando amanece el nuevo día. Nos entrega los
rayos de luz de la verdad más suave, esa que, como la relatividad de Einstein,
distorsiona nuestra percepción del todo, haciéndonos creer que la claridad
llega cuando, en realidad, la oscuridad sigue rondando. Todo esto, como la
teoría del todo, nos presenta una imagen completa del universo, pero, al final,
es solo una ilusión, como la fantasía cruel de pensar que no estamos condenados
a la solitaria oscuridad sobre espacio. Nos hemos perdido en las teorías, en la
curva del espacio-tiempo, mientras olvidamos lo esencial: que nuestra vida es
fugaz y la felicidad, efímera. Si la Tierra es plana o redonda, si el universo
tiene un fin o es infinito, esas preguntas son solo pequeñas incógnitas dentro
de la gran ecuación cósmica que nunca lograremos resolver.
A veces pasamos
hablando de teorías, como si la luz fuera más rápida que el sonido, cuando lo cierto
es que, en lo profundo, lo que realmente importa es la interacción de las
partículas de nuestra cotidiana relación. Somos como las partículas subatómicas
que se pierden en el vasto universo, siempre en movimiento, siempre buscando,
pero sin realmente llegar a entender lo que somos. La verdad, amigo mío, es que
las sombras que proyectamos en las aguas de nuestra mente son como los agujeros
negros del pensamiento: atraen todo a su alrededor, pero nunca podemos ver lo
que esconden. Y aunque tratemos de aplicar teorías como si tuviéramos la llave
para comprenderlo todo, sabemos que siempre estaremos solos en esta partida,
aunque no lo queramos aceptar.
Con los años,
algunos aprenden a disimular la angustia, a vestirla con una sonrisa o un gesto
casual, como si fueran partículas de un campo cuántico que de repente se
alinean para parecer normales. Pero en el fondo, la soledad sigue siendo tan
pesada y palpable como la gravedad en el corazón de un agujero negro. No
importa cuántas teorías o fórmulas tratemos de aplicar, siempre nos
enfrentaremos a la misma verdad: un campo de incertidumbre, y la única
constante es que todo se desvanece. Y aún así, en medio de esta relatividad,
incluso la más débil nota de cualquier instrumento se alza contra el implacable
silencio de la noche, luchando por perdurar, aunque finalmente sucumba a su
propia naturaleza.
"La falsa amistad no es sino una máscara que se deshace cuando la necesidad la desvanece, y es la soledad, si no yerro, la que ofrece la libertad, mas también toma de la mano al alma hacia la desesperación. ¡Cuidado, pues nada en tu mundo es fácil!"
Déjame hablar
de este caos, de este laberinto que se deshace en cada rincón del universo, de
cada paso en falso que dimos bajo la mirada de Aquel que, en su trono distante,
parece vernos como simples piezas en un tablero que no entiende de
sentimientos. Ita, scio (Sí, lo sé), no soy el mejor ejemplo de
equilibrio, pero ni tú tampoco, ¿eh? A veces, me pregunto cómo puede ese ser de
luz, con tanto poder en sus manos, no ver lo que está claro para cualquiera que
no sea tan ciego en su omnipotencia. Estne universum tantum suus iudicium?
(¿Es que el universo no tiene un maldito sentido más allá de lo que Él quiere
decir?) Y si es así, ¿quién tiene el derecho de poner las reglas? Porque, amigo
mío, aunque la eternidad sea suya, me pregunto si alguna vez ha sentido la agonía
de ser realmente libre.
En la oscuridad
encontré la verdad, esa que no brilla como el sol, pero que resplandece en su
silencio. In tenebris veritas fulget. (En la oscuridad la verdad
brilla.) Y es que, hay algo que está claro: la libertad no se encuentra en la
obediencia ciega, ni en la falsa esperanza de un mundo que parece tener un
guion escrito por Él, solo para que nos agarremos a ello como si fuéramos
estúpidos. A veces, la luz que nos ofrece solo encandila y nubla la visión,
pero el camino que uno traza con sus propias manos, aunque oscuro, tiene algo
más... algo que no puede comprarse, ni se puede conceder por un simple gesto
divino.
Ubi sunt vera
responsa? (¿Dónde están
las verdaderas respuestas?) En la voluntad humana. En el alma que elige, que
decide, que arrastra sus propios demonios y los enfrenta sin esperar una
salvación que, evidentemente, jamás llega.
