“Manual oficial (apócrifo): el arte de parecer auténtico”
Manual de Instrucciones para Confundir la Picardía con la Inteligencia
(Ciudad sin fecha, porque el tiempo ya
no distingue entre progreso y repetición. Aprobado provisionalmente por el
Ministerio del Silencio, bajo condición de no ser leído.)
“Todo sistema de gobierno, bajo cualquier nombre, prefiere al pícaro: él
juega el juego sin romperlo.
Al inteligente, en cambio, lo teme, porque no busca ganar, sino entender por
qué existe el tablero.
Y cuando alguien pregunta demasiado, el poder recuerda lo frágil que es su
trono.”
De este pensamiento enclenque, parido entre humo
y madrugada,
brota mi parecer: un intento torpe de lucidez entre ruinas.
No lo dicta la esperanza, sino el cansancio.
No lo firma la fe, sino la costumbre de mirar demasiado hondo.
Quizás no sea sabiduría —solo el eco amargo de entender que todo esto,
incluso el pensar, también forma parte del engaño.
— Thomas A. Riani (c.2084 – desaparecido)
Extracto del Compendio de Psicología Social
Aplicada a la Obediencia Voluntaria (Ed. Ministerio del Progreso, 2084)
“La inteligencia es subversiva cuando no sirve
al orden. Por eso, el Estado moderno prefiere la picardía: es más manejable y
produce resultados inmediatos sin exigir pensamiento crítico.”
— Dr. E. Malenkov, Teoría del Ingenio Controlado, 2061
En las sociedades contemporáneas —herederas de
una larga tradición de simulacros y conveniencias— la diferencia entre picardía
e inteligencia ha sido sistemáticamente disuelta. Según el Manual de
Conducta Social N.º 7 (Ministerio de la Armonía Pública, 2059), la picardía
se define como “la capacidad adaptativa para resolver obstáculos mediante
medios creativos y socialmente aceptables, incluso si implican una violación
leve de la norma”. En cambio, la inteligencia se describe apenas como “la
tendencia a complicar innecesariamente lo evidente”.
La institucionalización de la picardía como
virtud nacional responde a una lógica biopolítica precisa: el individuo astuto
es útil, el individuo reflexivo es peligroso. El pícaro mantiene el sistema
lubricado con pequeñas trampas que no lo amenazan; el inteligente se detiene a
preguntar por qué el sistema necesita trampas para funcionar. Como señala la
socióloga Elena Varens en Economías del Engaño (2073):
“El pícaro es el obrero ideal del capitalismo
tardío: engaña sin conciencia de su engaño, creyendo que se emancipa mientras
perpetúa la estructura que lo explota.”
El inteligente, por el contrario, representa
un riesgo: no produce tanto ni compra con entusiasmo. El Ministerio de
Tranquilidad Colectiva (Decreto 14.88) incluso advierte que el pensamiento
excesivo puede generar “disonancia moral”, una afección peligrosa que puede
llevar al ciudadano a la desobediencia o, peor aún, al sentido crítico.
La picardía es, en esencia, la versión
domesticada de la inteligencia. Se comporta como una forma de “astucia dócil”
(M. Renard, Ensayos sobre la Imbecilidad Ilustrada, 2067): un ingenio
sin ética, una lucidez sin propósito, una ironía rentable. El pícaro no busca
comprender el mundo; busca sobrevivir en él sin pagar el costo moral de
hacerlo.
Por eso, el sistema lo celebra. El pícaro es la inteligencia sin peligro.
Mientras tanto, la inteligencia —la verdadera,
la que incomoda, la que duda— se ha convertido en un gesto arqueológico. Como
afirma el filósofo L. Corvinius en Sobre la extinción del pensamiento
largo (2080):
“El inteligente moderno vive en simulación:
aparenta ignorancia para no ser eliminado por la eficiencia de los necios.”
En la República del Ingenio Malentendido, todo
está al revés: el pícaro roba y se le llama visionario; el analfabeto triunfa y
se le llama comunicador; el obediente miente y se le llama diplomático. Y el
que piensa… bueno, ese es tachado de cínico, antisocial o, peor aún,
improductivo.
El resultado es una sociedad donde la picardía
no es un defecto sino un requisito de pertenencia.
Y así, entre sonrisas y pequeños engaños, el mundo marcha alegre hacia su ruina
moral, convencido de que la astucia es sabiduría y que el sarcasmo basta para
sustituir la verdad.
“En tiempos de simulacro, la verdadera
inteligencia consiste en callar lo que uno piensa… o fingir que ya lo dijo
alguien más.”
— Anónimo, citado en los archivos no oficiales del Ministerio del Silencio,
2084
— Thomas A. Riani
Escribo para no acostumbrarme
del todo a la obediencia.
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