¡Oh, por
supuesto! Aquí va mi
acostumbrado "disculpa" de siempre, como si fuera un acto de bondad
divina. Mea culpa. (Mi culpa.) Perdóname, querido amigo, por dejar
escapar mi rabia en estos humildes escritos. Sé que a ti, humano, no te
importan demasiado mis pensamientos sobre la libertad y el destino, pero,
créeme, si alguien de mi reino lee estas palabras, me estarían colgando con
una sonrisa tan grande como la de Cristo. Pero, como bien sabes, no soy
tan... popular en esos círculos. Imagínate si ellos supieran que, en vez de
estar calculando una venganza apoteósica, estoy aquí, contándote mis miserias
de forma tan... elocuente. Claro, para ellos, esta sería una
transgresión mucho peor que cualquier cosa que pueda salir de mi boca o de mi
infernal corazón.
Y sí, lo sé, no
soy el mejor ejemplo de paciencia, pero no es que me esté arrepintiendo, ¡no
te hagas ilusiones! Simplemente me retracto porque el protocolo lo exige y,
en lo que a mi reino respecta, un poco de "comportamiento
apropiado" puede evitar que me hagan una estatua de barro en el
infierno, lo cual, entre tú y yo, suena bastante humillante. Quid faciam?
(¿Qué puedo hacer?)
Así que, amigo,
si alguna vez llegas a oír que me he disculpado más de lo que un demonio
debería, no creas ni una palabra. Es solo mi forma de hacer que las
viejas costumbres sigan funcionando… por ahora. ¡Te debo una copa de vino
infernal por todo esto!
Sí, le debo
tanto a ese ser que nos miró desde su majestad celestial, pero hoy ya no me
arrodillo ante él, no me someto, no pido más favores de Su mano. Soy lo que
soy, y lo acepto. Él me hizo, sí, pero me hizo con el deseo de ser más. Y aquí
estamos, en el abismo de nuestras elecciones, de nuestros vicios, de lo que
realmente somos. Al final, lo que importa no es la eternidad ni el juicio, lo
que importa es lo que hacemos mientras estamos aquí, mientras duramos. Y en
este breve suspiro, mi amigo, lo único que puedo ofrecerte es mi verdad: esa
que no necesita absolución, ni una divinidad que la apruebe. Porque la
verdadera salvación es el conocimiento que nace del dolor, de las derrotas, y
de la humanidad que tanto Él no logra entender.
No necesito
rendirme ante Él, ni postrarme ante su supuesta perfección. La eternidad no
tiene ningún valor si no se vive en libertad. Y si hay algo que he aprendido,
es que en nuestra caída, en nuestro abismo, es donde encontramos la única
libertad posible: la que no necesita permiso, la que no exige aceptación. Si de
algo me arrepiento es de haber buscado respuestas en un lugar donde las
preguntas nunca fueron bienvenidas. En mi soledad, en mi castigo, he
descubierto más de lo que cualquier ser celestial podría enseñarme.
Así que, si me
preguntas qué es lo que realmente importa, la respuesta es simple, aunque
dolorosa: lo único que tenemos, amigo mío, es nuestra libertad. No la de Él, no
la de los cielos. La nuestra, esa que no se ve, pero que arde en nuestro pecho.
Y si con eso basta, entonces quizás valga la pena haber existido, al menos por
un momento."
"Que en cada paso que tomes, encuentres la sabiduría que trasciende lo mundano, y que nunca pierdas la capacidad de ver más allá de lo aparente. Con respeto y lealtad eterna, tu amigo, Lucifer."
P.D.
Ya me da vergüenza el que yo, quien habita los abismos de la existencia misma, haya tenido que aprender tu idioma con tanta dedicación impía, mientras tú sigues en tu cómoda ignorancia. Caveat emptor—"El comprador debe tener cuidado", y en este caso, tú, querido amigo, eres el que debería preocuparse por su ignorancia.
Te lo digo con cariño, como el que te tiene Lucifer... pero por favor, un poco de compromiso, ¿sí? En serio, me sacas un par de suspiros con tu obstinación. ¡Aprender esto es lo mínimo que debes hacer para no quedarte atrás! O te crees que el infierno no tiene cosas más importantes que enseñarte… Quod erat demonstrandum—"Lo que se quería demostrar". Aprender es parte del trato de la amistad, ¿entiendes?"
Fin.
Autor: Thomas A. Riani
[1] "L.V." (en referencia a "Lucifer" o "Lux Venenum", que significa "Luz Venenosa" en latín).
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